A ese
templo de religión y cristianismo que nos hemos construido Jesús tendría que
venir a derribar muchas cosas y a hacernos cambiar muchas actitudes
Éxodo 20, 1-17; Salmo 18; 1Corintios
1, 22-25; Juan 2, 13-25
Cuidado que el árbol no nos deje ver el
bosque; cuidado que la anécdota se convierta en el atractivo y no nos deje
profundizar en el mensaje para que nos llegue a nuestra vida en la situación
concreta en que vivimos.
Tentados estamos en darle vueltas y más
vueltas al episodio que se nos narra hoy en el evangelio, con las explicaciones
de por qué aquellos animales para los sacrificios o el motivo de aquellos
cambios de monedas en el templo y nos quedemos en lo que pudiera ser anecdótico
y solo un signo que nos lleva a algo más profundo.
¿En qué situaciones nos podemos
encontrar hoy y que encuentren como un eco en lo que nos narra el evangelio?
muchas veces quizás hayamos podido convertir todo lo que atañe a nuestra relación
con Dios y en lo que convertimos muchas veces nuestra vida cristiana en unas costumbres
– siempre nos lo han enseñado así, nos decimos -, en unos ritos que repetimos –
porque eso es la tradición -, en unas cosas que tenemos que cumplir – porque
cuando cumplimos ya nos quedamos satisfechos y parece, por ejemplo, que el
domingo no es domingo porque no hemos venido a Misa, aunque nos la pasáramos
pensando en las musarañas -. Y en eso reducimos muchas veces todo lo que es ser
cristiano.
¿Dónde ha estado en nuestras
celebraciones un encuentro vivo con Dios sintiendo el gozo de su presencia allá
en lo más hondo de nosotros? ¿Qué marca ha dejado en nuestra vida esa Palabra
de Dios que se ha proclamado en la celebración? ¿Cuando salimos de la Iglesia
ya vamos con el propósito de algo nuevo y distinto que allí en la Palabra de
Dios encontramos? ¿Qué recuerdo nos queda el domingo por la tarde de esa
Palabra que escuchamos en la Misa de la mañana? Y así podríamos hacernos muchas
más preguntas. ¿En qué estábamos, o donde estábamos mientras se iba realizando
el rito de la celebración? ¿Nos habremos quedado en un culto vacío?
Pero
bien nos damos cuenta que todo nuestro ser cristiano no se reduce al
cumplimiento, y volvemos con la misma palabra, de unos ritos o unas
celebraciones. El evangelio de Jesús es una propuesta de vida, es un sentido
nuevo para lo que hacemos y para lo que es toda nuestra vida. El evangelio es
una buena noticia – porque así mismo lo significa la palabra – de una vida
nueva que llamamos el Reino de Dios. ¿El
Reino de Dios se nos queda en que le pongamos una hermosa corona a nuestra
imagen preferida de Jesús o de la Virgen o los santos? Entre vosotros no será
como en los reinos de este mundo, les dice Jesús en muchas ocasiones a los discípulos.
Y nos hablará de unas actitudes nuevas que hemos de tener los unos con los
otros.
Es lo que en verdad tenemos que
descubrir. Cuando estamos reconociendo que Dios es el único Señor de nuestra
vida estamos abriendo los ojos a mirar con una mirada distinta cuanto nos
rodea, a mirar con una mirada nueva y distinta las personas que están a nuestro
lado o componemos nuestro mundo. Ya nos decía Jesús que no es en la búsqueda de
lugares de honor o de primeros puestos cómo vamos a manifestar en verdad que
Dios es el único Señor de nuestra vida. Es cuando seamos capaces de ver a Dios
en aquellos que están a nuestro lado y amarlos con ese amor de Dios. Por eso
nos hablará de hacernos los últimos y los servidores de todos. Como lo hizo
Jesús.
Nuestro trabajo, nuestras
responsabilidades, lo que vamos haciendo en la vida adquieren un nuevo sentido
y un nuevo valor. Ya no podemos ir pensando solo en nosotros mismos y en
nuestras ganancias personales; ya tenemos que comenzar a pensar como estaremos
contribuyendo con lo que es nuestra vida al bien de ese mundo porque es al bien
de cuantos nos rodean. Con qué responsabilidad tenemos que tomarnos la vida y
cuanto hacemos; con cuanta responsabilidad nos sentimos de ese mundo que está
en nuestras manos. Mucho tendría que cambiar cuando de verdad nos encontramos
con el evangelio de Jesús nuestra vida, lo que hacemos y todo lo que son
nuestras responsabilidades.
Ya nuestra vida no son simplemente unas
costumbres o unas rutinas; ya no nos podemos quedar en hacer unas cosas por
cumplimiento o realizar unos ritos para quedarnos como tranquilos en nuestra
conciencia porque ya cumplimos. Ya no es solo que en un momento quizá de
generosidad hagamos unas ofrendas, llevemos unas flores, ofrezcamos unas cosas,
sino que la ofrenda tiene que ser algo más hondo, no de cosas, sino de nosotros
mismos desde lo más hondo de nosotros.
Volvemos a lo que podríamos llamar la
anécdota del evangelio de hoy, ¿no tendría que venir Jesús a ese templo de
religión y de cristianismo a nuestra manera que nos hemos construido a derribar
muchas cosas, a echar fuera muchas pobres actitudes porque el culto que le
debemos a Dios tiene que ser algo más hondo y profundo que ofrezcamos con toda nuestra
vida? ¿Cómo se tendría que renovar ese templo de Dios que somos nosotros y qué
nuevas actitudes y valores tendríamos que hacer florecer?
No hay comentarios:
Publicar un comentario