Los
cristianos tenemos que bajar a la arena de la vida para luchar con cosas muy
concretas para hacer que desaparezca el mal de nuestro mundo
Génesis 41,55-57; 42, 5-7.17-24ª; Sal 32;
Mateo 10,1-7
Qué mal andan las cosas de la vida, que
mal va todo… es la conversación socorrida cuando nos encontramos y surge la
conversación sobre cómo va la vida; pronto comenzamos a hacernos una lista de
cosas que en lo social, en lo político, en lo económico, en las experiencias de
familia no nos gustan como marchan; buscamos con facilidad a quien echarle la
culpa, los políticos de turno se llevan nuestras reclamaciones porque decimos
que no hacen nada y no voy a decir cuantos comentarios mas se hacen en este
sentido, o nos quejamos de la juventud, de la vida moderna y no sé cuantas
cosas.
Somos fáciles para hacer nuestros
juicios, aventurar quizás como haríamos nosotros para que las cosas vuelvan a
su sitio, pero de ahí no pasamos, nos quedamos en nuestras lamentaciones
lúgubres, pero lo de poner un dedo de nuestra parte para hacer mejor las cosa,
que sean otros los que se comprometan, a nosotros nos toca criticar, que eso es
bien fácil.
Conversaciones así surgen con facilidad
sobre todos los temas, hablamos de los políticos o nos metemos con todo el
mundo, todos se llevan su parte en nuestras críticas. Pero eso sucede en muchos
más aspectos de la vida. Y así encarrilamos también nuestras conversaciones
sobre el tema de la Iglesia y también tenemos nuestras críticas que hacer. Y es
que también nosotros los cristianos no vivimos con la intensidad que tendríamos
que hacerlo nuestro compromiso desde la fe con la misma iglesia a la que
pertenecemos ni tampoco en nuestra relación con la sociedad.
¿Tenemos derecho a quejarnos así?
¿Habremos leído bien el evangelio que tendría que ser el vademécum de nuestra
vida y donde encontremos luz para todas las situaciones de nuestra vida? ¿Nos
habremos dado cuenta de verdad los cristianos de la misión que Jesús nos ha
confiado y, por decirlo así, de los poderes que nos ha dado, de la fuerza con
que quiere acompañar nuestra vida para esa transformación del mundo según los
valores del Reino de Dios, del Evangelio?
¿Qué nos dice el evangelio que hoy
escuchamos? Se trata de la elección de los doce, los que se enumeran incluso
por su nombre, y el envío que Jesús hace de aquellos que ha elegido para que
vayan anunciando el Reino de Dios por todas partes. En cierto modo paralelo con
un texto semejante de Lucas en que envía a los setenta y dos discípulos de dos
en dos a predicar el Reino por donde habría de ir El luego.
Lo que Jesús ha venido haciendo,
predicando en las sinagogas y en cualquier lugar que fuera necesario haciendo
el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios y curando de todo mal o
enfermedad a todos aquellos que de cualquier manera sufrían, es lo que ahora
tienen que hacer sus discípulos. Es la misión que les confía y el poder que les
da; al hacer el anuncio del Reino han de ir liberando de todo mal a todos los
que sufren. Son las señales del Reino.
Hoy nos dice que les da poder sobre
todo espíritu inmundo – ‘ les
dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y
dolencia’, que nos dice el evangelio – ¿y qué es lo que eso significa? ¿No es precisamente esa misión
que nos confía de transformación de ese mal de nuestro mundo para hacerlo
mejor? Una interpretación fácil es pensar en el milagro por el que se cura de
una enfermedad o se resucita un muerto, pero creo que todos entendemos que
significa mucha más que todo eso.
Los
milagros son signos, son señales de esa transformación de la vida ¿y cual es la
más importante transformación de la vida? Cuánto es el mal que tenemos que
quitar, cuantas son las cosas que tenemos que transformar, cuanta es la
justicia que tenemos que promover, la paz que tenemos que buscar, la sinceridad
y la honradez de la vida que tenemos que ir construyendo en las relaciones
entre unos y otros.
Comenzábamos
reflexionando sobre las quejas de lo mal que anda nuestro mundo, pero ¿no
tendríamos que preguntar qué es lo que nosotros los cristianos estamos haciendo
en ese mundo concreto en que vivimos para que nuestro mundo sea mejor, para que
nuestro mundo se transforme? Quizá tendríamos que pensar en nuestra culpa, en
esa irresponsabilidad nuestra, en esa desgana o frialdad con que vivimos nuestro
compromiso por el Reino de Dios, en lo poco que estamos haciendo.
Los
cristianos no nos podemos contentar con ver los toros desde la barrera, por
decirlo con una frase ya hecha, sino que tenemos que bajar a la arena de la
vida para ahí luchar y luchas con cosas muy concretas para transformar nuestro
mundo, para hacerlo mejor. Es la misión que Jesús nos ha confiado, seamos
jóvenes o seamos mayores, en cualquier lugar que ocupemos en la vida y en la
sociedad. No nos podemos desentender. Escuchemos con el corazón abierto esta
buena nueva del Evangelio que hoy se nos ha proclamado.
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