Con
la acción de Dios nos podemos sentir transformados, y a través de nuestro
actuar podemos sentir, podemos hacer que nuestro mundo también se transforme
Ezequiel 17, 22-24; Salmo 91; 2 Corintios 5,
6-10; Marcos 4, 26-34
Muchas veces decimos, es que yo soy así
y a estas alturas de mi vida nada me va a hacer cambiar, y nos encerramos en
nosotros mismos como un caracol que pone enroscada la concha sobre si mismo y
parece que nada lo puede hacer salir de allí. Pero algunas veces nos
sorprendemos en nosotros mismos, aunque nos cueste reconocerlo, pero podemos
verlo en la evolución de los demás, o en la evolución de la misma sociedad que
realmente se puede cambiar, podemos comenzar a ser de otra manera, tener otras
perspectivas u otros pensamientos.
Decimos que no sabemos cómo, lo
queremos echar al azar, pero quizás olvidamos una palabra que un día escuchamos
y nos hizo pensar, el testimonio de alguien que hizo algo que no esperábamos y
quizás nos planteó unos interrogantes. ¿Puede ser la influencia de la sociedad
que nos rodea? Tendríamos que quizás pensarlo, para darnos cuenta también de lo
que podemos hacer. Pero ¿por qué no pensar en una fuerza interior que pueda
mover nuestros corazones, hacer cambiar nuestros pensamientos, realizar una
transformación dentro de nosotros que quizás no esperábamos? Nosotros los
cristianos tenemos algo que nos puede dar luz en este sentido.
Hoy Jesús nos ha propuesto dos
parábolas en el evangelio. Nos habla de una semilla echada en tierra y que allá
en lo secreto de la tierra germina, hace brotar una planta, que crecerá y
madurará para un día darnos fruto. Como nos habla de otra semilla más
insignificante aún, la mostaza más pequeña que una cabeza de alfiler, y que sin
embargo habrá brotar una planta muy hermosa.
Decimos es la fuerza de la semilla, su
capacidad de germinar, el encontrar la tierra o el lugar apropiado para que al
germinar brote y nos pueda dar esa planta con sus frutos. Decimos que el
labrador poco más hace que sembrarla, quizás luego vendrá el cultivarla con sus
cuidados, sus riegos y sus abonos. Pero no es el abono el que hace germinar la
semilla, sino que antes tendrá que germinar para que luego pueda alimentarse y
fortalecerse.
¿Qué nos estará queriendo decir Jesús?
¿Podrá germinar algo nuevo en nuestro corazón? ¿Podrá lograrse esa
transformación de nuestro mundo y de nuestra sociedad? No pensamos solo en la
mano o el poder del hombre. Quizás muchas veces nuestra mano maleada o nuestro
poder con todas las cosas que en su entorno con sus ambiciones y manipulaciones,
con nuestros enfrentamientos y nuestras guerras y podemos decir de cualquier
tipo que puedan aparecer, más bien muchas veces está produciendo nuestra
destrucción y la destrucción de nuestro mundo. ¿No hay posibilidad de salvación
para nosotros y para nuestro mundo?
Jesús cuando se ha planteado estas
parábolas se estaba preguntando con qué podía comparar el Reino de Dios. Es lo
que hemos de tener presente. Como creyente sigo pensando y creyendo en la
presencia y en el poder de Dios en medio de nosotros, incluso en nuestro propio
corazón. Y Dios tiene muchas formas de llamarnos, de hablarnos allá en lo más
hondo de nosotros mismos, muchas maneras de hacernos llegar su inspiración y su
fuerza. Ese actuar en silencio y en secreto de la semilla de la que nos hablaba
la parábola.
¿No nos habremos sentido en más de una
ocasión movidos a algo nuevo y distinto, a hacer algo en lo que jamás habíamos
pensado, a actuar en una situación determinada con cosas y acciones que jamás
se nos habían ocurrido? ¿Por qué no pensar en ese actuar de Dios, esa
inspiración del Espíritu Santo allá en lo hondo del corazón?
No hace mucho hemos celebrado la fiesta
del Espíritu Santo, hemos celebrado Pentecostés recordando la venida del Espíritu
sobre los Apóstoles y sobre la Iglesia naciente. Pero no podemos quedarnos en
eso como si fuera cosa sucedida en otro tiempo y lugar pero que hoy con
nosotros no puede suceder. Hoy, en nuestra vida y en nuestro mundo, de la misma
manera se sigue haciendo presente el Espíritu Santo. ¿No decimos que somos
templos de Dios y que su Espíritu mora en nosotros? Que no solo sean ideas que
tengamos en la cabeza sino algo que en verdad sentimos en el corazón.
Con esa acción de Dios nos sentimos
transformados, con esa acción de Dios a través de nuestro actuar podemos
sentir, podemos hacer que nuestro mundo se transforme. Ahí está también nuestra
tarea, como esos labradores de la viña del Señor que hemos de cultivar nuestra
tierra para que también un día esa semilla, que ahí está plantada, llegue a dar
sus frutos.
Siento al ofreceros esta reflexión que
ha sido el Espíritu del Señor quien me ha inspirado para ayudaros a que también
lleguéis a dar fruto. Sin su acción no hubiera sido capaz de ofreceros esta
semilla con la que quiero colaborar a hacer fructificar el campo de vuestra
vida.
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