En
Jesús tendremos el valor y la fuerza para que aparezcan esas actitudes nuevas,
esos valores nuevos, todo lo que significa reconocer que Dios es nuestro único
Rey y Señor
2ª Crónicas 24, 17-25; Salmo 88; Mateo
6,24-34
Una cosa que todos decimos, pero al final
no sabemos ponerle remedio. Decimos con facilidad cuando nos ponemos muy serios
a hablar juiciosamente que así no podemos vivir, con estas prisas, con estos
agobios, que es un tormento, que habrá que parar de alguna manera, porque si no
la vida ya se encargará de pararnos. Ahí tenemos grandes emprendedores, que,
como solemos decir, parecía que se iban a comer el mundo, todo eran trabajos,
nuevas iniciativas, empresas que comenzaban a funcionar, pero de repente todo
se paró, el corazón de aquel hombre tan emprendedor que tantas cosas hacia que
no paraba, no tenía ni tiempo para comer, dijo ‘ya no puedo más’, un infarto,
una enfermedad irremediable, y ¿en qué se quedaron todas aquellas carreras y
todos aquellos agobios? Pero es que no escarmentamos ni en cabeza ajena.
Como ya hemos reflexionado en otra
ocasión la vida no se puede quedar reducida a esas carreras y a esos agobios.
La persona vale mucho más que todas esas riquezas que podamos conseguir. Y
pensamos en su salud, pero no solo lo corporal que también un día nos fallará,
sino en el estado anímico de la persona, en su paz interior, en la serenidad y
paz para afrontar los problemas; con tantas carreras ni tiempo tenemos para
pensar en nosotros mismos, en ese crecimiento interior como persona, en el sentido
que hemos de darle a la vida, se nos escurre todo de las manos como el agua que
no podemos contener entre nuestros dedos.
Me van a decir, es que es mucho lo que
hay que hacer y no hay tiempo para todo. Pero ¿son solo las cosas lo que le dan
sentido a la vida del hombre? ¿Cuáles tendrían que ser las mejores metas para
la vida del hombre? Son preguntas que no podemos dejar pasar sin intentar darle
respuestas. Pero para ello tenemos que detenernos, porque es necesario pensar,
reflexionar, ahondar en lo más hondo de nosotros mismos, pero también dejarnos
iluminar por tantos faros de luz que Dios va poniendo a nuestro lado en los
caminos de la vida, hombres sabios y prudentes como profetas, reflexivos, que
mastican mucho las cosas no solo en la mente sino en el corazón antes de dar
respuestas. Podemos encontrar maestros, sabios, y tenemos que confrontar también
ideas y pensamientos hasta que encontremos la verdad de nuestra vida. No
podemos dejarnos llevar por la pendiente de nuestras prisas y carreras.
Nos está invitando Jesús a que sepamos
poner nuestra confianza en Dios. El ha venido a revelarnos el mejor rostro de
Dios. Y nos está hablando del Dios que hace florecer las flores del campo o que
alimenta a los pajarillos del cielo. Y si Dios hace eso con sus criaturas ¿Qué
no hará con sus hijos? ¿Por qué entonces nosotros no confiar en la providencia
de Dios?
Es el Dios que nos exigirá que
negociemos nuestros talentos, porque hay que desarrollar la vida y eso está en
nuestras manos, pero es el Dios que nos cuida porque nos ama, porque es nuestro
Padre, porque nos ha querido mirar como sus hijos. Los predilectos y amados de
Dios. Porque nos mira en Jesús, su Hijo amado al que ha enviado para que nos
abra caminos para poder llegar a vivir el Reino de Dios, y porque nosotros nos
miramos en Jesús al que siendo Hijo de Dios lo vemos carne de nuestra carne,
porque así quiso encarnarse en las entrañas de María para ser para siempre Dios
con nosotros, ser Emmanuel.
Por eso terminará diciendo hoy Jesús
que busquemos el Reino de Dios y su justicia que lo demás se nos dará por
añadidura. Sí, buscar el Reino de Dios; cuando nos enseñó a orar aprendimos
a decir ‘venga a nosotros su Reino’. Una petición que tenemos que hacer,
que tenemos que aprender a hacer, porque no es pedir que se realice como algo
mágico sin que nosotros tengamos que poner nuestra mano en ello. Por eso
tenemos que completarlo con lo que hoy nos dice
que busquemos el Reino de Dios.
Es una tarea que tenemos que realizar,
es cierto, porque son los pasos que tenemos que ir dando para que en nuestras
actitudes, en lo que hagamos, en nuestro compromiso comencemos a manifestar las
señales de que está presente el Reino de Dios. Viene Dios a nosotros, lo
podemos como centro de nuestra vida y de nuestro corazón – es decir que lo
hacemos nuestros Rey y Señor – y ya nuestra vida, lo que hacemos, lo que
vivimos tiene que tener otro sentido y otro valor.
Algo nuevo tendrá que reflejarse en
nuestra vida. ‘Lo demás se nos dará por añadidura’, nos dice Jesús. En Jesús
tendremos el valor y la fuerza para que aparezcan esas actitudes nuevas, esos
valores nuevos, todo lo que significa que vivimos reconociendo que Dios es
nuestro único Rey y Señor.
Cuánta paz tiene entonces que aparecer
en nuestro corazón y en nuestra vida; cómo se van a quedar a un lado esos
agobios y esas luchas que nos hacemos y que nos destrozan por dentro. Algo
nuevo tiene que comenzar a germinar en nuestro corazón.
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