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lunes, 31 de agosto de 2015

Necesitamos esperanza trascendente confiando en nosotros mismos, en los demás y en el mundo que podemos hacer mejor porque creemos en Cristo resucitado

Necesitamos esperanza trascendente confiando en nosotros mismos, en los demás y en el mundo que podemos hacer mejor porque creemos en Cristo resucitado

Tes. 4, 13-17; Sal. ; Lucas, 4,16-30

 ‘No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza’. No podemos ser hombres sin esperanza. Este texto lo hemos escuchado y meditado muchas veces. Es de la carta de san Pablo a los Tesalonicenses; está hablando de los últimos tiempos, pero también del sentido de la muerte para el cristiano, pero creo que tendría que ayudarnos a reflexionar para todos los sentidos de nuestra vida.
‘Lo último que se pierde es la esperanza’, es un dicho que se suele repetir en medio de los agobios y problemas que nos va ofreciendo la vida. Pero, ¿qué esperanza tenemos? ¿vivimos con esperanza? Algunos parece que ya han perdido lo ultimo que les quedaba porque han perdido la esperanza.
Hablamos de la esperanza y de la trascendencia de nuestra vida. Los cristianos pensamos en el más allá y en la vida eterna; ponemos nuestra confianza y nuestra esperanza en el Señor, fiándonos de su Palabra. Aunque quizá muchos que se llaman cristianos han perdido ese sentido de trascendencia y en lo menos que piensan es en la vida eterna, absortos solo en este mundo terreno. Hemos pedido un sentido espiritual de la vida y nos hemos materializado demasiado. Ya no le damos autentico sentido de esperanza a nuestra vida.
Necesitamos de esa virtud, necesitamos de ejercitar la esperanza en nuestra vida en esas cosas concretas que vivimos en cada momento en el sentido más humano. Esperamos porque confiamos; confiamos en nosotros mismos y en nuestras posibilidades, en el desarrollo de nuestras capacidades, de nuestras cualidades; como tenemos que aprender a confiar en los demás, a valorar a los otros, sentir que ellos también son capaces pero no solo sentirlo nosotros sino hacérselo sentir a los demás; confiamos en la posibilidades que tiene nuestro mundo porque no podemos ser derrotistas sino que en esa confianza tenemos la esperanza de que las cosas pueden cambiar, pueden mejorar, podemos salir de ese túnel oscuro en el que a veces parece que estamos metidos.
Si no tenemos confianza, si no esperamos nada de nosotros mismos ni de los demás, nuestra vida se hace oscura y difícil; es difícil andar entre tinieblas y así vamos caminando cuando hemos perdido la esperanza. Por eso tenemos que aprender a confiar y a tener esperanza.
Y como creyentes en medio de toda esa esperanza humana sentimos la presencia de Dios, del Dios que ha venido hasta nosotros para ayudarnos a hacer un mundo nuevo. Hoy en el evangelio hemos escuchado la proclama que Jesús hace de su misión allí en la sinagoga de Nazaret leyendo aquel texto de Isaías.
Las cegueras y oscuridades pueden desaparecer de la vida; esas imposibilidades que nos limitan y nos impiden caminar con autonomía y libertad van a desaparecer; aquellas negruras que nos corroen el alma cuando hemos dejado meter el mal dentro de nosotros se van a transformar en luz. Es lo que nos anuncia Jesús con su presencia y nos dice ‘esta escritura que acabáis de hoy se cumple hoy’. Ahí tenemos a Jesús nuestro liberador, nuestro redentor, el que nos llena de su gracia. Viene a proclamar la amnistía y la liberación con el año de gracia del Señor.
Para eso murió y resucitó. Por eso nos decía san Pablo que no podíamos perder la esperanza porque creemos en que Jesús ha muerto y resucitado y nosotros resucitaremos con El. Pongamos esperanza en nuestra vida.

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