Necesitamos esperanza
trascendente confiando en nosotros mismos, en los demás y en el mundo que
podemos hacer mejor porque creemos en Cristo resucitado
1 Tes.
4, 13-17; Sal. ; Lucas, 4,16-30
‘No queremos que ignoréis la suerte
de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza’. No podemos ser hombres sin esperanza. Este texto lo hemos escuchado y
meditado muchas veces. Es de la carta de san Pablo a los Tesalonicenses; está
hablando de los últimos tiempos, pero también del sentido de la muerte para el
cristiano, pero creo que tendría que ayudarnos a reflexionar para todos los
sentidos de nuestra vida.
‘Lo último que se pierde es la
esperanza’, es un dicho que se suele
repetir en medio de los agobios y problemas que nos va ofreciendo la vida.
Pero, ¿qué esperanza tenemos? ¿vivimos con esperanza? Algunos parece que ya han
perdido lo ultimo que les quedaba porque han perdido la esperanza.
Hablamos de la esperanza y de la trascendencia de nuestra vida. Los
cristianos pensamos en el más allá y en la vida eterna; ponemos nuestra
confianza y nuestra esperanza en el Señor, fiándonos de su Palabra. Aunque
quizá muchos que se llaman cristianos han perdido ese sentido de trascendencia
y en lo menos que piensan es en la vida eterna, absortos solo en este mundo
terreno. Hemos pedido un sentido espiritual de la vida y nos hemos
materializado demasiado. Ya no le damos autentico sentido de esperanza a
nuestra vida.
Necesitamos de esa virtud, necesitamos de ejercitar la esperanza en
nuestra vida en esas cosas concretas que vivimos en cada momento en el sentido
más humano. Esperamos porque confiamos; confiamos en nosotros mismos y en
nuestras posibilidades, en el desarrollo de nuestras capacidades, de nuestras
cualidades; como tenemos que aprender a confiar en los demás, a valorar a los
otros, sentir que ellos también son capaces pero no solo sentirlo nosotros sino
hacérselo sentir a los demás; confiamos en la posibilidades que tiene nuestro
mundo porque no podemos ser derrotistas sino que en esa confianza tenemos la
esperanza de que las cosas pueden cambiar, pueden mejorar, podemos salir de ese túnel oscuro en el que a veces parece que estamos metidos.
Si no tenemos confianza, si no esperamos nada de nosotros mismos ni de
los demás, nuestra vida se hace oscura y difícil; es difícil andar entre
tinieblas y así vamos caminando cuando hemos perdido la esperanza. Por eso
tenemos que aprender a confiar y a tener esperanza.
Y como creyentes en medio de toda esa esperanza humana sentimos la
presencia de Dios, del Dios que ha venido hasta nosotros para ayudarnos a hacer
un mundo nuevo. Hoy en el evangelio hemos escuchado la proclama que Jesús hace
de su misión allí en la sinagoga de Nazaret leyendo aquel texto de Isaías.
Las cegueras y oscuridades pueden desaparecer de la vida; esas
imposibilidades que nos limitan y nos impiden caminar con autonomía y libertad
van a desaparecer; aquellas negruras que nos corroen el alma cuando hemos
dejado meter el mal dentro de nosotros se van a transformar en luz. Es lo que
nos anuncia Jesús con su presencia y nos dice ‘esta escritura que acabáis de hoy
se cumple hoy’. Ahí tenemos a Jesús nuestro
liberador, nuestro redentor, el que nos llena de su gracia. Viene a proclamar
la amnistía y la liberación con el año de gracia del Señor.
Para eso murió y resucitó. Por eso nos decía san Pablo que no podíamos
perder la esperanza porque creemos en que Jesús ha muerto y resucitado y
nosotros resucitaremos con El. Pongamos esperanza en nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario