Autenticidad,
sencillez, interiorización, liberación de ataduras para encontrarnos más con
nosotros mismos y con los demás, para encontrarnos más con Dios
2 Reyes 2, 1. 6-14; Salmo 30; Mateo 6, 1-6.
16-18
Todavía hay quien va buscando el
reconocimiento y el aplauso, quien va buscando, como se suele decir pero como
en realidad sucede, la foto. ¿Nos gustan los aplausos? Nos sentimos halagados
es cierto y se aviva nuestro orgullo y nuestro amor propio; pero también es
cierto que nos sentimos turbados, al menos quienes queremos ir por la vida con
humildad y sencillez. Bien sabemos que para todos no es así.
Pero hoy de lo que queremos hablar es
de la sencillez y autenticidad con que hemos de ir por la vida, como nos pide Jesús.
No es que ocultemos lo bueno que realicemos, porque ya en otro momento dirá que
los hombres vean vuestras buenas obras para que den gloria al Padre del cielo.
Una cosa es que queramos y busquemos nuestra gloria, y otra que a partir de
nuestras buenas obras sean muchos los que reconozcan la obra de Dios y den
gloria al Padre del cielo.
Jesús se centra hoy en tres pilares de
la religiosidad y de la espiritualidad judía, como son la oración, el ayuno y
la limosna. Y cuando nos ofrece sus pautas Jesús para la vivencia por nuestra
parte de esa religiosidad está teniendo en cuenta lo que con cierta normalidad
se contemplaba en su entorno. Jesús denuncia en muchas ocasiones las actitudes
hipócritas y de vanagloria que tenían los fariseos, aquel grupo que se
consideraba fiel cumplidor de la ley de Moisés en sus prácticas muy estrictas,
pero que sin embargo están envueltos de vanidad y de la búsqueda de la
apariencia exterior sin darle verdadera autenticidad a sus vidas.
Es lo que nos pide Jesús. Sencillez y
humildad lejos de la vanidad y la apariencia, autenticidad para que aquello que
realicemos lo hagamos desde el corazón, verdadera espiritualidad porque lo que
se busca es la gloria de Dios viviendo en profundidad nuestro encuentro con El
por medio de la oración. Lo bueno que realicemos tiene que surgir de lo más
intimo y secreto del corazón.
Por eso nos dirá que no sepa la mano
izquierda lo que hace la derecha; por eso nos pide esa interiorización en
nuestra oración porque lo que buscamos es el encuentro íntimo y profundo con
Dios; por eso nos pide hacer desaparecer esas señales externas que quieran
manifestar nuestra penitencia y nuestro sacrificio.
Recordamos cómo alabará la actitud
humilde del publicano cuando subió al templo para la oración que humilde se
sentía pequeño y pecador ante Dios, frente a quien hacía gala ostentosamente de
sus cumplimientos casi como una exigencia con la que se presentaba ante Dios. Vete
a tu cuarto interior, nos dice Jesús, que no es tanto escondernos cuando hacer
verdadero silencio en torno nuestro para poder escuchar la voz de Dios que es
lo que verdaderamente importa. Cuando estamos con nuestras galas de lo que
hacemos estaremos como distraídos con esas vanidades y no podremos escuchar la
voz de Dios en nuestro corazón.
El ayuno no es tanto lo que le podamos
restar de alimento a nuestro estómago cuanto todas aquellas cosas de las que
debemos desprendernos para poder tener un corazón libre para amar de verdad
según el corazón de Cristo. Ayunemos de orgullos y de vanidades, ayunemos de
nuestro amor propio y de nuestros deseos de reconocimientos y recompensas, pero
ayunemos también de tantas cosas que nos entretienen y nos distraen que se
convierten en ataduras de las que tan difícil nos es liberarnos; pensemos en
tantas cosas que tenemos a mano continuamente y estamos utilizando a cada
momento, pero que si nos faltaran nos parece que ya no seríamos nadie, que nos
parece que no podríamos vivir sin ellas.
Piensa, por ejemplo, en ese aparatito
que ahora mismo tienes en tus manos para leer esta reflexión, ¿qué serías sin tu
móvil, sin tu tablet, sin esos medios que nos unen a las redes sociales? ¿No
habría que hacer ayuno de ellas para entrar más en contacto con los que tienes
a tu lado?
Autenticidad, sencillez,
interiorización, liberación de ataduras para encontrarnos más con nosotros
mismos y con los demás, para encontrarnos más con Dios.
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