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lunes, 29 de julio de 2013

Santa Marta, modelo de acogida a Dios en nuestra vida para aprender a acoger a los demás en nuestro corazón

Hebreos, 13, 1-3; 14-16; Sal. 33; Lc. 10, 38-42
Estamos celebrando hoy a santa Marta, que como bien sabemos la comunidad de las Hermanitas la tiene como especial protectora, pero también como hermoso y valioso ejemplo de servicialidad y acogida en su trabajo con los ancianos. Un hermoso ejemplo también para todos porque nos hace descubrir valores muy importantes en nuestras relaciones humanas de cada día en las que dejándonos iluminar por la gracia de Dios nos ayudan a vivir esa caridad intensa que como cristianos tiene que brillar siempre en nuestra vida
La Palabra de Dios hoy, pues, nos está hablando de la hospitalidad, tanto en el texto de la primera lectura como en el Evangelio. Una virtud muy humana, un valor muy importante que tenemos que cultivar pero diríamos también una virtud muy gloriosa que nos acerca a Dios y nos acerca a los hermanos que caminan a nuestro lado, donde hemos de aprender a descubrir siempre el rostro y la presencia de Dios.
Una virtud muy característica del pueblo judío, y en general de todos los pueblos semitas, que manifiesta unos valores muy profundos y muy enriquecedores de las personas y de los pueblos. Un pueblo hospitalario, hemos de reconocer, es un pueblo rico en valores que por otra parte facilitan la convivencia entre todos y donde todos los que se acercan a él se sentirán a gusto en esa acogida y hospitalidad. Hay pueblos en los que brilla de manera especial esta virtud de acogida y de apertura del corazón ante el que llega, ante el forastero y para quienes nadie se considera extraño, pero también nos encontramos con pueblos muy encerrados en sí mismos en los que habitualmente se ven cerradas no solo las puertas de los hogares ante el extraño sino lo que es peor las puertas de los corazones en una cerrazón llena de desconfianza y de temor.
La persona o el pueblo hospitalario es de corazón a abierto y con esa persona o en ese pueblo siempre nos sentiremos a gusto y motivados para abrir también nuestro corazón. Yo diría más, la virtud de la hospitalidad que abre nuestro corazón al que está a nuestro lado en cierto modo nos está ayudando a abrir nuestro corazón a Dios.
Hay un texto de la Palabra de Dios, del Antiguo Testamento, que hemos escuchado en domingos anteriores, que nos habla de la acogida y hospitalidad de Abrahán ante aquellos tres caminantes que llegan a su tienda, que serán para Abrahán un signo de la presencia de Dios en su vida y de la acogida de su corazón a los designios de Dios. Le vemos allí cumplir con todas las leyes de la hospitalidad en su acogida y en el ofrecimiento de lo que tiene para que descansen del calor del camino y repongan fuerzas con el alimento. Abrahán se está encontrando con Dios.
De ello nos está hablando el hermoso cuadro del hogar de Betania, que nos ha descrito hoy el Evangelio, en aquella familia que acoge a Jesús y a sus discípulos no solo a su paso por el camino, sino también en muchas ocasiones en que Jesús llegará hasta aquellos que serán para siempre sus amigos. Recordemos cómo Marta enviará recado a Jesús cuando Lázaro está enfermo, diciéndole, ‘tu amigo, el que amas, está enfermo’; recordemos, como siempre hemos comentado, que Betania está al borde del camino que sube de Jericó a Jerusalén y era paso obligado de los peregrinos que se dirigían a la ciudad santa desde el valle del Jordán o provenientes de la lejana Galilea. Un lugar muy propicio para hacer un último descanso después de la larga subida desde el Jordán y el cansado camino desde Galilea para reponer fuerzas para tras cruzar el monte de los olivos entrar en la ciudad santa de Jerusalén.
Pero, bien, ¿qué nos puede estar diciendo hoy la Palabra del Señor? ¿Qué nos enseñará para nuestra vida este texto del Evangelio completado con el texto y reflexiones que en el mismo sentido nos ofrecía la primera lectura?
En el texto al que hacíamos mención y escuchado hace varios días, Abrahán acoge a Dios en aquellos tres caminantes y ahora vemos cómo Marta y María acogen a Jesús en el hogar de Betania. ¿Cómo se sentía Abrahán cuando sabía que estaba acogiendo a Dios en su tienda? ¿Cómo se sentían Marta y María cuando tenían el gozo de tener a Jesús con ellas en su hogar?
Hermoso ejemplo nos ofrecen para nuestra vida. Mucho tendríamos que aprender para ofrecerle nuestro amor al Señor con lo mejor de nosotros mismos. Muchas veces hemos reflexionado sobre este texto y esta manera de acoger tanto de Marta como María. En las dos encontramos la lección para acoger a Jesús que llega a nuestra vida, como para acoger a cuantos nos encontramos a nuestro paso en el camino de la vida. A los pies de Jesús hemos de saber ponernos abriendo nuestro corazón, dando lo mejor de nosotros mismos, para llenarnos de Dios, para aprender también desde la acogida de Dios a acoger a los demás y al tiempo llevar a Dios a los demás. Estamos recibiendo a Dios en aquel que llega hasta nosotros y por nuestra manera de acoger y recibir, de escuchar y atender estamos también llevándoles a Dios a sus vidas.
