Necesitamos que el anuncio del
evangelio nos cure para que podamos mostrar en verdad las señales del Reino y
el mundo crea
Esdras, 9, 5-9; Sal. Tb 13,2.3-4.6; Lucas, 9,1-6
‘Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea
en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes’. Se pusieron en camino… anunciando… curando… haciendo presente la Buena
Noticia del Reino.
Pero cuales eran las recomendaciones que Jesús les había hecho. El
camino habían de hacerlo en pobreza, en humildad, en apertura de corazón, con
generosidad. No habían de llevar nada. ‘No llevéis nada para el camino’. No habían de buscar apoyos humanos. ‘Ni bastón ni alforja, ni pan ni
dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto’. Abiertos a la generosidad de la gente. 'Quedaos en la casa donde entréis,
hasta que os vayáis de aquel sitio’`. Su mensaje
sería siempre un mensaje de paz, lo recibieran o no lo recibieran.
Y así se pusieron en camino. Y la Palabra anunciada era confirmada con
las señales. Llevaban la salud y la paz, anunciaban la gracia y el perdón. Y
quienes los escuchaban se sentían curados, se sentían transformados. Se estaba
creando en verdad un mundo nuevo.
Fue la tarea de aquellos primeros discípulos escogidos y llamados de
manera especial por Jesús pero sigue siendo nuestra tarea, la tarea de la
Iglesia. Con el mismo espíritu tenemos nosotros que hacer también el anuncio
del evangelio. Y decir con el mismo espíritu es la misma pobreza y la misma
generosidad. Decir con el mismo espíritu es fiarnos del Espíritu del Señor que
es nuestro único apoyo y quien nos guía, quien guía a la Iglesia y quien nos
inspira a cada uno de nosotros en aquello bueno que vamos haciendo.
¿Será así como nosotros anunciamos el Evangelio? ¿Lograremos también
esas mismas curaciones de las que nos
habla el evangelio? Las señales tienen que seguirse dando, porque no es nuestra
obra sino la obra del Señor. No podemos ser obstáculo a ese obrar de Dios. Y
somos obstáculo que impide que se manifiesten esas señales de Dios cuando
confiamos más en nosotros mismos que en el Señor; somos obstáculo cuando
pensamos que son los medios e instrumentos humanos los que hacen eficaz la obra
que en nombre del Señor hemos de realizar; somos obstáculo cuando no brilla en
nosotros ese espíritu de pobreza para ir al encuentro de los demás, sintiéndonos
tan pobres que solo vamos a tener lo que ellos nos ofrezcan; somos obstáculo
cuando nos presentamos con ostentación y vanidad en nosotros o en las cosas que
llevamos o tenemos.
Cuántas cosas tendríamos que revisar en nuestra vida y en la apariencia
que da la vida de la Iglesia. De cuántas cosas hemos de ser curados nosotros
también. No podemos ser una iglesia del poder, sino una iglesia pobre que se
hace igual que los pobres que la rodean. No es abajarse para parecernos, sino
para ser pobre entre los pobres.
Necesitamos aprender a ponernos en camino con aquel mismo
desprendimiento. Necesitamos ser evangelizados por esos pobres de nuestro mundo
para que en verdad aprendamos a presentarnos con el verdadero espíritu de
Jesús. Los apóstoles se pusieron en camino y al anunciar el evangelio iban
curando por todas partes; somos nosotros, la iglesia, los primeros que
necesitamos ser curados por la fuerza y por el anuncio del Evangelio para que
podamos con todo sentido realizar nuestra misión.
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