Cristo se acerca a la negrura de nuestra vida con el corazón en la mano como signo de la misericordia de Dios para ponernos en el camino del amor
Is. 43, 16-21; Sal. 125; Filp. 3, 8-14; Jn. 8, 1-11
Detengámonos brevemente a contemplar la escena que nos describe el
evangelio con sus personajes. Se desarrolla en el templo, en aquellos
soportales donde la gente se reunía y los maestros de la ley enseñaban. Nos
encontramos un grupo de personas que quieren escuchar a Jesús y en torno a El
se arremolinan; son la gente sencilla, la gente que tiene hambre de Dios y que
quiere escuchar a Jesús, porque nadie ha hablado como El, según dicen y
reconocen en ocasiones incluso quienes quieren quitarle de en medio.
Pronto aparecen los escribas y fariseos, los intransigentes a quienes
no les gusta el mensaje de Jesús y que buscan mil maneras cogerle en sus
palabras y poderle condenar. Ahora le traen a una pobre mujer pecadora,
sorprendida en adulterio; para la adulteras el castigo es ser apedreadas hasta
la muerte. Es lo que plantean a Jesús. Allí está la mujer en medio, muchas
veces la imaginamos tirada por los suelos, pero que bien expresa su humillación
y su vergüenza, su indignidad quizá por su pecado, pero la dignidad de persona
que todos quieren arrebatarle, porque para ella nadie tiene compasión.
Bueno, no podemos decir que nadie, porque allí está Jesús. Allí está
manifestándose el rostro misericordioso de Dios. Aunque nos pudiera parecer que
protagonistas de la escena pudiera ser aquella mujer pecadora, o incluso los escribas
y fariseos porque de tantas maneras nos vemos reflejados tanto en la mujer
pecadora como en los otros porque muchas veces tenemos actitudes semejantes, el
verdadero protagonista es Jesús con su misericordia.
Ya hemos escuchado cómo Jesús se pone de parte de aquella mujer
pecadora y humillada y su postura sirve de denuncia para las intransigencias e
intolerancias de los fariseos que solo juzgan y buscan condenar; pero realmente
el gran mensaje está en la manifestación de la misericordia de Dios que nos
busca y se acerca a nosotros para transformar nuestro corazón.
Misericordia es, me atrevo a reflexionar, acercarse con el corazón en
la mano hasta el otro a quien siempre veremos como un hermano porque los ojos
del amor no lo pueden mirar de otra manera.
Misericordia es acercarse con el corazón en la mano hasta el pequeño,
hasta el pobre y el que se siente indefenso, hasta el que sufre y se siente
solo; hasta el que se ve hundido en la miseria, en la necesidad y la pobreza y
no encuentra cómo levantarse ni como salir de su situación. Es acercarse con el
corazón en la mano al que nadie quiere y se ve despreciado por todos; al que se
encuentra hundido en el pozo de su pecado y le tendemos con nuestro amor una
escalera para poder salir de él y encontrar el perdón.
Misericordia es acercarse con el corazón en la mano hasta el que nada
tiene y ya no sabe a donde acudir; al que se ve envueltos en los vientos y
torbellinos de la violencia y le ofrecemos la paloma de la paz que le ayude a
encontrar derroteros de armonía y fraternidad.
Misericordia es acercarnos con el corazón en la mano al que ya se
siente condenado para siempre y le ofrecemos una tabla de salvación que le
ayude a encontrar la paz para su corazón con el perdón.
Misericordia es también acercarnos con el corazón en la mano a tantos
que han endurecido el corazón por el desamor y ya no saben amar ni se sienten
capaces de hacerlo de nuevo, pero a quienes les ofrecemos las mieles del amor
para que gustando de nuevo lo que es sentirse amados vuelva a renacer en ellos esa
capacidad para el amor.
Misericordia es acercarnos con el corazón en la mano también a
aquellos que se encastillan en sus
orgullos, vanidades y aires de grandeza y se creen que no necesitan de
nada ni de nadie en su autosuficiencia, para que con nuestras actitudes se les
abran algunos resquicios en su alma por donde entren nuevos destellos del amor
y lleguen a comprender que ellos también necesitan sentirse amados y así
aprendan a amar de nuevo a los demás.
Es lo que le estamos viendo hacer a Jesús en esta escena del evangelio
que estamos contemplando pero que ha sido la constante de toda su vida que pasó
siempre haciendo el bien. Hoy le vemos tender su mano en la que lleva su
corazón a esta mujer para levantarla de ese pozo de indignidad en el que ella
con su pecado había caído pero donde otros querían hundirla aún más. Pero Jesús
lleva también su corazón en la mano que tiende hacia aquellos que solo saben
juzgar y condenar, que se han encastillado en sus autosuficiencias y orgullos,
que parece que ellos quieren ir solos por la vida sin querer necesitar de
nadie, porque a todos van apartando de su lado, pero a quienes Jesús también
está llamando desde lo hondo de su corazón misericordioso.
Sintamos que ese corazón misericordioso de Dios llega a nuestra vida y
a nosotros también nos llama, pero sintamos al mismo tiempo que tenemos que ser
signos por nuestra vida, por nuestras actitudes, por nuestro amor hecho de
muchas cosas concretas para que todos también puedan sentir y experimentar en sus
vidas el amor de Dios.
No olvidemos que nuestra vida ha de ser también evangelio, buena nueva
de la misericordia de Dios para los que nos rodean en ese mundo concreto en que
vivimos, como la Iglesia tiene que ser evangelio de misericordia para todos sin
exclusión. ¿Lo seremos de verdad? ¿será eso en verdad lo que siempre manifiesta
la Iglesia?
Como le dice Jesús a la mujer a nosotros también nos dice, levántate,
ponte en camino, no peques más, aprende a recorrer los caminos del amor.
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