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miércoles, 31 de diciembre de 2008

De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia

De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia

lJn.2, 18-21

Sal. 95

Jn. 1, 1-18

‘De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo’.

Es el inicio o prólogo del Evangelio de san Juan, que volveremos aún a escucharlo en este tiempo de Navidad el próximo domingo. Es una presentación de Jesús y del evangelio podríamos decir en un lenguaje teológico. Nos habla de la Palabra, la Vida, la Luz, la Gracia. Es don de Dios que nos llena de plenitud, de vida, de luz, de gracia. Así son los regalos de Dios. Y ese gran regalo – gracia – es Jesucristo, revelación y Palabra de Dios.

Porque en Jesucristo llegaremos a la plenitud de Dios, a la plenitud de su conocimiento y a la plenitud de su vida. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien quiere revelárselo’, escuchamos en otro lugar del Evangelio. Hoy nos dice: ‘A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha contado’. Es Jesús el que nos revela plenamente a Dios. Por eso lo llamamos Palabra, Verbo de Dios. Es Dios que se nos revela, que nos habla. Por eso es Emmanuel, Dios con nosotros.

Pero ¿queremos escuchar su Palabra? ¿Qué preferimos, la tiniebla o la luz? ¿la muerte o la vida? Podrían parecer preguntas que sobran, pero miremos la realidad de la vida, de lo que hemos hecho y hacemos. ¡Cuántas veces rehuimos escuchar su Palabra! ¡Cuántas veces nos dejamos arrastrar al pecado y a la muerte dejándonos seducir por la tentación! ‘En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió’, nos dice hoy el evangelista. Y terminará diciéndonos ‘vino a su casa y los suyos no lo recibieron’.

Cristo quiere regalarnos esa luz, su luz. Lo vemos repetidamente en el evangelio cuando nos habla y nos enseña, cuando como un signo cura a los ciegos y les devuelve la vista, cuando se acerca a nosotros y quiere levantarnos de la postración de nuestro pecado. Como a Lázaro también a nosotros quiere arrancarnos de las garras de la muerte y del sepulcro.

Cristo nos regala su vida – gracia divina, la llamamos – para hacernos hijos, para llevarnos a la plenitud. Acojamos esa vida, esa luz. Acojamos a Cristo y dejémonos inundar por su plenitud.

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