Que se nos abran los ojos no solo para ver sino para ser en
verdad solidarios con los que caminan a nuestro lado
Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-16
Comienza el texto del
evangelio explicándonos la situación. Junto al templo, la lado de la puerta que
podríamos llamar de servicio porque era por donde eran introducidos los
animales para los sacrificios llamada por eso de las ovejas había una piscina.
Algo habitual por las purificaciones que continuamente tenían que hacer los judíos
y probablemente también como
consecuencia de ser el lugar por donde eran introducidos los animales en el
templo, como hemos dicho. Pero a las aguas de aquella piscina se les tenía como
aguas especialmente milagrosas, porque en su movimiento se les atribuía unas
facultades curativas. Allá estaban los enfermos esperando el movimiento de
aquellas aguas en la espera y la búsqueda de su curación.
Es por allí donde Jesús
se acerca y en medio del barullo de las gentes y enfermos que allí se agolpaban
descubre a un paralítico que lleva mucho tiempo postrado en su camilla – 38
años – y aún no ha encontrado su curación. A él en especial se dirige Jesús. ‘¿Quieres
curarte?’ es la pregunta; pregunta que el enfermo consideraría innecesaria
porque para qué estaba él allí, pero estaba allí postrado en su soledad, nadie
le ayudaba. Cuando por sus propias y menguadas fuerzas el llegaba a las aguas
otros se le habían adelantado.
La soledad de quien
sufre la insolidaridad de los demás. Nadie se fijaba en él, nadie se preocupaba
de ayudarle, cada uno iba a lo suyo o solo pensando en los suyos. Amarga
soledad que seguimos encontrándonos. O quizá no los encontramos porque a
nosotros nos falta la solidaridad de saber mirar.
Cuando vamos caminando
en medio de las gentes y solo vemos una masa, pero no nos fijamos en sus
rostros; pasamos cuántas veces al lado de conocidos pero que en aquel momento
desconocemos porque no tuvimos una mirada atenta. Y no nos enteramos, o nos
queremos enterar de los sufrimientos de tantos a nuestro lado, de la soledad de
aquellos a quienes nadie mira, con quienes nadie se detiene, que están quizá a
nuestra puerta casi pero no nos enteramos de lo que pasa tras las puertas de
esas personas en las que nunca nos fijamos.
Quizá pasan a nuestro lado y nosotros miramos para otro lado o no
levantamos los ojos del suelo.
Creo que es la primera
lección que hoy podemos aprender de este texto del evangelio. Pasó Jesús
desapercibido pero no pasó desapercibido aquel paralítico para Jesús. No sabría
luego el que había sido curado quien le había dicho que tomara su camilla y se
fuera a su casa, pero Jesús si se detuvo y escuchó y tendió la mano y llenó de
vida a aquel hombre haciéndole recobrar su dignidad. El solo hecho de haberse
detenido junto a él ya había sido curación porque aquel hombre se había sentido valorado cuando
alguien se preocupaba por él.
Valoramos y nos
fijamos en aquel que destaca, tenemos en cuenta y queremos incluso contar con
aquel que se mueve, que habla, que parece que tiene iniciativas, pero
descartamos quizás aquel que pasa en silencio a nuestro lado y nos parece que
nada podemos esperar de él. Son los criterios de eficacia en que nos movemos,
son las apariencias que nos deslumbran, es la manera en que buscamos con quien
relacionarnos o con quien contar en la vida. Y no miramos a la persona, y no
somos capaces de darnos cuenta de lo que hay en su interior, no detectamos su
sufrimiento o sus deseos de ser alguien en la vida.
Aquel hombre que se
había sentido solo y abonado junto a las aguas de la piscina, incluso después
de haber sido curado sigue siendo minusvalorado por aquellos que se
consideraban a si mismos más observantes y cumplidores porque le echan en cara
que siendo sábado se atreve a cargar con su camilla. Ni ahora que el hombre ya
estaba haciendo por sí mismo al cargar con la camilla de vuelta a su casa es
valorado y ayudado sino más bien menospreciado porque estaba haciendo algo
contrario a aquella ley que tanto les encorsetaba y que seguía queriendo
paralizar la vida.
¿Descubriremos unas
actitudes nuevas que tenemos que aprender a tener con los demás? ¿Se nos
abrirán los ojos para ver pero sobre todo para hacernos solidarios de verdad
con el hermano que camina a nuestro lado? Que el agua viva de Jesús nos sane de
nuestras parálisis pero además revitalice nuestra vida y nos abra los ojos y
los brazos para ver y cargar solidariamente el sufrimiento de los demás.
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