Nos
habla Jesús de un nuevo sentir, de un nuevo amar, de una nueva comunión que nos
hace vivir en la más estrecha familia de amor que nos lleva por camino de
plenitud
Proverbios 2,1-9; Sal 33; Mateo
19,27-29
Justo y humano es que cuando hacemos
algo bueno de alguna forma podamos disfrutar de eso bueno que hemos hecho y
podamos ver su fruto sobre todo cuando lo hacemos en beneficio de los demás. No
es en si mismo un buscar una recompensa, aunque el obrero merece su salario,
sino sobre todo gozarnos en lo bueno que hayamos hecho con la satisfacción del
beneficio que también estamos produciendo para nuestra sociedad. Se convierte así
en un estímulo para nosotros con la satisfacción de lo bueno y al saborear de
alguna manera que merece la pena, aunque nos haya costado esfuerzo e incluso
sacrificio.
Claro que no es lo mismo el buscar el
aplauso y el reconocimiento como deseo primordial en lo que estamos haciendo;
poner nuestro interés en el agradecimiento o el vernos de alguna manera
recompensados por lo que gratuita y generosamente hicimos por los demás; así ya
no sería tan gratuita ni tan generosa nuestra entrega porque va motivada por el
interés de unas ganancias aunque solo fuera en el reconocimiento.
Es el escalón superior al que Jesús nos
invita sabiendo poner esa generosidad y esa gratuidad en lo que hacemos, no motivándonos
por intereses que podríamos llamar mercantilistas, aunque desgraciadamente eso
es mucho de lo que vemos en nuestro entorno en quienes tendrían que tener una vocación
de servicio para con los demás o para con la sociedad.
Malo sería que los que nos decimos
seguidores de Jesús cuando asumimos unas responsabilidades de servicio lo
hiciéramos desde esos intereses; demasiados intereses partidistas, gananciales,
con segundas intenciones en lo que hacen, buscando prestigios o influencias
contemplamos en la sociedad.
Malo sería también que en el seno de
nuestra Iglesia y en aquellos llamados a pastorear el pueblo de Dios actuaran
desde esas motivaciones que no son nada evangélicas. La Iglesia en sus
instituciones demasiado se deja manchar por esas costumbres del mundo y calla
muchas veces por temor a una reacción que le hiciera bajar escalones de
influencia en la sociedad. No somos lo suficientemente profetas como tendríamos
que ser.
Hoy escuchamos la pregunta reacción de
Pedro ante lo que Jesús venía diciendo de cuán difícil le es a los ricos entrar
en el reino de los cielos. Sus apegos a las riquezas, a la posesión de las
cosas que termina queriendo ser posesión también de las personas les impiden
entrar por la puerta estrecha como el camello con sus jorobas y sus cargas no
puede pasar por la puerta de aguja de las entradas a las ciudades.
¿Y nosotros que lo hemos dejado todo?,
se pregunta Pedro. Habían dejado sus redes y sus barcas, habían dejado sus
casas y sus familias, se habían ido con Jesús con una generosidad sin igual
cautivados por el mensaje del Reino de Dios que anunciaba. ¿Tendrían
recompensa?
Y Jesús les habla de una recompensa que
no se puede cuantificar en cosas materiales. Si han dejado casa, padre y madre,
hermanos y hermanas, casas y posesiones, les dice Jesús que tendrán cien veces
más. ¿Van a tener cien padres y cien madres, cien hermanos y cien hermanas…?
Jesús les está hablando de otra riqueza, de esa familia universal que tenemos
que formar entre todos porque todos tenemos que sentirnos así familia y eso sí
que será una gran recompensa.
Ese nuevo sentir del amor, ese nuevo
sentirse miembros de una nueva familia, ese sentirse acogidos y amados
ofreciendo también cada día mayor amor, será la satisfacción honda que ahora podrán
sentir en su corazón, pero que tiene recompensa eterna en la gloria de Dios.
Nos habla Jesús de un nuevo sentir, de
un nuevo amar, de una nueva comunión que nos hace vivir en la más estrecha
familia de amor. Es un gozo que podremos llevar en el alma y nadie nos lo
quitará. Es la nueva vida que Jesús nos ofrece cuando nos hace partícipes de su
propia vida, una vida que nos llevará a la plenitud, a una felicidad sin fin.
Aprendamos a vivir ese nuevo sentido de
Cristo. Pongamos verdadera generosidad en nuestro corazón. Hagamos el bien
aunque nos despojemos de nosotros mismos, porque en Dios seremos en verdad
recompensados.
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