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viernes, 8 de abril de 2011

Los buenos resultan incómodos y a Jesús quieren quitarlo de en medio

Sab. 2, 1.12-22;

Sal. 33;

Jn. 7, 1-2.10.25-30

Mientras escuchamos la lectura del libro de la Sabiduría que hoy nos ofrece la liturgia podría parecer que estamos escuchando una descripción de la vida, de la pasión y de la muerte de Jesús en la cruz. En cierto modo con ese sentido nos lo ofrece la liturgia en este viernes de la cuarta semana de cuaresma. Pero es también lo que le sucede a todo hombre recto y justo que busca por encima de todo hacer siempre el bien.

Los buenos nos resultan incómodos, viene a decirnos el texto del sabio del Antiguo Testamento. ‘Es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima’. Le sucedió a Jesús y sigue sucediendo a todos los hombres de bien, que siempre habrá quien quiera poner en duda la rectitud y buena intención de sus obras buenas.

¿No lo hemos escuchado muchas veces? ‘Algo querrá sacar de eso que hace, así por las buenas, por su cara bonita, no lo hace…’ y frases por el estilo. Siempre hay desconfianza. No nos comprometemos nosotros y no creemos que alguien pueda comprometer su vida, dar su tiempo, trabajar buenamente por los demás. Tendríamos que aprender la lección y no andar con tantas desconfianzas, y viendo malas o torcidas intenciones por todas partes.

El evangelio comienza a describirnos el drama de Jesús. Querían quitarlo de en medio. Nos dice el evangelista que ‘Jesús andaba por Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo’. Por eso en principio no sube a Jerusalén a la fiesta de las tiendas cuando suben sus parientes y vecinos, sino que lo hará más tarde.

Una anotación a una expresión que nos aparece en el evangelio de san Juan. Este evangelista habla con la expresión ‘los judíos’ para referirse a aquellos que atentaban contra Jesús y al final le llevan a muerte. Decir ‘los judíos’ podría parecer que se esta refiriendo a todos los judíos o a todo el pueblo, cuando realmente es una referencia a las autoridades judías, sumos sacerdotes, sanedrín, hombres principales sobre todo escribas fariseos y saduceos. En este segundo tomo de la vida de Jesús que ha publicado el Papa, se hace una aclaración en este sentido que ha sido bien recibida incluso por los judíos de nuestros tiempos.

Escuchamos hoy la reacción ante la presencia de Jesús. ‘¿No es éste al que intentan matar?’ Se preguntan incluso si es que ‘los jefes se han convencido de que Jesús es el Mesías esperado’. No está Jesús en huída ante lo que puedan hacer los judíos. Sino que Jesús sigue manifestándose como el que es el enviado de Dios. Intentaban echarle mano, pero no lo podían hacer. Y el evangelista dice que ‘aún no había llegado su hora’.

La hora de Jesús. Aparece repetidamente en el evangelio de Juan. Ya cuando las bodas de Caná le dice a María que no ha llegado su hora. Ahora vuelve a aparecer esta expresión, pero cuando vaya a comenzar la pasión nos dirá el evangelista ‘sabiendo Jesús que habia llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…’ Ya diría en otro momento que a él nadie le arrebata su vida, sino que la entrega libremente. Aunque sea dolorosa su entrega, es una entrega de amor, es una entrega libre que Jesús hace de sí mismo para ser nuestra salvación.

En Getsemaní hablará de la hora de las tinieblas. Hora de tinieblas porque era la hora de la pasión y de la muerte, donde podría parecer que el mal era el que vencía, pero que se convertiría en hora de luz y de vida, por la salvación que Jesús nos está ofreciendo.

Vamos nosotros a seguir paso a paso su entrega, contemplar su amor, disponer nuestro corazón para llenarnos de la vida y de la gracia que quiere ofrecernos. Vamos a estar muy atento al evangelio que escuchemos en estos días y todo el rico mensaje que nos ofrece la palabra de Dios. Queremos llegar a la hora de la luz para salir de esas tinieblas de muerte que nos envuelven con el pecado. Vamos a sentir esa sangre redentora de Cristo que queremos que caiga sobre nosotros para que nos lave y purifique, para que haga fecunda nuestra vida en buenas obras y podamos resplandecer en santidad. Que el Señor nos conceda esa gracia.

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