Quizá podríamos preguntarnos ¿somos nosotros los que ofrecemos hospitalidad a Dios o es Dios el que nos ofrece hospitalidad? Es cierto que Dios quiere venir a nosotros, quiere habitar en nuestros corazones; como nos dirá Jesús si guardamos su palabra, si cumplimientos sus mandamientos el Padre nos amará y también nos amará Jesús y el Padre y El vendrán a nosotros para habitar en nosotros. Es la acogida que hemos de hacer al Señor que viene a nuestra vida guardando su palabra, viviendo en el amor y así nos llenaremos de Dios.  
Es el ejemplo que nos ofrece María sentada a los pies de Jesús bebiéndose sus palabras, queriendo escucharle y gozarse de su presencia; pero es el ejemplo también de Marta que da lo mejor de si misma para servir, para hacer todo lo posible para que Jesús se sintiera a gusto en la casa. Por eso andaba tan ajetreada preparando todo y de ahí sus quejas porque quizá María no le ayudaba como ella quería, pero que en el fondo estaba cumpliendo también en su acogida con la ley de la hospitalidad.
Pero nos preguntábamos si no es Dios el que nos acoge a nosotros. ¿Qué es lo que quiere Dios sino que vivamos en El? Nos hace partícipes de su vida que es meternos en su corazón. ¿No nos dice Jesús en la última cena que se va junto al Padre, pero va para prepararnos sitio y que vendrá y nos llevará con El? ¿Qué otra cosa es el amor que Dios nos tiene sino meternos en su corazón?
Es por donde tenemos que aprender hoy el mensaje que nos trae la Palabra del Señor. Cuando aprendemos a acoger a Dios en nuestra vida, estamos aprendiendo a acoger a los demás en nuestro corazón, aprendiendo a meter a los demás en nuestro corazón. Esa es la verdadera acogida, la verdadera hospitalidad. No se reduce a ofrecer cosas - lo que también será necesario y en el  nombre del amor no hemos de dejar de hacer- sino que es ofrecer mi corazón, abrir mi corazón para que el otro tenga cabida en él.
Y cuando somos nosotros capaces de ofrecer la hospitalidad de nuestro corazón a los demás estamos abriendo de verdad nuestro corazón a Dios. No olvidemos lo que nos enseña Jesús que todo lo que le hagamos al hermano a El se lo estamos haciendo. Pero quizá tendríamos que decir que esta virtud de la hospitalidad interactúa en nosotros en nuestra manera de acoger a Dios y en nuestra manera de acoger a los demás, de manera que no hay una sin la otra.
La hospitalidad en su sentido más elemental y natural es abrir las puertas para acoger al que llega dejando que ocupe un lugar en nuestra casa, en nuestro hogar. Ya no se trata sola y llanamente del hogar o cosa material sino que se trata de nuestro corazón que ha de ser un hogar para los demás y para Dios. Abrimos las puertas para que los otros ocupen un lugar en nuestro corazón.
Amarlos no es solo decir que los queremos mucho si luego los tenemos apartados de nuestro corazón por nuestras desconfianzas o todos esos 'peros' que solemos poner en nuestra relación con los otros. Amarlos, como decíamos, es dejar que ocupen un lugar en nuestro corazón, es permitir que se adueñen de nuestro corazón. Es la generosidad del amor que ya nos hará que no seamos dueños de nosotros mismos, sino que al otro lo pongamos siempre en el centro de nuestro corazón.
Hoy estamos celebrando a santa Marta junto a una comunidad, en un hogar, con esa característica tan fundamental, la acogida, la hospitalidad, el amor. Es lo que las hermanitas nos ofrecen; no es solo un edificio donde podamos encontrar un techo, un plato de comida, o un sitio para descansar; es un hogar, un hogar abierto y lleno de amor; un hogar donde podemos aposentarnos con seguridad y con confianza, porque siempre vamos a encontrar amor; un hogar que entre todos hemos de saber construir cada día porque cada uno de los que aquí habitemos tengamos también ese corazón abierto para los demás, sabiendo aceptarnos, comprender, ofrecernos verdadera amistad.
Celebramos a santa Marta que así lo vivió en aquel hogar de Betania, pero al celebrarla a ella en esta fiesta estamos celebrando lo que queremos ser. Que el ejemplo de santa Marta nos estimule, que su intercesión nos alcance esta gracia del Señor; que el ejemplo de quienes a nuestro lado nos sirven y nos acogen sea también para nosotros ese estímulo para vivir con un corazón así. Y si lo vamos haciendo cada día, no olvidemos, estaremos abriendo más y más nuestro corazón a Dios.
Santa Marta es modelo de acogida a Dios en nuestra vida para aprender a acoger a los demás en nuestro corazón.

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