El discípulo de Jesús ha de manifestarse en todo momento como mensajero de paz con nuestras palabras, nuestros gestos y las pequeñas cosas de cada día
Job. 19, 21-27; Sal 26; Lucas
10, 1-12
Las costumbres van cambiando o desapareciendo, pero recuerdo lo que de
niño nos enseñaban o simplemente escuchábamos a nuestros mayores cuando se
tocaba en la puerta de una casa, al respondernos desde dentro ¿quién es?, el
que llamaba respondía con una palabra ‘la paz… la paz de Dios’. Una
señal de educación y corrección es cierto pero que en el fondo era algo que quería
significar mucho; quien llegaba a la casa venía en son de paz, venía con la paz
y la paz era lo que se quería encontrar.
Ojalá fuéramos con esa actitud siempre por la vida. Hemos de reconocer
que muchas veces vamos demasiado airados, con mucha violencia acumulada dentro
de nosotros que ante el mínimo roce hace saltar fácilmente la chispa. Son
detalles que manifestamos en muchas reacciones ante cualquier cosa, fácilmente
levantamos la voz y gritamos, tenemos una frase dura con la que contestar; ante
cualquier cosa que no nos guste o vaya en contra de nuestras apreciaciones o
nos parezca que se interponga en lo que estamos haciendo saltamos con
violencia, que muchas veces, es cierto, se queda en palabras, pero que está
expresando toda esa ira contenida que llevamos dentro.
Podríamos fijarnos en muchos detalles de nuestra vida de cada día,
pienso por ejemplo en la circulación con nuestros vehículos cuantas cosas le
decimos al conductor que haya hecho alguna maniobra que se interponga en
nuestro paso, como podíamos pensar en tantos otros contratiempos que nos van
surgiendo continuamente.
Si nos preguntan decimos que nosotros somos personas de paz y somos
capaces de hacer manifestaciones grandilocuentes defendiendo la paz, pero
vayamos a cualquier manifestación en la que reivindiquemos algo y observemos
cómo nos comportamos, y en qué suelen terminar esas manifestaciones que decimos
que son pacificas. Nos cuesta el diálogo y el entendimiento, nos cuesta
reconocer que podemos equivocarnos y que el otro tiene la razón sobre lo que
discutimos, nos acaloramos con facilidad.
Me he extendido mucho en este preámbulo del comentario evangélico que
queremos hacer, pero es bueno que aterricemos en cosas concretas de la vida que
hemos de saber iluminar con la luz del evangelio.
Globalmente el texto del evangelio de hoy nos habla del envío que hace Jesús de sus
primeros discípulos y apóstoles a anunciar el Reino. Y se extiende Jesús en una
serie de recomendaciones de cómo han de hacerlo. Y creo que una recomendación
importante es este mensaje de paz que han de llevar no solo con sus palabras
sino con sus actitudes y comportamientos. Han de ir confiados en Dios y no en
sus propias capacidades, se han de manifestar con pobreza de tal manera que han
de dejar que sean acogidos por los demás, y en medio siempre la paz. Es una característica
importante del Reino de Dios que anuncian. Por eso ha de ser su primera palabra
y su principal anuncio.
Ya previene Jesús que en alguna ocasión no van a ser acogidos, sino
más bien rechazados y no van a encontrar esa paz de la acogida. Su reacción ha
de ser siempre la de la paz. Nunca han de responder queriendo imponer su
mensaje, si no lo reciben han de marchar a otro lugar a hacer el mismo anuncio.
¿Seremos hoy los discípulos de Jesús verdaderos mensajeros de paz? No
se nos pide que hagamos grandes cosas sino que en esas pequeñas cosas de cada
día, allí donde estamos y convivimos con los más cercanos a nosotros siempre
hemos de presentarnos como hombres y mujeres de paz. La paz de Dios ha de ser
nuestra respuesta y nuestra actitud. Celebramos hoy a san Francisco cuya vida
fue y sigue siendo todo un verdadero instrumento de paz para el mundo.
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