Hechos, 18, 1-8
Sal. 97
Jn. 16, 16-20
Sal. 97
Jn. 16, 16-20
‘Muchos corintios, al oír la palabra de Pablo, creyeron y recibieron el Bautismo’. Pablo había partido de Atenas y llegó a la ciudad de Corinto, una ciudad importante y donde poco a poco lograría una comunidad intensa y floreciente. La prueba lo tenemos en las cartas que nos han quedado en el Nuevo Testamento de san Pablo a la comunidad de Corinto.
Creo que, en este año de san Pablo que convocó el Papa para celebrar al año dos mil de su nacimiento, es bueno que nos fijemos en el ardor y celo del apóstol por anunciar el Evangelio de Jesús. Hemos ido siguiendo en los últimos, días al hilo de los Hechos de los Apóstoles que estamos leyendo en este tiempo de Pascua, los viajes del Apóstol, su ir de un lado a otro anunciando el evangelio a pesar de los contratiempos y hasta persecuciones que tuvo que soportar.
Creo que para nosotros, cristianos del siglo XXI, puede y tiene que ser para nosotros un buen estímulo en la tarea evangelizadora que hemos de realizar. En nuestro tiempo no nos es fácil y también nos encontramos un mundo bien alejado del evangelio, aunque mayoritariamente en nuestra sociedad occidental la mayoría estén bautizados. Unos viven unas religiosidades muy elementales y muchos viven un mundo sin Dios, materializado y sensual. Nuevos dioses que sustituyen al verdadero Dios en el corazón del hombre. Y es ahí donde tenemos que anunciar el evangelio, donde tenemos que anunciar la salvación que nos ofrece Jesús que es el que verdaderamente engrandece al hombre.
Esto nos exige a nosotros primero que nada dejarnos impregnar por el evangelio, poner a Jesús en el centro de nuestro corazón y nuestra vida. Y esto es algo que nos falta a muchos cristianos, descubrir que de verdad Jesús es el centro de nuestra vida, dejarnos cautivar por Jesús. Como lo hizo Pablo desde que se encontró con Jesús en el camino de Damasco. Para él ya desde entonces no había nada ni nadie que pudiera cautivar su vida. No conoció a Jesús ni le escuchó directamente cuando Jesús predicó el evangelio por los caminos de Galilea y Palestina, pero supo poner a Jesús en el centro de su corazón; se dejó conducir por el Espíritu de Jesús que era el que le hablaba en su corazón y le hizo descubrir todo el misterio de Jesús.
Dejémonos conducir nosotros por el Espíritu Santo, que, como hemos escuchado repetidamente estos días, es el que nos conducirá a la verdad plena, el que nos ayudará a conocer todo el misterio de Jesús, y que es el que pondrá ese ardor y celo en nuestro corazón convertirnos en verdad testigos del evangelio en medio de nuestro mundo.
Hoy Jesús en el evangelio les decía a los discípulos. ‘Dentro de un poco ya no me verán. Pero en un poco de tiempo más me volverán a ver’. Palabras que les resultaban incomprensibles para los discípulos por lo que se preguntan que significaban. ‘¿Qué querrá decir esto de que dentro de un poco de tiempo ya no me verán, y un poco de tiempo más me volverán a ver?’ Pero Jesús le habla de que esa tristeza que tienen se convertirá en alegría.
Es la alegría que por la fuerza del Espíritu podemos vivir porque nos hace sentir a Cristo en nuestro corazón. Es la alegría de nuestra fe. Es la alegría de poner a Cristo en el centro de nuestra vida. Es la alegría del anuncio del evangelio. No perdamos esa alegría que Cristo está con nosotros.
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