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jueves, 25 de febrero de 2021

Sabemos que una puerta siempre está abierta para nosotros porque Dios tiene la puerta siempre abierta para sus hijos

 


Sabemos que una puerta siempre está abierta para nosotros porque Dios tiene la puerta siempre abierta para sus hijos

Ester 4, 17k. l-z; Sal 137; Mateo 7, 7-12

En aquella casa están siempre con las puertas abiertas. Hoy sería algo extraño, pero los mayores recordamos otros tiempos en que las puertas de nuestras casas estaban siempre abiertas; no hacía falta poco menos que echar la puerta abajo para entrar sino que llamabas y entrabas; lo he vivido hasta no hace muchos años en algunos lugares, no hacían falta timbres ni videos para ver quien estaba a la puerta; una simple llamada y sabias que siempre eras bien acogido. La imagen de la puerta abierta puede darnos muchos sentidos, porque  no es solo la casa sino la persona, el corazón lo que está abierto para los demás. Sabemos que podemos ir y confiamos con toda certeza que seremos recibidos, que seremos escuchados, que seremos atendidos, que vamos a encontrar lo que buscamos.

Sabemos, sí, de una puerta que está siempre abierta para nosotros. Es lo que Jesús quiere decirnos hoy; es lo que vemos reflejado en su vida, imagen verdadera del Padre del cielo. Recorriendo el evangelio lo vemos, como todos pueden acercarse a Jesús, no importa cual sea su condición porque todos van a ser acogidos; y aquellos que parecen los últimos van a ser los primeros, porque primeros serán los pecadores, sea cual sea su pecado. Siempre habrá una respuesta que será siempre una respuesta de amor, porque asegurado está el perdón.

‘Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre’. Y nos habla del padre que siempre atiende la petición de su hijo para darle lo mejor, ¿cómo no lo hará nuestro Padre del cielo?

Nos invita Jesús a que lo hagamos con toda confianza porque siempre está asegurado el amor que Dios nos tiene. Por eso pedimos, buscamos, llamamos. Tres palabras, tres verbos, tres actitudes muy presentes siempre en nuestro corazón. Con la certeza de que seremos escuchados, con la certeza de que nos vamos a encontrar siempre con el amor, con la certeza de que el corazón de Dios siempre está abierto para sus hijos. Aunque nosotros lo olvidemos, aunque nosotros queramos construirnos la vida por nosotros mismos creyéndonos autosuficientes.

Muchos dicen que buscan a Dios y no lo encuentran. ¿No será ya que van con prevenciones en esa búsqueda? ¿No será que vamos poniendo nuestras condiciones? Tenemos que ir siempre con la confianza de que vamos a encontrar, pero no pensemos que tiene que ser a nuestra manera. Somos rebuscados cuando queremos ir a nuestra manera y Dios se nos manifiesta a su manera que siempre es mucho más sencillo de lo que nosotros podamos imaginar. Por eso la confianza que hemos de poner por delante para no poner condiciones, para no exigir pruebas a nuestro estilo. Vacíate de ti mismo, siéntete pobre delante de Dios y lo encontrarás.

¿No dijimos antes que los que parecían los últimos van a ser los primeros? Pues así en nuestra y con nuestra pobreza vamos a Dios, vaciándonos de autosuficiencias y de los orgullos de nuestros saberes, y vas a encontrar a Dios, porque Dios te sale a tu encuentro, viene a tu encuentro y te hace el camino más fácil de lo que tú te lo habías imaginado.

Dios siempre tiene la puerta abierta para sus hijos. No le cierres tu puerta a Dios, porque eso es una tentación que sutilmente nos puede aparecer. Pero piensa también que no cerrar la puerta a Dios es no cerrársela a los demás, cosa que hacemos con demasiada frecuencia.

‘¡Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor!’ lo podemos decir con toda certeza y con toda confianza. Mucha experiencia de ello tenemos en nuestra vida.

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