Reconozcamos en verdad que Jesús es el Mesías que viene a renovar
profundamente nuestra vida en el misterio de su Pascua
Sabiduría 2, 1a. 12-22; Sal 33; Juan 7, 1-2.
10. 25-30
En los días que nos
restan de la cuaresma el evangelio que vamos a ir escuchando nos irá
presentando aquella situación de tensión que sobre todo en Jerusalén se vivía
en torno a Jesús. Los evangelistas sinópticos nos han ido presentando
repetidamente los anuncios que Jesús hacía de cuanto le iba a suceder en su
subida a Jerusalén, cosa que tanto los costaba comprender y aceptar por parte
de los discípulos sobre del grupo más cercano a Jesús.
El evangelio de Juan,
que es el que ahora principalmente iremos siguiendo nos presenta esa tensión
entre los judíos – y con esa expresión quiere referirse sobre todo a los
dirigentes de Jerusalén, sanedrín, sacerdotes, escribas, fariseos… - y Jesús.
Ya repetidamente había ido apareciendo ese descontento de los dirigentes del
pueblo contra Jesús y como lo acechaban para ver si podían cogerle en algo o
cómo examinaban con lupa – es un decir – cuánto Jesús hacía para encontrar de
qué acusarlo. Ahora ya serán diatribas y enfrentamientos directos, pero serán
también las palabras firmes y con autoridad de Jesús que nos presenta su misión
como enviado del Padre.
Hoy nos dice el
evangelista que Jesús se había quedado en Galilea y no había subido con todos a
Jerusalén para la fiesta de las Tiendas. Ya nos apunta que en Judea los judíos
trataban de matarlo. Pero luego sube a Jerusalén sin dejarse ver mucho en principio
por la gente. Pero siempre hay alguien que aun en el barullo de la fiesta
reconoce a Jesús. Y ya algunos comienzan a hacer sus comentarios. ‘¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla
abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que
este es el Mesías?’
Grande era
la confusión entre la gente sencilla que reconocía en Jesús el poder de Dios. ‘Nadie
hace las cosas que El hace si Dios no está con él’ se decían unos otros; ‘nadie
ha hablado con la autoridad con El habla’, comentaba la gente sencilla;
‘un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su
pueblo’, reconocían cuando veían sus signos y milagros. Y no les cabía en
la cabeza que los sumos sacerdotes y los principales del pueblo no lo
reconocieran. Ahora se preguntan que si está en Jerusalén y está hablando
públicamente, cuando incluso ya habían dejado correr la noticia de que lo
prenderían, ahora no hicieran nada. ‘¿Será que los jefes se han convencido
de que este es el Mesías?
Imagen de
las confusiones que nosotros también en muchos momentos podemos sentir. Quizá
muchas veces nuestra religiosidad ha estado marcada excesivamente por un
tradicionalismo de aquello de decir ‘es que esto se ha hecho siempre así’,
y cuando la Iglesia quiere hacernos salir de nuestras rutinas para darle una
mayor autenticidad a lo que hacemos, o mejor, a lo que tenemos que vivir, quizá
dentro de nosotros también se nos crea como una confusión.
Muchas
veces esa confusión nacida de una comodidad con que nos tomamos la vida, donde
no queremos esforzarnos, donde nos cuesta aceptar una renovación que nos hace
pensar y que nos hace cuestionarnos cosas, donde hablamos fácilmente de unas
tradiciones que se pueden quedar en costumbres y rutinas que quizá hemos rodeado
de cosas superfluas y que cuando se nos dice que hemos de buscar más
autenticidad y una mayor vivencia un poco nos rebelamos por dentro como si nos
estuvieran cambiando la religión. Cuántas cosas en este sentido escuchamos en
muchos sectores, cuánto quizá nosotros lo pensamos por dentro aunque no nos
atrevamos a decirlo, pero en que tampoco damos ningún paso por cambiar y
mejorar.
Pensemos,
por ejemplo, en este sentido de cuanto boato hemos rodeado la semana santa que
fácilmente se nos puede quedar en cosas externas, pero que interiormente no
terminamos de vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor.
Por aquello que decimos que lo mejor es para el Señor, pensamos quizá que lo
mejor es la ostentación de ricos ropajes y joyas, el adorno de unas flores o el
boato de unas procesiones, olvidando que lo mejor es lo que en verdad tiene que
salir de un corazón convertido al Señor.
Nos
inquietan quizá estos pensamientos y reflexiones, pero con sinceridad tratemos
de ver cómo ese evangelio que nos narra la pasión y muerte de Jesús lo
trasladamos a nuestra vida para poder llevar de verdad a la renovación pascual
de nuestras vidas en la celebración de la resurrección. ¿Llegaremos en verdad a
reconocer que Jesús es el Mesías de Dios y nuestro Salvador que viene a renovar
profundamente nuestra vida en el misterio de su Pascua?
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