Vayamos
llenando nuestro mundo de las buenas semillas del amor traducido en muchos
gestos y en cosas concretas, y poco a poco iremos haciendo que nuestro mundo
sea mejor
Jeremías 7,1-11; Salmo 83; Mateo
13,24-30
Cada mañana cuando despierto me gusta
quedarme soñando, sí, sueño con lo que quisiera que fuera mi día, es de alguna
manera la oración que elevo a Dios pidiendo por la bondad de ese día y cómo
podría yo vivirlo con intensidad; es también el deseo que expresaré luego en mi
saludo a mis amigos a través de las redes sociales; mis sueños quieren ver un
mundo maravilloso, donde todos podamos ser felices, donde nos entendamos y nos
mantengamos unidos, donde todos trabajemos por la paz y por el desarrollo de
ese mundo; un mundo de utopía pueden decirme algunos, pero necesitamos soñar,
necesitamos creemos que en verdad podamos vivir en un mundo mejor y todos
podemos poner nuestro granito de arena para que eso sea posible.
Pero bien sabemos que luego la realidad
es distinta, porque aparecerán las sombras, porque aparecen nuestras maldades y
nuestros egoísmos, porque aparecen las ambiciones que nos llenan de violencias
para conseguirlas. Y no es que eso nos venga de fuera, nos venga de otros – que
también vendrá – sino que todo eso está naciendo también en nuestro corazón
cuando lo dejamos llenar de sombras y de muerte.
¿Qué hacer? ¿Destruirlo todo porque se
ha llenado de maldad? O como pensamos tantas veces cuando nos quejamos de las
injusticias que vemos en el mundo y que hacen sufrir a tantas personas, ¿por
qué no los quitamos de en medio y todo ese mal desaparecerá? Pero es que no podemos pensar solo en el mal
que podamos ver hacer a los demás, sino que tenemos que pensar en nosotros
mismos que también nos dejamos muchas veces arrastrar por ese mal. Paciencia
tiene Dios con nosotros que siempre está esperando que demos ese paso bueno que
nos haga mejores.
De esto nos está hablando Jesús hoy en
la parábola. El buen hombre soñaba también en poder recoger una buena cosecha y
con esos buenos deseos sembró su tierra con buena semilla. Pero pronto apareció
la cizaña que todo lo llenaba de maleza y maleaba aquella posible buena
cosecha. Por allá andan aquellos buenos criados de buena voluntad, que quieren
ir a arrancar la cizaña planta a planta para liberar a la buena semilla allí
plantada. Pero el amo les decía que dejara que crecieran juntas, que a la hora
de la cosecha ya se encargaría de que separaran una de otra para quemar las
malas hierbas, pero la buena cosecha guardarla en el granero. Es la paciencia
de Dios.
Así andamos en la vida, queremos ser
buenos, queremos hacer las cosas bien, también soñamos en cuantas cosas buenas
podríamos hacer, soñamos cómo podemos hacer que nuestras comunidades sean más
vivas, que nuestro mundo sea mejor, que desaparezcan tantas violencias y
enemistades, pero nos encontramos envueltos en un mundo de violencias, de
egoísmos, de rencores y gente que no se perdona, de tantas insolidaridades que
nos encierran en nosotros mismos y enturbian nuestra mirada.
Y es ahí donde tenemos que estar; es
ahí donde tenemos que manifestar que nosotros tenemos otras metas y otros
ideales, que otros son nuestros principios, que creemos de verdad que si
ponemos un poco más de amor y de comprensión las cosas marcharían mejor, que no
nos podemos cegar pensando solo en nosotros mismos, en nuestros beneficios,
sino que tenemos que abrir nuestra mirada y nuestro corazón a ese mundo que
necesita de nuestra mano de amor.
No siempre los cristianos estamos
llevando a término nuestro compromiso, y también nos echamos para detrás,
también nos dejamos envolver por esas maneras de pensar, y ya es hora que
despertemos, que demos ese testimonio que el mundo necesita. Vayamos llenando
nuestro mundo de las buenas semillas del amor que se tienen que traducir en
muchos gestos y en muchas cosas concretas, y poco a poco iremos haciendo que
nuestro mundo sea mejor.
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