Vamos
invocando a María como nuestra señora y coronándola como reina cuando sintiendo
su amor de madre la convertimos en estímulo de nuestra fe y nuestro amor
Unos buenos
hijos siempre tendrán motivos para honrar y festejar a la madre, porque el amor
hace como inventarse mil motivos y ocasiones para manifestarse; no nos
contentamos ni con su onomástica ni su cumpleaños, buscamos cualquiera
aniversario de hechos de su vida, o simplemente iremos con una flor en
cualquier momento porque nos apetece y queremos decirle que la queremos.
Eso nos pasa
a los cristianos con la Virgen María; cuántas fiestas celebramos en su honor a
lo largo del año y en los anchos caminos de nuestros pueblos; por cualquier
motivo, podríamos decir nos surge un nombre con que invocarla, o recordamos
cualquiera de sus valores y virtudes para festejarla. Es nuestro amor, es la
presencia de la Madre que no queremos olvidar, es sentir cómo camina a nuestro
lado regalándonos su amor y siendo para nosotros el mejor estímulo para seguir
el camino de Jesús.
Hoy, como a
la manera de una octava – hace ocho días celebramos su gloriosa Asunción al
cielo – la queremos proclamar reina y señora de nuestra vida y de nuestro
mundo. Es la fiesta de María Reina, que instituyó el Papa Pío XII aunque en
otra fecha, y que en la reforma litúrgica viene a celebrarse en esta fecha,
como octava casi de la Asunción.
¿Celebrar a
María reina es llenarla de coronas y joyas preciosas como quizá excesivamente
vemos en tantas imágenes, aunque sea fruto del fervor y de la devoción del
pueblo cristiano? Es mucho más que eso, aunque algunas veces nos llenemos de
confusiones en esa efusión de nuestro amor a la madre, a la Virgen María.
No es reina
porque lleve una corona en la cabeza, porque tendríamos que decir incluso que
es el signo más contradictorio con lo que realmente fue la vida de María de
Nazaret. Es cierto que la liturgia se llena de poesía y recoge cánticos del
Antiguo Testamento queriéndoselos aplicar a María. Pero esas expresiones
poéticas tenemos que mirarlas en su hondo significado para comprender este
título y advocación de María que hoy celebramos.
¿Qué nos dice
Jesús en el evangelio de quienes quieren ser grandes y primeros? Que se hagan
los últimos y los servidores de todos. Fue el camino de María, porque ella fue
la primera que plasmó en su vida los valores del evangelio de Jesús. Es la
mujer humilde, pero abierta a Dios para descifrar de la mejor manera en su vida
lo que era su voluntad. Así se llama a sí misma la humilde esclava del Señor
que está disponible siempre para que se cumpla la Palabra de Dios en su vida,
para que se haga y cumpla su voluntad.
Pero en su
grandeza de llegar a ser la Madre de Dios, porque Dios así quiso contar con
ella, no le hizo de ninguna manera cerrarse a los demás. Los pocos trazos del
evangelio sobre la figura de María nos la presentarán siempre como la mujer
abierta a los demás y siempre disponible para el servicio. Corre a las montañas
de Judea porque allí puede prestar un servicio a su prima que va a ser madre,
pero será mujer de corazón siempre atento a las necesidades de los demás; no
tienen vino le trasmite a Jesús cuando detecta los problemas que se están
presentando en las bodas de Caná de Galilea. No se cruza de brazos sino que
interviene, intercede, pone en camino a los sirvientes para que hagan lo que
Jesús les va a indicar.
Así será para
siempre la presencia de María en el seno de la Iglesia; junto a los discípulos
la contemplamos mujer orante en el cenáculo en la espera de al venida del Espíritu
Santo; y si el discípulo amado la recogió, por así decirlo, de manos de Jesús
al pie de la cruz, fue para llevársela a su casa. ¿Cuál era desde entonces la
casa de Juan? La Iglesia, la comunidad cristiana, y ahí estará María a través
de todos los tiempos para caminar junto a nosotros, para recordarnos una y otra
vez que hagamos lo que Jesús nos dice, para ser para nosotros ese estímulo vivo
para el amor y para el servicio.
¿No la vamos
a llamar nuestra Señora? ¿No la vamos a reconocer como nuestra Reina? Y la
vamos coronando como reina cuando vamos siguiendo sus indicaciones, cuando
sentimos su amor de madre, cuando la vemos como intercesora poderosa a nuestro
favor, cuando la imitamos en su fe y en su amor, cuando como ella queremos
convertirnos para siempre en servidores de los demás.
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