Los santos inocentes fueron coronados de gloria en virtud del misterio de la navidad
1Jn. 1, 5-2, 2; Sal. 123; Mt. 2, 13-18
‘A ti, oh Dios, te
alabamos… te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ aclamamos en esta fiesta de los
Santos Inocentes que ‘proclaman la gloria
de Dios en este día no de palabra sino con su muerte’, como decimos en la
oración litúrgica de esta fiesta. Volvemos a repetir que no está lejos de Belén
la Pascua, pues quien ha venido para ser nuestro salvador en su pasión y muerte
nos va a redimir, y bien sabemos que es camino de vida para nosotros.
Hemos escuchado su relato en el evangelio. Pronto las
tinieblas quieren rechazar la luz. La estrella brilló bien alta y unos magos de
Oriente descubrieron las señales y vinieron siguiendo el rastro de la estrella,
como escucharemos en la Epifanía del Señor y hoy en cierto modo nos sirve de
adelanto. Buscaban al recién nacido rey de los judíos. Pero los poderosos de
este mundo ahí ven un contrincante. Las tinieblas rondan en el corazón de
Herodes que despechado porque los Magos no le señalan el sitio concreto donde
está el recién nacido ‘al verse burlado
manda matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus
alrededores’. Las reacciones de un corazón lleno de orgullo y soberbia.
Es el martirio de los Inocentes que hoy celebramos. No
fue su boca la confesó la fe en Jesús, pero su muerte fue como un anticipo de
lo que sería la muerte inocente del que vino para entregarse por nosotros para
que tengamos vida para siempre. ‘Fueron coronados
de gloria en virtud del misterio de la Navidad’, como proclamaremos en otra
de las oraciones de la celebración.
El martirio de los inocentes, hemos dicho, que se prolonga en todos los que a través de
los tiempos en la historia de la Iglesia han derramado y siguen derramando su
sangre por el nombre de Jesús. Es una multitud ya innumerable los que la
Iglesia les ha reconocido su martirio y su santidad. Pero hoy en tantos lugares
del mundo hay cristianos que siguen sufriendo por el nombre de Jesús. Con un
poco de atención podemos escuchar esas noticias, aunque no ocupen primeras
planas en los medios de comunicación. Estos mismos días de la Navidad de este
año en distintos lugares son muchos los cristianos que han sufrido atentados y
muerte incluso en medio de la misma celebración de la navidad.
Pero no quizá de una forma tan cruenta, pero no menos
dolorosa, también hay muchos que sufren calladamente incomprensiones, acosos,
malos tratos de forma injusta porque quieren vivir rectamente en fidelidad a una
fe y a un sentido de vivir desde esa fe, aunque con debilidades y pecados
porque somos humanos y tantas veces erramos y quizás no somos tan buenos como
tendríamos que ser. Es un sufrimiento padecido en silencio, pero que el
creyente quiere darle un sentido y un valor desde la fuerza y la gracia del
Señor. Pone el creyente toda su confianza en el Señor porque sabe que en El
nunca se sentirá defraudado por malos que sean los momentos por los que tenga
que pasar.
Eso nos ha querido expresar el salmo que hoy hemos
recitado. ‘Si el Señor no hubiera estado
de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos…
nos habrían arrollado como las aguas del torrente que nos llegaba hasta el
cuello, pero nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la
tierra’. Es la oración confiada que hace al Señor el que pone en Dios toda
su fe y su confianza en medio de las dificultades y contratiempos que tiene que
sufrir.
‘Dios es luz sin
ninguna oscuridad’,
nos decía san Juan en su carta en la primera lectura. Queremos vivir en la luz.
Estos días de navidad está brillando continuamente ante nuestros ojos como un
signo fuerte esa luz que es Jesús. Y aunque algunas veces nos dejamos seducir
por las tinieblas del pecado, deseamos la luz, queremos la luz, acudimos a
Jesús que por su sangre nos limpia de nuestros pecados. Como nos decía el
apóstol Juan, ‘si alguno peca, tenemos a
uno que abogue ante el Padre, Jesucristo, el justo, porque El es víctima de
propiciación por nuestros pecados’. Con qué confianza podemos y tenemos que
acudir a Jesús. Cómo tendríamos que desear vivir siempre en santidad y sin
pecado, vivir en la luz de Jesús.
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