Arranquemos de nuestro corazón la malicia, la desconfianza y el orgullo que nos hacen desconfiar de los demás
Génesis
32, 22-3; Sal
16; Mateo
9,32-38
¿Por qué tendremos que andar en la vida con sospechas y
desconfianzas en nuestra relación con los que nos rodean? ¿Por qué siempre
tenemos esa malicia en nuestro corazón para desconfiar de las intenciones o los
intereses de los demás pensando o sospechando de intenciones ocultas en lo que
hacen los otros, incluso en lo bueno?
Con lo bueno y lo bello que sería si fuéramos capaces
de quitar esas malicias y desconfianzas para aceptarnos y respetarnos y para
saber apreciar lo bueno que siempre hay en los demás. No llegamos a ser felices
de verdad en nuestras relaciones con los demás por esa malicia que dejamos meter
en el corazón. Una malicia que muchas veces la provoca el orgullo que nos
invade con el que nos creemos que somos nosotros los únicos que sabemos hacer
las cosas o los únicos que las hacemos siempre bien.
Aprendamos a descubrir lo bueno de los demás. Valoremos
lo bueno que hay también en los otros. Aceptemos su buena voluntad, aunque
también puedan equivocarse, que nosotros también nos equivocamos. Siempre hay
algo bueno en los otros, que si lo valoráramos más ayudaríamos también a que
los otros se superen de la misma manera que nosotros también nos sentiremos
impulsados a superarnos y crecer humana y espiritualmente.
Me ha venido esta reflexión que a todos nos puede
ayudar el contemplar el evangelio de este día. Como nos dice el evangelista ‘presentaron a Jesús un
endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló’. La primera reacción de
la gente es sentir admiración por lo que Jesús ha realizado. ‘Nunca se ha visto en Israel cosa igual’,
reconocemos aquella buena gente en la que no hay ninguna malicia y abre su
corazón a la acción de Jesús.
Pero por allí estaban los fariseos que comenzaron a
comentar y a sembrar la desconfianza: ‘Éste
echa los demonios con el poder del jefe de los demonios’. Un absurdo como
tratará Jesús de demostrarles en otra ocasión, porque así parecería que el
demonio estuviera luchando contra sí mismo. Como decíamos antes aparece la
malicia y el orgullo para no aceptar la obra de Jesús.
Creo que seria la gran lección que hoy tendríamos que
aprender de este encuentro y reflexión con la Palabra de Dios. En la vida no
nos podemos dejar conducir por la malicia y la desconfianza. A la larga será
nuestro corazón el que se vaya corroyendo por dentro y llenándonos de amargura,
porque la envidia a quienes más nos hace daño es a los que la dejamos meter en
nuestro corazón. La malicia, el orgullo, la envidia nos quitan la paz del
corazón, y si no hay paz en nosotros no podremos en verdad ser felices.
En lo bueno que vemos en los demás lo que tendríamos
que saber encontrar es un estímulo para nosotros superarnos, para nosotros
intentar hacer bien las cosas, para mejorar nuestra vida, para crecer humana y
espiritualmente. Así podremos ir alcanzando verdaderas cotas de felicidad en
una respetuosa convivencia y colaboración caminando juntos y buscando siempre
lo mejor que podamos ofrecer a cuantos nos rodean para hacer un mundo mejor.
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