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martes, 15 de diciembre de 2020

Tenemos que aprender a discernir lo que a través de los acontecimientos que vivimos nos está pidiendo el Señor en orden a un estilo nuevo de vivir

 


Tenemos que aprender a discernir lo que a través de los acontecimientos que vivimos nos está pidiendo el Señor en orden a un estilo nuevo de vivir

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32

A ver en qué parte realmente estamos nosotros. Porque ya sabemos, algunos mucho hablar y hablar y luego no hacen nada; otros calladamente, casi sin dejarse notar van haciendo sus cosas buenas, van sembrando la buena semilla, son los que buscan la paz, los que se preocupan en silencio de los demás. Ya sabemos cómo andamos en la vida, las apariencias, las fantasías, las vanidades, pero luego lo que encontramos es un vacío porque a la hora de la verdad falta compromiso, falta seriedad.

Cuanto somos capaces de hablar y de decir en nuestras tertulias o charlas de amigos, pero a la hora del compromiso todo el mundo se echa para detrás. Pero quizás no le hemos quitado el sambenito a alguien por algo en lo que se equivocó en alguna ocasión – errores y debilidades tenemos todos en la vida, tenemos que reconocerlo – pero fue el único capaz de arremangarse para echar una mano, para hacer por los demás, para resolver aquel problema. Y es que esa es otra cosa que nos sale fácilmente, los prejuicios; porque un día alguien cometió un error, ya lo tenemos condenado de por vida, no somos capaces de admitir que se haya arrepentido y cambiado de vida.

Es lo que nos quiere expresar hoy Jesús en el evangelio con esta pequeña parábola de los dos hijos. Aquel que obsequiosamente cuando el padre le pidió que fuera a la viña a trabajar inmediatamente dijo que sí, pero que pronto lo olvidó y se fue a otras cosas; mientras que aquel que rebelde en principio se había negado, recapacitó y fue a trabajar a la viña de su padre.

Nos está haciendo reconocer Jesús esa forma nuestra de actuar, como veníamos comentando. Les recuerda cómo había venido Juan allá en el desierto y no le habían hecho caso, pero fueron los pecadores, los publicanos y las prostitutas, aquellos que eran malditos de todo el mundo, los únicos que escucharon a Juan y se arrepintieron. Como les dice Jesús, les cogieron la delantera en el Reino de Dios.

¿Nos estarán cogiendo también la delantera a nosotros? Cuidado no vayamos de vanidosos por la vida colgándonos las medallas de que somos cristianos de toda la vida pero realmente nuestra vida deje mucho que desear. Algunas veces nos encontramos con esas personas prepotentes, que todo se lo saben y que se dicen las más religiosas del mundo, pero a los que todo se les queda en apariencia y vanidad.

Seamos como aquella pobre viuda del evangelio que en silencio puso su moneda; seamos como la mujer pecadora que lloremos nuestros pecados a los pies de Jesús pero poniendo mucho amor para sentirnos en verdad perdonados por el Señor; seamos como aquel publicano, ya sea Zaqueo, el de la higuera, o sea Leví el que estaba detrás del mostrador de los impuestos, los que nos apresuremos a seguir a Jesús y participar de su banquete de vida que realmente es El quien nos lo ofrece.

El profeta que hoy hemos escuchado nos ha hablado como Dios siempre está dispuesto a acogernos y a ofrecernos su perdón. Con su voz profética ha recordado las infidelidades del pueblo de Israel que no siempre fue fiel a la Alianza, pero que llama y busca a su pueblo una y otra vez y le ofrece la misericordia y el perdón para que restaure de verdad su vida y su fidelidad. ‘Entonces purificaré los labios de los pueblos para que invoquen todos ellos el nombre del Señor y todos lo sirvan a una… pues te arrancaré tu orgullosa arrogancia, y dejarás de engreírte en mi santa montaña. Dejaré en ti un resto, un pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el nombre del Señor’.

Algunas veces quizás tengan que sucedernos cosas que nos abajen de nuestras arrogancias y vanidades, pero han de ser cosas que nos hagan pensar y reflexionar, que nos hagan ver con claridad donde está la luz. Estos mismos momentos que vivimos, tan duros y tan difíciles, estos momentos que nos obligan a aislarnos quizás o a tener que dejar a un lado costumbres ancestrales que parecía que lo eran todo para nuestra vida – pensemos a todo lo que tendremos que renunciar en la cercana navidad dada la situación en que vivimos – son una llamada, un toque de atención, un arrancarnos de vanidades y orgullos que nos hacían sentirnos quizás en la cumbre de la montaña, pero que pueden abrirnos a algo nuevo y a algo mejor para nuestra vida. Tenemos que discernir qué nos quiere decir el Señor.

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