Seamos
capaces de tener la mirada de Dios hacia los demás y comenzaremos a tratarnos
con dignidad y nuestra vida se llenará de amor y de paz
Ezequiel 18, 21-28; Sal 129; Mateo 5, 20-26
La medida de la grandeza del hombre, de
la grandeza de la persona es el amor. Podemos tener la tentación de que al
pensar en grandezas busquemos riquezas o busquemos poder, busquemos
reconocimientos o busquemos honores. Pero el amor nos hace grandes porque nos
hace humildes, el amor nos hace grandes porque no nos buscamos a nosotros
mismos sino que buscamos siempre el bien de los demás, el amor nos hace grandes
porque nos hace tener la mirada que en verdad dignifica a la persona, nos
dignifica a nosotros pero dignifica a los demás.
Hoy leía algo sobre un poeta que en sus
bellas palabras nos venía a decir que el amor nos hace mirar al otro con la
mirada de la divinidad. Es una mirada distinta cuando miramos con amor, como decíamos,
no solo nos dignifica a nosotros sino que nos hace tratar con dignidad a los
demás. Y esa es la maravilla del amor cristiano, en el que queremos copiar en
nosotros lo que es el amor de Dios. Bueno, ya nos enseñará Jesús que tenemos
que amar al prójimo como El nos ha amado.
Amar no es solo decirlo de palabras; el
amor es algo que tenemos que construir día a día; el amor se va manifestando en
pequeñas cosas, en pequeños detalles gestos que tenemos con los demás, en ese
buen trato, en ese trato digno que con ellos tenemos. Por eso el amor verdadero
evita todo tipo de violencia. Aunque el conjunto de los diez mandamientos nos
expresa y manifiesta cómo ha de ser ese amor hecho también respeto por los
otros, fijémonos que muchas veces cuando hablamos del amor un poco parece que
lo redujéramos al quinto mandamiento, el ‘no matarás’, aunque luego nos
lo tomemos demasiado literalmente y como no llegamos al hecho de quitar la vida
a alguien ya nos quedamos tranquilos y satisfechos como si ya lo tuviéramos
todo hecho.
Con una somera reflexión, aunque
tenemos que intentar hacerla siempre lo más profunda que podamos, sin embargo
nos damos cuenta como en ese no matar está englobado todo lo que pueda
significar hacer daño al otro; y hacemos daño no solo porque le arranquemos la
vida, sino que le podemos hacer daño con nuestras palabras, con nuestras
actitudes, con nuestros gestos de desprecio o no valoración, con la poca
sinceridad que nos mostremos en nuestras mutuas relaciones. Mira su dignidad y
respétasela y no le harás daño, es más
te darás por él, buscarás el hacerle el bien, tratarás de hacer que la relación
mutua sea agradable y amistosa, procurarás siempre su felicidad.
Es lo que nos enseña hoy Jesús en el
evangelio; es lo que pide para nuestras mutuas relaciones; es la búsqueda del
encuentro en todo momento para acogernos mutuamente; es el saber comprender que
quizá en nuestra debilidad en un momento dijimos, hicimos o tuvimos algún mal
gesto que nos pudiera distanciar y por eso hemos de saber buscar el
reencuentro, tomando siempre nosotros la iniciativa de la reconciliación. Y en
la búsqueda de la reconciliación hemos de saber tener la grandeza de la
humildad para reconocer nuestro error y nuestra debilidad y saber pedir perdón,
que bien sabemos cuanto nos cuesta.
Aunque muchas veces tratemos de
disimularlo y en nuestro orgullo no somos capaces de agachar la cabeza cuando
se ha producido un distanciamiento con el otro, sin embargo cuánto nos duele
por dentro. Aunque la gente parece que se haya acostumbrado en ocasiones a
vivir en esos distanciamientos. Qué lástima cuando entre hermanos o entre
familiares andamos divididos y enfrentados hasta el punto de muchas veces
negarse el saludo. Qué triste cuando vemos vecinos que por un mal momento que
se tuvo en tiempos pretéritos, tan lejanos que ya ni saben ni recuerdan cuando
comenzó esa situación, aún se mantienen las distancias, los resentimientos y
rencores, el no hablarse aunque se viva pared con pared y todos los días nos
los estemos encontrando casi a la puerta de la casa. Son situaciones dolorosas,
pero de las que no se sabe salir.
Que seamos capaces de tener la mirada
de Dios hacia los demás y comenzaremos a tratarnos con dignidad y nuestra vida
se llenará de amor y de paz. ¡Cuánta falta nos hace!
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