Cuidemos
de cuáles son los tesoros a los que tenemos que sacar brillo para hacer que
florezca un mundo mejor y más humano porque lo llenemos de armonía y de paz
2Reyes 11, 1-4.9-18. 20; Salmo 131; Mateo 6,
19-23
Cuando andamos muy preocupados por
sacar el brillo a los metales preciosos que podamos poseer, no tendremos tiempo
para encontrar lo que verdaderamente nos puede hacer felices, porque ni tenemos
tiempo para mirarnos interiormente a nosotros mismos, ni sabremos disfrutar de
la sonrisa de un niño ni el calor de una mirada agradecida de aquel a cuyo lado
nos ponemos, ni el gozo que podamos sentir en el corazón por la satisfacción de
lo que nos desprendemos para compartir con los demás.
Cuántas cosas efímeras nos entretienen
en la vida que son como barreras que nos impiden acercarnos allí donde está la
verdadera riqueza de la persona que es su corazón. Le damos más valor a una
joya que solo es un adorno que ponemos por encima de nosotros y que fácilmente
se nos puede caer y la perdemos, y no somos capaces de descubrir las joyas de
un corazón lleno de valores de generosidad y de ternura que son los que
verdaderamente hacen florecer la vida y el mundo.
Hoy Jesús quiere ayudarnos a descubrir
cuales son los verdaderos tesoros de nuestra vida. Vivimos obsesionados por lo
que tenemos o podemos poseer, desde esa posesión de cosas materiales queremos
garantizarnos la seguridad de un futuro que deseamos que sea mejor, y nos
parece muchas veces que la petición más importante del padrenuestro es que se
nos garantice ese pan de cada día.
Es cierto que tenemos unas necesidades
materiales, porque queremos tener el alimento de cada día o el techo que nos
cobije cada noche; es cierto que tenemos que realizar unos trabajos que nos den
unos rendimientos para tener lo necesario para una vida digna y si es posible también
cada día mejor. No podemos sin embargo dar la espalda a lo que son nuestras
responsabilidades como persona y como miembros de una familia, y tampoco
podemos olvidar que Dios ha puesto el mundo en nuestras manos y tenemos una
responsabilidad en su desarrollo y en hacerlo cada día mejor. No actuaríamos
con responsabilidad si no desarrollamos al máximo nuestras capacidades,
nuestras cualidades y valores con nuestro trabajo de cada día, porque estamos
contribuyendo también a la grandeza de ese mundo, repito, que Dios ha puesto en
nuestras manos.
Pero como personas somos algo más. Todo
no lo podemos reducir a un trabajo para obtener unas ganancias si al mismo
tiempo no le damos, vamos a decirlo así, humanidad a la vida, a nuestras
relaciones, a nuestro estar en el mundo, al mismo trabajo que hacemos. No somos
unas máquinas para producir. Somos unas personas para vivir. Y vivir es el
encuentro, y vivir es una conversación amable para compartir con los demás, y
vivir es saborear el momento y también el descanso, y vivir es darle alegría a
la vida, y vivir es mantener la paz en el corazón porque va a ser
verdaderamente generadora de la buena convivencia y armonía que mantengamos con
los demás.
Y es ahí donde vamos poniendo lo mejor
de nosotros mismos para sentir las más hondas satisfacciones; y es ahí donde
vamos haciendo florecer el mundo con el colorido y calor de la amistad y del
amor; y es ahí donde iremos trabajando para lograr una autentica felicidad
desde esa armonía que vamos poniendo, desde ese compartir donde mutuamente nos
vamos enriqueciendo; y es ahí donde iremos construyendo un mundo mejor donde
florecerán los mejores valores que nos harán felices a todos. Qué hermoso
cuando contemplamos a tantas personas que se gastan por los demás sin
preocuparse de sacar brillo a sus tesoros, porque han comprendido que el
verdadero tesoro lo van a encontrar en el corazón cuando hacen más felices a
los que están a su lado.
Pero para lograr eso no podemos estar
muy entretenidos en sacar brillo a nuestros oropeles que llamamos
equivocadamente tesoros; son otros los tesoros que tenemos que buscar y hacer
brillar, saquemos lo mejor que llevamos dentro del corazón.
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