Los prejuicios nos impiden una aceptación sincera de los demás
Lev. 23, 1.4-11.15-16.27.34-37; Sal. 80; Mt. 13, 54-58
Muchas veces en la vida nos dejamos influenciar por
ideas preconcebidas, prejuicios, que nosotros mismos nos hayamos hecho sobre
las personas o los aconteceres de nuestro alrededor o también influenciados por
la opinión de otros o las presiones que desde determinados lugares de poder
(así podríamos decir de manera suave) nos puedan estar realizando.
Nos cuesta ser imparciales y objetivos, o tener justos
criterios de juicio sin dejarnos influenciar para llegar a una opinión lo más
justa posible. Es lo que dice o piensa todo el mundo y ya no nos molestar en
analizar si es verdadero; salió en determinado medio de comunicación y ya se
toma como una verdad absoluta; hacia aquella persona porque no es de mi misma
opinión o no me cae bien en algún aspecto, ya tenemos nuestros prejuicios bien
determinados y diga lo que diga o haga lo que haga ya siempre será tal o cual,
por no poner aquí ningún epíteto.
En la vida social, en la política, en los
enfrentamientos que pueden surgir entre vecinos o en las propias familias,
porque lo dice fulanito o porque un día hizo algo que no nos agradó, vamos
marcando a la gente y no somos capaces de aceptarnos y ya nunca veremos nada
positivo en lo que haga o en lo que diga. Qué difícil, pienso, es que podamos
con esas determinaciones construir entre todos el edificio de nuestra sociedad
en el que a la larga todo tenemos que estar bajo el mismo techo, todos tenemos
que convivir. Así nos va, que no terminamos de dar pasos verdaderos hacia
adelante.
Me hago esta reflexión que creo que nos puede ayudar a
pensar un poco en qué es lo que hacemos de nuestra sociedad y nuestro mundo,
mirando por una parte esa realidad de nuestras relaciones mutuas y nuestra
convivencia de cada día, pero escuchando al mismo el evangelio que se nos
proclama en este día que nos habla de las reacciones de la gente de Nazaret
ante la presencia y el actuar de Jesús.
Hacemos una lectura de este evangelio recordando en
paralelo lo que de este mismo episodio nos narra san Lucas. Recordamos que fue
cuando Jesús leyó aquel texto de Isaías que fue como su discurso programático
al inicio de su vida pública. En principio parecen reacciones positivas de admiración
ante la sabiduría de Jesús y el poder que manifiesta pues a sus oídos han
llegado ya noticias de sus milagros. Pero es solo un primer momento, porque
pronto comenzarán a recordar que si es el hijo del carpintero, que si allí
están sus parientes, que de donde saca todos esos saberes y poderes, porque a
El lo han visto desde niño allí entre ellos.
Los prejuicios porque de donde ha aprendido todas esas
cosas, las pretendidas manipulaciones porque querrán presentarse con orgullo
ante los pueblos vecinos como que tienen entre ellos alguien muy poderoso, los
recelos y las desconfianzas. Terminará diciendo el evangelista que Jesús allí
no hizo milagros por su falta de fe. El reconocimiento de lo que Jesús hacía no
les sirvió para despertar su vida. Grandes eran los recelos, desconfianzas, los
intentos incluso de manipulación podríamos ver en el fondo.
Qué parecido a lo que decíamos al principio de nuestra
reflexión sobre lo que sigue sucediendo hoy entre nosotros y cuantas
consecuencias tendríamos que sacar para nosotros. Cuantas consecuencias en el
camino de nuestra fe, de nuestra manera de acercarnos a Jesús. A El tenemos que
acercarnos con fe pura y limpia; hasta Jesús tenemos que llegar siempre con
corazón bien abierto para que llegue a nosotros todo lo que es la novedad de la
vida nueva de la gracia que El quiere regalarnos.
No podemos acercarnos a Jesús desde intereses torcidos
ni desde prejuicios predeterminados; no podemos ir a Jesús para que nos diga
simplemente lo que nos agrade a nuestros oídos, sino con la sinceridad de un
corazón humilde que se deje interpelar por la palabra y la presencia de Jesús.
Y de la misma manera en nuestra relación con los demás;
alejemos de nosotros prejuicios hacia las otras personas; cuantos juicios
injustos de desconfianza, de condena incluso, nos hacemos en nuestro interior
cuando nos acercamos así prevenidos contra los demás y que algunas veces
manifestamos externamente con nuestras actitudes y posturas y hasta con
nuestras palabras descalificatorias hacia los demás.
Qué difícil una convivencia sana y constructiva cuando
llevamos en nuestro interior esas posturas. Qué difícil construir una sociedad
mejor para todos cuando tenemos esa desconfianza en el corazón hacia los otros
y en lugar de aprovechar todo lo bueno, destruimos con nuestras
descalificaciones y nuestros enfrentamientos irracionales.
Mucho nos hace pensar este evangelio, si queremos
recibirlo como una buena nueva de gracia de Jesús para nuestra vida.
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