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martes, 23 de febrero de 2021

Aprendamos a orar aprendiendo a dejarnos empapar por Dios como una lluvia que mansamente nos inunda y nos hace dar nuevos frutos de amor y de vida

 


Aprendamos a orar aprendiendo a dejarnos empapar por Dios como una lluvia que mansamente nos inunda y nos hace dar nuevos frutos de amor y de vida

Isaías 55, 10-11; Sal 33; Mateo 6, 7-15

Quizás alguna vez nos hemos sorprendido a nosotros mismos contemplando la lluvia desde detrás de los cristales de nuestra ventana; ya hemos procurado que nadie nos sorprendiera para que no tener que oír si no teníamos cosa mejor que hacer que ver llover. Pues seguramente en ese momento no había cosa mejor que hacer; a mí me encanta, como me encantaba cuando era más joven y más atrevido circular en medio de la lluvia, a través de caminos poco menos que impracticables como muchas veces me tocó hacer en algunos lugares donde he habitado.

Pero si recuerdo esto, y lo hago de mano de lo que hemos escuchado hoy en las lecturas de la Palabra de este día, porque realmente es hermoso y se está como realizando un misterio de vida delante de nosotros cuando vemos llover y se va empapando la tierra donde luego germinarán fecundas las semillas para darnos hermosas plantas y hermosas flores y frutos. Ese irse depositando mansamente el agua en el terreno, cuando apenas vemos caer las gotas sino como una suave cortina que todo lo envuelve, pero donde vemos como la tierra se va empapando y empapando. Una imagen muy hermosa, una imagen que nos puede también decir muchas cosas.


Como ya hemos mencionado el profeta emplea esta imagen de la lluvia que cae y que todo lo empapa, pero en el evangelio se ha hecho el planteamiento de la oración. Hoy se nos recogen palabras de Jesús en el sermón del monte, pero al hilo de otro evangelista vemos que los discípulos en una ocasión se acercaron a Jesús para pedirle que les enseñara a orar. Seguramente será una petición que llevamos ahí escondida en nuestro corazón porque queremos orar y muchas veces no sabemos como hacerlo; repetimos fórmulas de oración ya elaboradas o cuando por nosotros mismos queremos balbucear nuestra propia oración casi no nos salen las palabras y a lo más nos ponemos a hacer simplemente un listado de peticiones.

También nosotros hoy queremos pedirle a Jesús que nos enseñe a orar. Y ya nos dice que no usemos de muchas palabras sino que nuestra oración tiene que ser como más sencilla y más espontánea. Pero no queremos dejarnos nada en el tintero, son tantas las cosas que queremos decir que igualmente nos ponemos a decir muchas palabras, pero nos ponemos poco a hacer silencio interior para sentir a Dios, para llenarnos de Dios, para escuchar esa presencia de Dios.

Y es aquí donde quiero utilizar esa imagen de la lluvia con la que hemos comenzado hoy nuestra reflexión. ¿Por qué no pensar que la oración es ese empaparnos de Dios como la tierra en la que cae mansamente la lluvia y poco a poco se va empapando de esa agua que la fecunda y la hace fructificar? Sí, dejarnos empapar por Dios; quedarnos quietos para ir dejando que Dios nos vaya inundando, sí, inundarnos de Dios.

Vamos a gozarnos de su presencia, escuchar su presencia que solo lo podemos hacer si hacemos silencio en nosotros, vamos a dejarnos sorprender por cuanto El irá suscitando en nuestro corazón, vamos a sentir que igual que corre la sangre por nuestras venas así Dios va llenando todo nuestro espíritu con su Espíritu y sentiremos entonces que ya no es nuestra vida sino la vida de Dios la que circula dentro de nosotros. Vamos a hacer silencio y quedarnos callados, porque sobran las palabras para que así podamos escuchar bien la Palabra, su Palabra de vida y de amor que nos llena y que nos inunda.

Nos sentiremos como en el cielo porque el cielo ha venido a nosotros y ya no está Dios allá en la lejanía de las alturas sino que lo sentiremos en nosotros y sentiremos entonces el gozo de su gloria, la alegría de su amor que nos transforma y así fluirá nuestra vida no ya por nuestros caprichos o caducas voluntades sino siempre en lo que es la voluntad del Señor. Casi no necesitaremos pedirle que nos ayude, aunque lo hagamos, porque en El y en su Espíritu nos sentiremos fortalecidos y comenzará a fluir de nosotros casi espontáneamente el amor y la paz.

Hagamos silencio, dejemos que esa lluvia de la presencia de Dios mansamente vaya poco a poco empapándonos para sentirnos así inundados por una nueva vida y por el amor. Nos veremos transformados porque nos sentimos amados de Dios y aprendemos a gustar y saborear esa hermosa palabra con la que comenzaremos a llamar a Dios, Padre.

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