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martes, 30 de julio de 2013

El Señor hablaba cara a cara con Moisés, como habla un hombre con su amigo

Exodo, 33, 7-11; 34, 5-9.28; Sal. 102; Mt. 13, 36-43
‘El Señor hablaba cara a cara con Moisés, como habla un hombre con su amigo’. Hermosa imagen que nos habla de la cercanía de Dios, que nos habla de cómo ha de ser nuestra oración. No perdemos de vista la inmensidad y la grandeza de Dios; no olvidamos que es el Señor de cielo y tierra creador de todas las cosas; tenemos muy presente su omnipotencia, su poder, que es el Dios único de nuestra vida a quien hemos de reconocer y adorar. Pero sentimos su cercanía y su amor.
‘El Señor pasó ante él proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, misericordioso hasta la milésima generación… y Moisés al momento se inclinó y se postró por tierra…’  Y Moisés le pide a Dios que vaya con ellos siempre, ‘aunque sean un pueblo de dura cerviz’ rogándole que perdone sus culpas y pecados.
Nos postramos ante Dios y lo adoramos; reconocemos nuestra indignidad y nuestro pecado; pedimos al Señor que esté siempre con nosotros. Es como ha de ser siempre nuestra oración. Fijémonos en la oración litúrgica; comenzamos reconociendo esa presencia del Señor con el saludo sacerdotal; en el saludo el sacerdote nos desea la paz y el amor del Señor, que el Señor esté con nosotros; es como un acto de fe.
Hemos de ser conscientes siempre de lo que expresamos en los textos litúrgicos que no pueden ser simplemente un rito que repetimos; es un peligro que tenemos; muchas veces incluso en el comienzo de la celebración, porque lleguemos tarde, porque estemos más bien mirando quien está en la Iglesia, o porque estamos simplemente en nuestras cosas, quizá no lo damos toda la importancia que tiene ese saludo e inicio de la celebración.
Pero fijémonos en cual es siempre el segundo paso de nuestra celebración. Sintiéndonos en la presencia del Señor nos damos cuenta que somos pecadores, nos reconocemos pecadores. ‘Perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya’, que le decía Moisés al Señor. Así nos sentimos con toda sinceridad en la presencia del Señor.
El momento que sigue, sobre todo en la celebración de la Eucaristía, es el de la alabanza, de cantar la gloria del Señor, de proclamar nuestra acción de gracias. ‘Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias… con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre’.
A la luz del texto de libro del Exodo he querido detenerme en estos sencillos aspectos en esta breve reflexión. Quisiera que en verdad esto nos ayudara a vivir con intesidad nuestra oración al Señor y a darle sentido verdadero a nuestras celebraciones para que no caigamos en rutinas que facilmente nos deslizan por la pendiente que termina en la frialdad y en un vivir sin sentido aquello que tendría que ser tan importante para nosotros.

‘El Señor hablaba cara a cara con Moisés, como habla un hombre con su amigo’. Que así con esa intensidad hagamos nuestra oración como un encuentro vivo y profundo con el Señor.

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