Nos
dice Jesús que no perdamos la calma porque El nos da su paz haciéndonos sentir
su presencia manifestada en tantos resquicios de luz en cuanto nos rodea
Hechos 14, 19-28; Sal 144; Juan 14, 27-31a
En el devenir de la vida aunque
quisiéramos vivir siempre con sosiego y paz hay, sin embargo, muchos momentos
en que perdemos ese serenidad y esa paz por las cosas que nos preocupan, la
incertidumbre quizá del mañana, de lo que no sabemos, de las sorpresas que nos
podemos encontrar, un accidente o un acontecimiento que no esperamos, o ante la
separación de un ser querido, un amigo o un familiar, que nos deja, que marcha
por otros derroteros o cuando incluso sabemos que la muerte nos lo arranca de
nuestro lado.
Queremos enfrentarnos con serenidad
ante esos momentos y no podemos. Previamente al hecho nos sentimos
intranquilos, después de lo sorpresa de lo que no esperábamos y nos impactó,
quizás nos quedamos nerviosos y no encontramos la manera de serenarnos, de
seguir con el ritmo normal de la vida, o de centrarnos en lo que quizá por
obligación tenemos que seguir haciendo.
Hace falta, es cierto, mucha fuerza
interior para encontrar esa serenidad, tener la madurez suficiente para
comprender y para aceptar, para darle un sentido a lo que nos sucede y
encontrar caminos de luz, rayos de esperanza, fuerza suficiente para no perder
esa calma que necesitamos y más aún en los momentos difíciles. Es el espíritu
con que nos enfrentamos a la vida, el coraje con que la vivimos, los recursos
humanos y espirituales que hemos de saber encontrar. No siempre es fácil por
nosotros mismos. El apoyo de una persona fuerte a nuestro lado puede ser un
ejemplo y un aliciente.
Pero quienes ponemos en la vida toda
nuestra confianza en Dios sabemos que El es nuestra fuerza, la roca salvadora sobre
la que podemos apoyarnos y que nunca nos fallará. Hay personas que ante cosas así
hablan de resignación, pero creo que es actitud en cierto modo negativa no es
lo que mejor nos puede ayudar, aunque muchos se refugien en ello por no haber
sabido encontrar otro sentido.
Bien nos viene escuchar las palabras
que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Los momentos que vivían los discípulos
no eran fáciles, aunque les costara comprender toda la trascendencia de lo que
estaba sucediendo; parece que tenían una venda sobre los ojos que no les dejaba
ver claro, pero algo intuyan por la solemnidad de todo lo que había sucedido en
aquella cena con aquellos signos especiales que Jesús había realizado. Porque
no terminaban de comprender estaban como nerviosos e intranquilos.
Por eso Jesús les dice que no pierdan
la calma. ‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde’, les dice. Es
bueno escuchar bonitas palabras pero hay que enfrentarse a los hechos y era lo
que les costaba. Por eso les dice Jesús que les da su paz, una paz que no es
como la que el mundo pretende darnos. ‘La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo’.
No es la
paz impuesta por la fuerza, la que se gana en batallas y guerras, es la paz que
hemos de saber encontrar en el corazón, que es mucho más difícil y costosa en
muchas ocasiones. Y es que Jesús les está diciendo que se va, porque se vuelve
al Padre, pero les asegura su presencia. Es lo que tenemos que saber descubrir
a pesar de las tormentas y de los miedos, la presencia de Jesús no nos falla.
Nos dirá
que está con nosotros hasta el final de los tiempos, pero nos prometerá también
que nos dará su Espíritu, que es Espíritu de fortaleza y de verdad. Nos quita
los miedos, nos hace sentirnos seguros y fuertes, nos descubre la verdad, nos
revela en nuestro corazón todo el misterio de Dios, nos hace comprender cuando
Jesús nos ha dicho y nos ha costado entender.
Es cierto
que en los momentos oscuros parece que nadie está a nuestro lado, pero hemos de
saber vislumbrar las rendijas de luz que nos hacen sentir que El está ahí y que
a pesar de todo el corazón nos comienza a latir con fuer.za porque El está llenándonos
por dentro. Pero rendijas de luz pueden ser también personas que se acercan a
nosotros quizá de una forma ocasional y nos dicen una palabra, nos tienden una
mirada, nos hacen sentir el calor de su amor, nos están haciendo sentir también
la presencia de Dios.
Es
entonces cuando comenzaremos a sentir paz a pesar de que las tormentas puedan
ser fuertes. Porque la presencia de Jesús no es hacer el milagro para
arrancarnos de esas situaciones, sino que la presencia de Jesús nos serena y da
paz para mirar las cosas de otra manera, para encontrar un sentido, para sentir
una fuerza interior que nos viene de Dios y que nos hace seguir caminando.
Muchas señales de su presencia tenemos que saber descubrir y encontraremos la
paz que necesitamos
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