El Señor hablaba cara a cara con Moisés, como habla un hombre con su amigo
Exodo, 33, 7-11; 34, 5-9.28; Sal. 102; Mt. 13, 36-43
‘El Señor hablaba cara
a cara con Moisés, como habla un hombre con su amigo’. Hermosa imagen que nos habla de la
cercanía de Dios, que nos habla de cómo ha de ser nuestra oración. No perdemos
de vista la inmensidad y la grandeza de Dios; no olvidamos que es el Señor de
cielo y tierra creador de todas las cosas; tenemos muy presente su
omnipotencia, su poder, que es el Dios único de nuestra vida a quien hemos de
reconocer y adorar. Pero sentimos su cercanía y su amor.
‘El Señor pasó ante él
proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y
rico en clemencia y lealtad, misericordioso hasta la milésima generación… y
Moisés al momento se inclinó y se postró por tierra…’
Y Moisés le pide a Dios que vaya con ellos siempre, ‘aunque sean un pueblo de dura cerviz’ rogándole que perdone sus
culpas y pecados.
Nos postramos ante Dios y lo adoramos; reconocemos
nuestra indignidad y nuestro pecado; pedimos al Señor que esté siempre con
nosotros. Es como ha de ser siempre nuestra oración. Fijémonos en la oración
litúrgica; comenzamos reconociendo esa presencia del Señor con el saludo
sacerdotal; en el saludo el sacerdote nos desea la paz y el amor del Señor, que
el Señor esté con nosotros; es como un acto de fe.
Hemos de ser conscientes siempre de lo que expresamos
en los textos litúrgicos que no pueden ser simplemente un rito que repetimos;
es un peligro que tenemos; muchas veces incluso en el comienzo de la
celebración, porque lleguemos tarde, porque estemos más bien mirando quien está
en la Iglesia, o porque estamos simplemente en nuestras cosas, quizá no lo
damos toda la importancia que tiene ese saludo e inicio de la celebración.
Pero fijémonos en cual es siempre el segundo paso de
nuestra celebración. Sintiéndonos en la presencia del Señor nos damos cuenta
que somos pecadores, nos reconocemos pecadores. ‘Perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya’, que
le decía Moisés al Señor. Así nos sentimos con toda sinceridad en la presencia
del Señor.
El momento que sigue, sobre todo en la celebración de
la Eucaristía, es el de la alabanza, de cantar la gloria del Señor, de
proclamar nuestra acción de gracias. ‘Te
alabamos, te bendecimos, te damos gracias… con el Espíritu Santo en la gloria
de Dios Padre’.
A la luz del texto de libro del Exodo he querido
detenerme en estos sencillos aspectos en esta breve reflexión. Quisiera que en
verdad esto nos ayudara a vivir con intesidad nuestra oración al Señor y a
darle sentido verdadero a nuestras celebraciones para que no caigamos en
rutinas que facilmente nos deslizan por la pendiente que termina en la frialdad
y en un vivir sin sentido aquello que tendría que ser tan importante para
nosotros.
‘El Señor hablaba cara
a cara con Moisés, como habla un hombre con su amigo’. Que así con esa intensidad hagamos
nuestra oración como un encuentro vivo y profundo con el Señor.
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