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viernes, 18 de marzo de 2016

En las vísperas de la semana de pasión nos predisponemos a contemplar la pascua del Señor en lo que es nuestra vida y el sufrimiento de los que nos rodean

En las vísperas de la semana de pasión nos predisponemos a contemplar la pascua del Señor en lo que es nuestra vida y el sufrimiento de los que nos rodean

Jeremías 20,10-13; Sal 17; Juan 10,31-42

Hace pocos días en los comentarios que vamos haciendo a la Palabra de cada día recordábamos aquellas palabras de Jesús que anunciaban que cuando fuera levantado en lo alto lo conocerían, sabrían bien quien es El. Estamos ya en las puertas de la semana de la pasión que culminará con la Pascua. Nos vamos ya predisponiendo a contemplar y escuchar en el corazón una vez más el relato de la pasión del Señor.
Podríamos decir que la pasión del profeta, de todos los profetas, en la primera lectura de hoy contemplamos a Jeremías que sufrió grandes persecuciones por ser fiel a su misión, la vemos plasmada en la pasión de Jesús, como tenemos que traducirla en nuestra propia vida que también ha de tener su pascua. Como decíamos el profeta Jeremías sufrió grandes persecuciones hasta llegar a meterlo incluso en una cisterna sin agua ni comida para que muriera de inanición. Pero el profeta no perdió su confianza en el Señor, en cuyas manos se ponía. ‘El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo’.
Es lo que contemplamos en Jesús, a quien hoy en el evangelio vemos que incluso quieren apedrear. Pero Jesús se sabe fiel a su misión, es el enviado del Padre y no realiza sino las obras del Padre. ‘Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre’. Y nos hace una gran revelación. ‘El Padre está en mí y yo en el Padre’. Está manifestándonos no una simple unión con Dios como la que nosotros desearíamos tener, sino está manifestándonos su divinidad. Llama a Dios Padre y se siente unido a El porque es el Hijo de Dios. Recordemos la voz surgida del cielo en la teofanía después del bautismo en el Jordán o allá en lo alto del Tabor. ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’.
En la cruz, en el momento supremo de su entrega su grito será siempre al Padre. Para implorar el perdón por los que le han llevado hasta la cruz, que es el perdón para todos que nos alcanza con su sangre derramada para el perdón de los pecados. Grita al Padre para sentir y experimentar su presencia en el momento del dolor y de la soledad frente a ese dolor; no se siente abandonado de Dios en cuyas manos se pone, ‘en tus manos, Padre, entrego mi espíritu’.
Y decíamos que todo esto tenemos que traducirlo en nuestra propia vida. Estamos casi a las vísperas de la semana de la pasión y de la Pascua. Pero es algo que no podemos contemplar ni vivir a la distancia, como si fuéramos espectadores. Demasiadas celebraciones de semana hemos tenido a lo largo de la vida, pero quizá demasiado lo hemos vivido como espectadores. Nos contentamos con ver pasar ante nuestros ojos todos esos momentos de la pasión para quizá motivar en nosotros unos sentimientos de emoción y quizá unas lágrimas de compasión. Pero no nos hemos metido dentro de la pasión, no hemos metido de verdad la pasión y la pascua del Señor en lo más hondo de nuestra vida para hacerla vida en nosotros.
Tenemos que mirar nuestra vida concreta, con sus momentos altos y con sus momentos malos, con los sufrimientos y las luchas que cada día hemos de sostener cuando queremos ser fieles a unos compromisos y responsabilidades, cuando queremos ser fieles a unos principios y a un sentido de humanidad en nuestra vida, cuando nos llegamos a sensibilizar con tanto sufrimiento que nos rodea y que nos es necesario saber descubrir y hacerlo nuestro también.
Será entonces cuando nos daremos cuenta de nuestra pasión y de lo que ha de ser nuestra pascua. Porque en medio de todo eso hemos de saber descubrir el paso del Señor, la llamada e invitación del Señor, la presencia del Señor junto a nosotros que nos hará en consecuencia tener una mirada distinta a todo eso que es nuestra vida, pero también a todo eso que contemplamos a nuestro alrededor. Será entonces la mirada de la fe, la mirada que hacemos a nuestra vida desde la pascua, desde la pasión del Señor que entonces la vemos de forma distinta reflejada en nuestra vida.
Pensemos en todo esto en estas vísperas de la pasión y de la pascua y pensemos entonces cómo vamos a vivirlo para que en verdad lleguemos a vivir intensamente en nosotros la pascua del Señor, el paso del Señor.

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