A
pesar de las negruras del año podemos hacer un balance de solidaridad, de
madurez, de búsqueda de profundidad y sentido a la vida que disipan esas
tinieblas
1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18
Llegamos al fin del año civil. Cuando
se cierran unas etapas lo normal es que de alguna forma se haga balance del
camino recorrido. El estar finalizando un año de manera que ya mañana
amanecemos con una numeración nueva podríamos decir que es como un final de
etapa, aunque la vida realmente tiene un recorrido continuado y de un día a
otro no encontramos quizá grandes diferencias. Aunque los ritmos de la vida
social, escolar y política tienen otros recorridos con otras fechas de finalización
o de inicio de etapas, lo mismo decimos en el ritmo de la vida cristiana con lo
que llamamos los ciclos litúrgicos, el cambio de año sin embargo se puede tener
también como motivo para hacer esos balances.
El año que termina, es cierto, que no
ha sido un año fácil porque nos hemos visto envueltos en unas crisis en todos
los aspectos como quizá hacía mucho tiempo no nos había tocado vivir. La tentación
es marcarlo de un plumazo como año horrible, pero creo que siempre podemos ir
sacando lecciones de la vida y creo que habría que mirarlo con una mirada
distinta. Ha sido una oportunidad, quizás forzada, para detenernos y con una
madurez humana tratar de hacer una lectura con cierta profundidad de todo lo
vivido. No seré el más indicado para hacer esa lectura con toda profundidad,
pero ahí lanzo el reto para que cada uno desde nosotros mismos, desde lo que
hemos vivido y hasta sufrido intentemos hacer una lectura buscando también un
lado positivo.
Está, es cierto, la enfermedad, las
muertes y sus secuelas, está todo el revuelo que se ha producido en la vida
social y en la vida económica, los cambios de ritmos en la vida que nos hemos
visto obligados a realizar, ese tener que vivir más aislados o encerrados como
lo queramos ver o como lo hayamos sabido vivir. Todo esto tendría que llevarnos
a reflexionar y pensar en qué hemos puesto las metas de nuestra vida, cuáles
han sido las cosas que hasta ahora habían sido tan importantes para nosotros,
pero que ahora vemos que quizá pierden valor, que no era lo fundamental de la
vida, que hay otras cosas que en el fondo deseamos pero que muchas veces no
hemos sabido ver ni encontrar.
Si ya nos vamos haciendo esos
planteamientos, van surgiendo esos interrogantes dentro de nosotros todo no
está perdido, todo no ha sido negativo, porque el parón que hemos tenido que
darle a la vida quizás nos ha hecho pensar y plantearnos cosas. Y eso es
positivo en la vida porque es algo que necesitaríamos hacer con frecuencia para
saber ir a lo fundamental.
El vernos aislados o encerrados,
confinados ha sido la palabra de moda, quizá haya hecho surgir en nosotros unos
deseos a los que no dábamos suficiente importancia y aunque lo hacíamos le habíamos
dado mucha superficialidad a la vida. Me refiero a esas ansias de encuentro con
los demás, a esa búsqueda de compañía para nuestras forzadas soledades. ¿Nos
habremos angustiado por ello? ¿Habremos sabido encontrar otras oportunidades y
aunque no haya sido con encuentro físico, sin embargo habremos estado más
comunicados con los demás? Las redes sociales a las que a veces le tenemos
miedo u otras veces las usamos con demasiada superficialidad sin embargo han
podido ser un camino que nos ha llevado a intentar estar al menos comunicados
con los demás. ¿Habrá algo de positivo en todo esto?
Pero a lo largo de todo este tiempo ha
habido unos brotes muy bonitos de solidaridad expresados de muchas maneras,
desde aquellas salidas a los balcones en unas horas determinadas para mostrar
nuestra solidaridad no solo con los que padecían el virus sino también con
aquellos que los estaban cuidando, hasta otros muchos gestos que brotaban por acá
o por allá para no olvidarse de los que más solos estaban o más comenzaban a
padecer incluso necesidad. Se ha despertado algo hermoso que llevamos en
nuestros corazones, la solidaridad, aunque algunas la tenemos demasiado
callada, pero que ahora en muchos se ha hecho notar.
La respuesta que hemos ido dando a lo
que se nos pedía para prevenirnos contra la pandemia ha tenido señales de
madurez en la mayoría de la gente. Siempre habrá locos a los que poco importa
el sufrimiento de los demás y los contagios, pero en general ha habido una
respuesta madura que nos enseña también los valores que hay en nuestras gentes
y que somos capaces de hacerlos florecer. ¿Nos servirá para que cuando volvamos
a la normalidad sigamos mostrando esa madurez y ese compromiso?
Como creyentes también hemos de tener
una mirada. Se ha visto mermada nuestra participación en la vida litúrgica y
celebrativa de nuestra fe, quizás nos ha obligado a despojarnos de adornos y
florituras, quizás aun no podemos participar todos los que quisiéramos en la
celebración de la Eucaristía, pero los verdaderos creyentes, los que han
querido vivir con autenticidad su fe, seguro que han sabido sentir ese apoyo y
esa fuerza del Señor que nunca nos abandona. Aquí cada uno tiene que mirarse y
revisarse, cómo ha vivido desde su fe estos momentos, cómo nos habremos abierto
más a la Palabra de Dios y hemos hecho de nuestros hogares verdaderas iglesias
domésticas donde no ha faltado la oración y también la celebración.
He querido apuntar algunas cosas, pero
he querido ir destacando al tiempo muchas cosas positivas que han ido surgiendo
a lo largo de este tiempo y que tendrían que ser pauta para lo que aún nos
queda. Estamos todos deseando un año mejor, pero pensemos que somos nosotros
los que lo vamos a hacer mejor o peor; que lo vivido este año nos enseñe, nos
ayude a buscar en verdad lo que es lo fundamental.
Pero en este momento final en que
parece que lo que queremos hacer es una lista de cosas que le pediríamos al
Señor para el año que va a comenzar, creo que tendríamos que comenzar por darle
gracias. Con ojos de fe miramos nuestra vida y miramos el año que vivimos y nos
daremos cuenta de que son muchas las cosas por las que le tenemos que dar
gracias al Señor.
Hoy el evangelio de este fin de año nos
habla de tinieblas y de luz, de tinieblas que no quieren dejar ver la luz, pero
de la victoria de la luz y la vida cuando el Verbo se hizo carne y plantó su
tienda entre nosotros y a los que creímos nos hizo el don de hacernos hijos de
Dios. Siempre tenemos la esperanza de que la luz vencerá sobre las tinieblas.
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