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jueves, 11 de julio de 2019

Nos habla Jesús de un nuevo sentir, de un nuevo amar, de una nueva comunión que nos hace vivir en la más estrecha familia de amor que nos lleva por camino de plenitud


Nos habla Jesús de un nuevo sentir, de un nuevo amar, de una nueva comunión que nos hace vivir en la más estrecha familia de amor que nos lleva por camino de plenitud

Proverbios 2,1-9; Sal 33;  Mateo 19,27-29
Justo y humano es que cuando hacemos algo bueno de alguna forma podamos disfrutar de eso bueno que hemos hecho y podamos ver su fruto sobre todo cuando lo hacemos en beneficio de los demás. No es en si mismo un buscar una recompensa, aunque el obrero merece su salario, sino sobre todo gozarnos en lo bueno que hayamos hecho con la satisfacción del beneficio que también estamos produciendo para nuestra sociedad. Se convierte así en un estímulo para nosotros con la satisfacción de lo bueno y al saborear de alguna manera que merece la pena, aunque nos haya costado esfuerzo e incluso sacrificio.
Claro que no es lo mismo el buscar el aplauso y el reconocimiento como deseo primordial en lo que estamos haciendo; poner nuestro interés en el agradecimiento o el vernos de alguna manera recompensados por lo que gratuita y generosamente hicimos por los demás; así ya no sería tan gratuita ni tan generosa nuestra entrega porque va motivada por el interés de unas ganancias aunque solo fuera en el reconocimiento.
Es el escalón superior al que Jesús nos invita sabiendo poner esa generosidad y esa gratuidad en lo que hacemos, no motivándonos por intereses que podríamos llamar mercantilistas, aunque desgraciadamente eso es mucho de lo que vemos en nuestro entorno en quienes tendrían que tener una vocación de servicio para con los demás o para con la sociedad.
Malo sería que los que nos decimos seguidores de Jesús cuando asumimos unas responsabilidades de servicio lo hiciéramos desde esos intereses; demasiados intereses partidistas, gananciales, con segundas intenciones en lo que hacen, buscando prestigios o influencias contemplamos en la sociedad.
Malo sería también que en el seno de nuestra Iglesia y en aquellos llamados a pastorear el pueblo de Dios actuaran desde esas motivaciones que no son nada evangélicas. La Iglesia en sus instituciones demasiado se deja manchar por esas costumbres del mundo y calla muchas veces por temor a una reacción que le hiciera bajar escalones de influencia en la sociedad. No somos lo suficientemente profetas como tendríamos que ser.
Hoy escuchamos la pregunta reacción de Pedro ante lo que Jesús venía diciendo de cuán difícil le es a los ricos entrar en el reino de los cielos. Sus apegos a las riquezas, a la posesión de las cosas que termina queriendo ser posesión también de las personas les impiden entrar por la puerta estrecha como el camello con sus jorobas y sus cargas no puede pasar por la puerta de aguja de las entradas a las ciudades.
¿Y nosotros que lo hemos dejado todo?, se pregunta Pedro. Habían dejado sus redes y sus barcas, habían dejado sus casas y sus familias, se habían ido con Jesús con una generosidad sin igual cautivados por el mensaje del Reino de Dios que anunciaba. ¿Tendrían recompensa?
Y Jesús les habla de una recompensa que no se puede cuantificar en cosas materiales. Si han dejado casa, padre y madre, hermanos y hermanas, casas y posesiones, les dice Jesús que tendrán cien veces más. ¿Van a tener cien padres y cien madres, cien hermanos y cien hermanas…? Jesús les está hablando de otra riqueza, de esa familia universal que tenemos que formar entre todos porque todos tenemos que sentirnos así familia y eso sí que será una gran recompensa.
Ese nuevo sentir del amor, ese nuevo sentirse miembros de una nueva familia, ese sentirse acogidos y amados ofreciendo también cada día mayor amor, será la satisfacción honda que ahora podrán sentir en su corazón, pero que tiene recompensa eterna en la gloria de Dios.
Nos habla Jesús de un nuevo sentir, de un nuevo amar, de una nueva comunión que nos hace vivir en la más estrecha familia de amor. Es un gozo que podremos llevar en el alma y nadie nos lo quitará. Es la nueva vida que Jesús nos ofrece cuando nos hace partícipes de su propia vida, una vida que nos llevará a la plenitud, a una felicidad sin fin.
Aprendamos a vivir ese nuevo sentido de Cristo. Pongamos verdadera generosidad en nuestro corazón. Hagamos el bien aunque nos despojemos de nosotros mismos, porque en Dios seremos en verdad recompensados.


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