Nuestra grandeza va por otros derroteros, donde sepamos entendernos y comprendernos, aceptarnos y respetarnos, caminar juntos y contribuir entre todos a un mundo mejor
2Timoteo: 1,1-3.6-12; Sal 122; Marcos 12,18-27
Nos encontramos con demasiada frecuencia en la vida a personas que
parece que solo se mueven por sus fobias o inquinas contra los demás, sobre
todo contra quienes piensan o sienten distinto. Es normal que no todos pensemos
de la misma manera, que nos encontremos con personas que piensan de manera
totalmente opuesta a nosotros pero pienso que tendría que haber una capacidad
de respeto y de diálogo para expresar nuestras ideas o propuestas con sus
razonamientos, pero que seamos capaces de escuchar al otro en su planteamiento
y no tengamos que dar por hecho que todo lo que hace es malo o injusto.
Tenemos antipatía a alguien y ya no seremos capaces de ver nada bueno
en lo que hace. Y demasiado llenamos la vida de antipatías. Y no son modelo o
ejemplo en nuestra sociedad en este aspecto por el lenguaje que usan, por las
posturas encerradas en si mismos que los ciegan, a veces incluso por sus deseos
de destrucción del oponente sea como sea, en los que son considerados
dirigentes en la vida social o política. Uno llega a cansarse y hastiarse de
tanta acritud y de tanta intolerancia que estamos viendo cada día y que
contagia llenándonos de violencia y desconfianza.
Qué distintos seriamos si fuéramos capaces de escucharnos más y de
respetarnos. Todos somos constructores de la sociedad en la que vivimos y cada
uno tenemos derecho y también obligación de poner nuestro granito de arena y
aquello que aportamos sea en verdad constructivo, y entonces seamos capaces de
ver también lo positivo que el otro puede aportar aunque sea de diversa opinión
a nosotros. Si queremos siempre podemos encontrar algo positivo en cada
persona, incluso en los que son oponentes a nosotros. No es tan malo el corazón
del hombre.
Esto que estoy comentando sucede como todos podemos ver en la vida
social y política, pero no solo a grandes alturas, por así decirlo, sino en la cercanía
de los que están a nuestro lado, forma parte de nuestros círculos y también de
nuestras comunidades. Y cuidado que nos suceda también en el ámbito de nuestras
comunidades cristianas; demasiadas desconfianzas nos mostramos muchas veces los
unos de los otros y así no somos verdaderos constructores de una sociedad
nueva.
Centrándonos en el evangelio de hoy una actitud así es la que vemos en
este caso en los saduceos, pero que también se manifiesta en otros grupos que
se oponen a la Buena Nueva que anuncia Jesús del Reino de Dios. Hoy el rechazo
de los saduceos con todas las pegas que ponen al evangelio de Jesús es a causa
de su negativa a la resurrección. Pero Jesús nos habla de la vida, y de la vida
que dura para siempre. El cielo no es transportar nuestra manera de ser y de
actuar al ámbito de la eternidad, y es por lo que a los saduceos no les cabe en
la cabeza esa vida de resurrección, y es lo que Jesús quiere decirnos. Esa vida
en plenitud no nos la podemos imaginar a la manera de nuestras ideas humanas de
vivir, tiene otro sentido y otra sublimidad que entra en el misterio de Dios.
Son las dudas y las pegas que muchas veces nos ponemos en ámbito de
nuestra vivencia de Iglesia, que un poco la queremos hacer como las sociedades
humanas. Pero la Iglesia no es otra estructura más de la sociedad donde quepan
esas luchas de intereses y enfrentamientos por ambiciones de poder. Ya Jesús
nos dijo que entre nosotros no podía ser a la manera de los poderosos de la
tierra. Nuestra grandeza va por otros derroteros, donde sepamos entendernos y
comprendernos, donde sepamos aceptarnos y respetarnos, donde sepamos caminar
juntos y contribuir entre todos con nuestros talentos, sean pequeños o sean
grandes, a la construcción de ese Reino de Dios.
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