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jueves, 21 de mayo de 2009

La oración de fe salvará al enfermo

Sacramento de la Unción de los enfermos
Santiago, 5, 11-16;
Sal. 89;
Mt. 15, 29-31

‘Acudió mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies y El los curaba…’ Así hemos escuchado este texto como hubiéramos podido escuchar muchos más. Es una escena que se repite en el evangelio.
Cuando Juan le mandó a preguntar si era El quien había de venir, la respuesta de Jesús a los discípulos del Bautista fue: ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia…’
Y Jesús envía a los discípulos a anunciar la Buena Noticia de salvación y a curar a los enfermos. ‘Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación… impondrán las manos a los enfermos y quedarán curados…’
Hoy estamos nosotros dando respuesta a ese mandato de Jesús. Anunciamos y celebramos la Buena Noticia de la salvación. El Evangelio se está haciendo presente hoy entre nosotros. Llega la salvación; celebramos que el Señor nos salva y nos sana. Cristo está en medio de nosotros igual que en aquel momento en que le llevaban los tullidos, los ciegos, los lisiados, los sordomudos… y toda clase de enfermos.
Y Jesús pasa en medio de nosotros y nos toca con su mano salvadora y llena de gracia y nos sana. No es un recuerdo de lo que entonces Jesús hacía, sino algo presente que se realiza ahora mismo en nuestras vidas. Es sacramento. Es el hoy de la salvación de Jesús.
¿Significa que se nos van a acabar los achaques, las enfermedades, la debilidad de nuestros muchos años? Tengamos fe y será lo que el Señor quiera depararnos. Tengamos fe y veremos al Señor que sana nuestra vida.
¿Qué será peor, el dolor de unas piernas a las que les cuesta ya caminar o la impaciencia y desazón que se produce en nuestro interior al vernos tan debilitados? ¿Qué será peor, el que estemos torpes quizá para entender o incluso para llevarnos la comida a la boca, o el egoísmo que nos encierra y que nos hace desconfiados y agresivos hacia los que están a nuestro lado? ¿Qué será peor, que a nuestros ojos les cueste ver con claridad o que nos volvamos huraños, nos encerremos en nuestras soledades o nos aislemos de los demás?
El Señor viene a sanarnos y a salvarnos, a ayudarnos a salir de ese circulo en que nos encerramos, a hacernos más generosos de corazón, a quitar esas actitudes impacientes y violentas que muchas veces se nos meten en la vida, a arrancarnos de ese pecado que nos ha alejado de Dios, a hacer desaparecer esos miedos ante la incertidumbre de lo que va a ser nuestra vida, o ante la muerte que pueda avecinársenos.
Pidamos al Señor que nos sane en lo más hondo de nosotros mismos, que purifique nuestro corazón de todo pecado, que lo llene de su gracia.
Estamos ahora realizando lo mismo que nos decía Santiago en su carta. ‘¿Está enfermo alguno de vosotros?’ Aquí estamos con nuestras debilidades, nuestros achaques, nuestras limitaciones, nuestras discapacidades, nuestros sufrimientos.
‘Llame a los presbíteros de la Iglesia y que oren sobre él…’ Aquí estamos reunidos en Iglesia y en Iglesia en oración con los presbíteros que en nombre del Señor presiden esta comunidad y esta celebración. Y oramos y pedimos al Señor que se haga presente entre nosotros. Y vamos a ser ungidos en nombre del Señor con el Santo Óleo.
‘Y la oración de fe salvará al enfermo…’ Vamos a sentir esa salvación de Dios en nuestra vida y nos vamos a sentir renovados y rejuvenecidos en el espíritu. Porque vamos a sentir que nuestra vida es otra donde habrá más ilusión y más ganas de vivir, más esperanza, más amor y más paz en nuestro corazón y en nuestra convivencia con los demás, después que hayamos sentido que el Señor ha puesto su mano salvadora sobre nosotros, ha vuelto su mirada sobre nosotros y nos ha llenado de su paz.
Que lo sintamos. Que lo vivamos. Que lo celebremos. Que el Señor está hoy aquí en medio de nosotros.

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