El
hogar y la familia de Nazaret fue la escuela de aprendizaje donde nació el Hijo
de Dios que se hace hombre y creció en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los
hombres
Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Sal 127;
Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 22-40
Uno de los valores que se intenta
mantener en todo su esplendor en las fiestas de navidad es que son unas fiestas
entrañablemente familiares como una de las cosas que nos ha dolido más en las
circunstancias actuales de la celebración de la navidad de este año es precisamente
el no poder vivir con la intensidad acostumbrada este sentido familiar de la
Navidad. Es cierto que todo tiene sus excesos y en cierto modo limitaciones
como todo lo humano y por otra parte el darle tanto valor a la cena familiar
haya quizá mermado en cierto modo el sentido religioso de la navidad, pues
quizá se restaba la posibilidad de una participación en la celebración
litúrgica de la Misa del Gallo o Misa de Nochebuena.
Precisamente en este domingo siguiente
al día de la Natividad del Señor la liturgia de la Iglesia nos invita a
celebrar a la Sagrada Familia de Jesús, José y María, la Sagrada Familia de
Nazaret donde quiso Dios que se encarnase, naciese y creciese en lo humano el
Hijo de Dios que se hizo hombre. Una
mirada a ese Hogar de Nazaret, escuela y semillero del amor más hermoso, como
es el amor familiar. Y el niño crecía en edad, sabiduría y gracia en el seno de
aquel hogar.
Vino Dios a hacerse uno como nosotros y
será como niño en el seno de ese hogar donde aprenderá a hacerse hombre, a
crecer en edad y en sabiduría, a crecer y a madurar en lo humano como toda
persona que tiene en el hogar y en el seno de la familia ese semillero donde va
a aprender y a desarrollar todos esos valores humanos de la persona que le
llevarán por caminos de gracia y de plenitud.
La convivencia familiar es esa hermosa
escuela donde aprendemos los mejores valores que nos hacen más humanos; es el
encuentro y es el diálogo en común, es ese intercambio de experiencias pues lo
vivido por unos miembros de la familia servirá de base y de modelo para lo que
los otros han de vivir también, es la confianza que nos hace sentirnos
mutuamente apoyados, es el caminar juntos afrontando dificultades y problemas
que siempre en toda familia van a aparecer pero tratando siempre de sentirnos
verdaderamente solidarios para juntos resolverlos y superarlos, es ese abrirme
al otro y a lo otro porque nos damos cuenta que no podemos vivir encerrados en
nosotros mismos, es el aprender a levantar la mirada para ver horizontes más
amplios que los caprichos particulares pero también para sabernos elevar a
ideales y metas superiores dándole una mayor trascendencia a la vida, es el
darnos cuenta que somos algo más que cuerpo y carne y que hay un espíritu
dentro de nosotros que nos eleva y nos hace también trascender todas las cosas
en Dios.
Es un camino que día a día vamos
desbrozando, en el que tropezamos quizá muchas veces y hasta nos hacemos daño,
pero sabemos que en el calor del amor del hogar y de la familia todas esas
heridas se curan porque en quienes se aman de verdad siempre hay capacidad de perdón
superando y olvidando aquellas cicatrices que nos hayan podido quedar de las
luchas de la vida. Es lo que todos con mayor o menor perfección hemos vivido en
la vida en el seno de nuestros hogares, que bien sabemos que no son perfectos
porque limitados y llenos de debilidades somos cada uno de nosotros. Pero la
convivencia nos enseña a amarnos, a comprendernos, a tendernos la mano, a
perdonarnos una y otra vez, a saber comenzar de nuevo cuantas veces haga falta.
Es la realidad que hoy contemplamos
también en aquel hogar de Nazaret donde nació y creció el Hijo de Dios al
hacerse hombre. No faltaron dificultades a aquella familia que queremos llamar
sagrada, porque ya el nacimiento del niño fue en extrañas e incómodas
circunstancias lejos del hogar de Nazaret y sin tener ni siquiera posada que
los acogiera en su obligatoria llegada a Belén. Pero será la huída a Egipto y
como destierro huyendo de Herodes que quería atentar contra la vida del Niño y su
camino itinerante hasta llegar de nuevo a Nazaret; será la vida de un pobre
artesano que no destacaría por sus riquezas y posibilidades, pero que enseñaría
muy bien que el Hijo del Hombre no tendrá ni donde reclinar su cabeza.
Pero es la vida de unos creyentes con
su esperanza puesta en Dios a los que vemos subir al templo por una parte para
cumplir los ritos de la presentación del primogénito al Señor o para la
celebración de la Pascua. Como nos dirá más tarde san Lucas ‘como era su
costumbre fue a la sinagoga el sábado’, que era el día del encuentro y de
la escucha de la ley y los profetas como lo era del culto debido al Señor y
ofrecido en la oración de la comunidad.
Fue la escuela del aprendizaje de Jesús,
el Hijo de Dios hecho hombre. Hoy nosotros miramos a aquel hogar y a aquella
sagrada Familia de Nazaret porque también queremos que sea escuela de
aprendizaje para nosotros, para nuestros hogares, para nuestras familias. Hoy
miramos a aquella Familia de Nazaret y pensamos en nuestras familias y pedimos
por nuestras familias, pero queriendo hacer más amplia nuestra oración tenemos
en cuenta y pedimos por las familias en dificultades, por las familias rotas,
por las familias donde falta el calor del amor y de la buena convivencia.
Que encontremos un verdadero estímulo
para nuestro camino y para el camino de las familias tan importante y esencial
para hacer un mundo mejor. Con unas familias sanas tendremos un mundo sano; con
unas familias llenas de amor tendremos un mundo mejor.
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