Miramos a lo alto de la cruz y descubriremos la gran señal del amor misericordioso y conoceremos a Dios
Números 21,4-9; Sal 101; Juan
8,21-30
Conocer al otro, conocer a las personas creo que es un deseo que todos
llevamos dentro; no nos queremos quedar en un conocimiento superficial, por las
apariencias o detalles de un momento, sino que deseamos entrar en una relación
personal más profunda, que es lo que hace la amistad. Es lo que nosotros
deseamos y buscamos y es lo que el otro pueda ofrecernos de si mismo. Sin
embargo muchas veces estamos junto al otro y no terminamos de conocerlo, nos
cuesta entrar en el profundo yo del otro. Pero quizá aparecerá un momento,
surgirá un detalle, contemplaremos un gesto o un momento de su vida en que se
nos manifieste profundamente todo su ser, todo lo que es. También por nuestra
parte es necesario estar atentos para descubrirlo.
Nos vale todo esto para lo que son nuestras relaciones interpersonales
con los que nos rodean, nuestra familia, nuestros amigos, aquellas personas con
las que nos relacionamos. Nos vale todo esto para ahondar en nuestra fe, en ese
sentido humano en nuestras relaciones con los demás, pero también para la
trascendencia que hemos de dar a nuestra vida y hablamos entonces de nuestra fe
en Dios, de nuestra fe en Jesús.
Si nos tomamos en serio nuestra fe creo que estamos en ese deseo de
crecer en ese conocimiento del misterio de Jesús, del misterio de Dios.
Consideramos también que la fe es un don sobrenatural, algo que realmente nos
supera y nos viene de Dios, pero a lo que nosotros hemos de estar abiertos.
Hay, es cierto, quien se cierra a la posibilidad de la fe. Pero si hay esa
apertura en nuestro corazón en ese deseo estamos. Esa pregunta que vemos surgir
hoy en el evangelio en aquellos judíos que rodeaban a Jesús, de alguna manera
está presente a lo largo del evangelio. ‘¿Quién eres tú?’
Estaban con Jesús, escuchaban sus palabras, veían sus obras y, acaso
por ya había un prejuicio por su parte de lo que habría de ser el Mesías, no
terminaban de conocer realmente a Jesús. Y ahora Jesús les da la clave. ‘Cuando
levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi
cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está
conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada’.
¿Qué quiere decirles Jesús? ¿Qué
significa ese ser levantado en lo alto? Nosotros sí podemos entenderlo, porque
ya le hemos contemplado en lo alto. La liturgia de este día nos da también una
clave, cuando nos recuerda el episodio de las serpientes en el desierto, en el
signo de aquella serpiente levantada en lo alto como una señal del
arrepentimiento por el pecado y de la misericordia de Dios que perdonaba a su
pueblo pecador.
Es el signo y la señal del amor de
Dios. Es el signo de la Pascua. Es ese gesto inaudito que nos sobrecoge. Es la
señal que quizá no todos podrán comprender cuando no saben descubrir la
inmensidad del amor de un Dios que es capaz no solo de hacerse hombre sino de
morir por nosotros. Por eso Jesús nos dirá en otro lugar que la mayor prueba
del amor es dar la vida por aquellos a los que se ama. Es lo que hace Jesús. El
ser levantado en lo alto es la prueba de ese amor porque ahí está su entrega,
ahí está la vida que nos da, ahí está nuestra salvación, ahí está el amor
maravilloso, el amor misericordioso de Dios. Conoceremos en verdad a Jesús, su
ser más profundo, conoceremos su entrega y su amor, conoceremos a Dios.
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