Allí donde hay un cristiano siempre ha de vencer y reinar el bien, la verdad, la justicia, la paz
1Tesalonicenses
5, 1-6. 9-11; Sal 26; Lucas 4, 31-37
Bajó Jesús a Cafarnaún, ayer lo contemplábamos en la
sinagoga de Nazaret, y allí en la sinagoga enseñaba a las gentes los sábados.
Aquella nueva forma de enseñar llenaba a todos de admiración. Las noticias
corrían de boca en boca y acudían a escucharle y a ver las obras que hacía.
Porque hablaba con autoridad.
Había comenzado Jesús anunciando la llegada del Reino
de Dios. En la sinagoga de Nazaret, como una presentación programática, había
dicho cuales eran las señales del Reino de Dios. Comenzaba un mundo nuevo en
que todos nos veríamos liberados de esclavitudes y opresiones, empezando por lo
más hondo de nosotros mismos. La liberación de las limitaciones corporales era
signo de esa liberación interior que hay que hacer en nuestro interior. Con un
corazón renovado nuestro mundo será distinto. No comenzamos desde fuera sino
desde dentro del corazón del hombre. El mundo había de ser renovado para hacer
desaparecer todo mal porque además llegaba el perdón de Dios.
Ahora contemplamos cómo esas señales se van realizando
en Jesús. Es la fuerza de su Palabra con la que anuncia de una manera nueva el
Reino de Dios. Pero es también ese mal que va siendo vencido, por mucha
resistencia que opongamos. Había en la sinagoga un hombre poseído por un
espíritu inmundo y al ver y escuchar a Jesús se pone a la defensiva, quiere
rechazar la acción de Jesús. Pero allí está el poder de Dios que manifiesta su
soberanía sobre todo. El espíritu inmundo es arrojado de aquel hombre. Allí
donde está Jesús siempre vence el bien sobre el mal.
Escuchamos también nosotros a Jesús. Cada día dejamos
que su Palabra se vaya plantando en nuestro corazón y hemos de sentir paso a
paso esa renovación que ha de irse produciendo en nosotros. Hemos de ir dando
señales de ese Reinado de Dios en nuestra vida, porque con nuestra vida, con
nuestros actos, con nuestros gestos vamos dando señales de esa presencia de
Dios en nosotros.
Pero si decíamos antes que allí donde está Jesús el
bien vence el mal, tendríamos que decir también que allí donde está un
cristiano siempre tiene que vencer el bien, la bondad, la verdad, la justicia.
No podemos dejar que el mal se apodere de nuestro mundo; hemos de ir sembrando
siempre la buena semilla; hemos de ir llenando día a día nuestro mundo de más
amor, de mayor justicia, de una paz más profunda en todos los corazones y en
las relaciones entre unos y otros; no podemos dejar que la mentira, la
falsedad, la hipocresía, la vanidad se apoderen de nuestro mundo.
Es nuestra tarea porque somos otros cristos, porque
para eso hemos sido consagrados en nuestro bautismo. Preocupémonos de sembrar
cada día esa buena semilla en nuestro corazón y en aquellos que nos rodean y
así iremos haciendo que nuestro mundo sea mejor.
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