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lunes, 22 de agosto de 2022

Vamos invocando a María como nuestra señora y coronándola como reina cuando sintiendo su amor de madre la convertimos en estímulo de nuestra fe y nuestro amor

 


Vamos invocando a María como nuestra señora y coronándola como reina cuando sintiendo su amor de madre la convertimos en estímulo de nuestra fe y nuestro amor

 

Unos buenos hijos siempre tendrán motivos para honrar y festejar a la madre, porque el amor hace como inventarse mil motivos y ocasiones para manifestarse; no nos contentamos ni con su onomástica ni su cumpleaños, buscamos cualquiera aniversario de hechos de su vida, o simplemente iremos con una flor en cualquier momento porque nos apetece y queremos decirle que la queremos.

Eso nos pasa a los cristianos con la Virgen María; cuántas fiestas celebramos en su honor a lo largo del año y en los anchos caminos de nuestros pueblos; por cualquier motivo, podríamos decir nos surge un nombre con que invocarla, o recordamos cualquiera de sus valores y virtudes para festejarla. Es nuestro amor, es la presencia de la Madre que no queremos olvidar, es sentir cómo camina a nuestro lado regalándonos su amor y siendo para nosotros el mejor estímulo para seguir el camino de Jesús.

Hoy, como a la manera de una octava – hace ocho días celebramos su gloriosa Asunción al cielo – la queremos proclamar reina y señora de nuestra vida y de nuestro mundo. Es la fiesta de María Reina, que instituyó el Papa Pío XII aunque en otra fecha, y que en la reforma litúrgica viene a celebrarse en esta fecha, como octava casi de la Asunción.

¿Celebrar a María reina es llenarla de coronas y joyas preciosas como quizá excesivamente vemos en tantas imágenes, aunque sea fruto del fervor y de la devoción del pueblo cristiano? Es mucho más que eso, aunque algunas veces nos llenemos de confusiones en esa efusión de nuestro amor a la madre, a la Virgen María.

No es reina porque lleve una corona en la cabeza, porque tendríamos que decir incluso que es el signo más contradictorio con lo que realmente fue la vida de María de Nazaret. Es cierto que la liturgia se llena de poesía y recoge cánticos del Antiguo Testamento queriéndoselos aplicar a María. Pero esas expresiones poéticas tenemos que mirarlas en su hondo significado para comprender este título y advocación de María que hoy celebramos.

¿Qué nos dice Jesús en el evangelio de quienes quieren ser grandes y primeros? Que se hagan los últimos y los servidores de todos. Fue el camino de María, porque ella fue la primera que plasmó en su vida los valores del evangelio de Jesús. Es la mujer humilde, pero abierta a Dios para descifrar de la mejor manera en su vida lo que era su voluntad. Así se llama a sí misma la humilde esclava del Señor que está disponible siempre para que se cumpla la Palabra de Dios en su vida, para que se haga y cumpla su voluntad.

Pero en su grandeza de llegar a ser la Madre de Dios, porque Dios así quiso contar con ella, no le hizo de ninguna manera cerrarse a los demás. Los pocos trazos del evangelio sobre la figura de María nos la presentarán siempre como la mujer abierta a los demás y siempre disponible para el servicio. Corre a las montañas de Judea porque allí puede prestar un servicio a su prima que va a ser madre, pero será mujer de corazón siempre atento a las necesidades de los demás; no tienen vino le trasmite a Jesús cuando detecta los problemas que se están presentando en las bodas de Caná de Galilea. No se cruza de brazos sino que interviene, intercede, pone en camino a los sirvientes para que hagan lo que Jesús les va a indicar.

Así será para siempre la presencia de María en el seno de la Iglesia; junto a los discípulos la contemplamos mujer orante en el cenáculo en la espera de al venida del Espíritu Santo; y si el discípulo amado la recogió, por así decirlo, de manos de Jesús al pie de la cruz, fue para llevársela a su casa. ¿Cuál era desde entonces la casa de Juan? La Iglesia, la comunidad cristiana, y ahí estará María a través de todos los tiempos para caminar junto a nosotros, para recordarnos una y otra vez que hagamos lo que Jesús nos dice, para ser para nosotros ese estímulo vivo para el amor y para el servicio.

¿No la vamos a llamar nuestra Señora? ¿No la vamos a reconocer como nuestra Reina? Y la vamos coronando como reina cuando vamos siguiendo sus indicaciones, cuando sentimos su amor de madre, cuando la vemos como intercesora poderosa a nuestro favor, cuando la imitamos en su fe y en su amor, cuando como ella queremos convertirnos para siempre en servidores de los demás.

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