Una hondura espiritual y trascendente que es más que una pompa de jabón
Eclesiastés, 1, 2; 2, 21-23; Sal. 89; Col. 3, 1-5.9-11; Lc. 12, 13-21
No terminamos nunca de aprender la lección. Con lo que
nos va sucediendo en la vida o contemplamos lo que va sucediendo en nuestra
sociedad tendríamos que aprender a escarmentar en cabeza ajena, como se suele
decir, pero no terminamos de aprender. No sé, pero parece que fuéramos niños
que corriéramos tras unas pompas de jabón sin darnos cuenta de que se van a
desvanecer en el aire.
Hace unos días al pasar por una plaza había alguien que
estaba haciendo eso, pompas de jabón; confieso que nunca las había visto tan
grandes y con figuras tan caprichosas; y como suele suceder allá había unos
niños que corrían tras ellas tratando de atraparlas en su juego sin caer en la
cuenta de que pronto al tocarlas se quedaban en nada; pero lo curioso era que
los mayores que pasábamos por el lugar también nos quedábamos como atontados
mirando y casi como queriendo correr también a atraparlas.
Pompas de jabón, vanidades… Así comenzaba el texto del
sabio del Antiguo Testamento. ‘Vanidad de
vanidades y nada más que vanidad…’ Curioso que la palabra hebrea empleada
en el esto sagrado ‘hebel’ su primer significado es soplo, utilizado en sentido
metafórico para designar algo efímero, transitorio, una realidad inconsistente
y fugaz que no se puede aferrar. Me vino la imagen de la pompa de jabón.
¿Queremos apoyar nuestra vida en una pompa de jabón?
¿en algo efímero, transitorio y fugaz? Nos aparecen varias sentencias en el
texto de la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado. ‘Guardaos de toda clase de codicia, nos dice Jesús; pues, aunque uno ande sobrado, su vida no
depende de sus bienes’. Y por otra parte san Pablo al invitarnos a mirar
hacia arriba, a no quedarnos solamente a ras de la tierra con las cosas
materiales, nos advierte que entre otras cosas también ‘la codicia y la avaricia son una idolatría’. Nos recuerda aquello
que en otra ocasión nos dice Jesús en el evangelio que no podemos servir a dos
señores, a Dios y a las riquezas.
El texto del evangelio de hoy arranca del hecho de que
alguien viene a pedirle a Jesús que haga de árbitro o de juez con su hermano
que le está reclamando la herencia. No quiere Jesús entrar en esos pleitos familiares,
pero si nos deja un hermoso mensaje para que no apeguemos nuestro corazón a lo
material. ‘Guardaos de toda clase de
codicia, nos dice Jesús; pues, aunque
uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. Y ya hemos escuchado
la parábola que nos propone.
Somos bien conscientes de que tenemos que valernos en
la vida de los bienes materiales; es la forma de nuestro intercambio, de la
remuneración material de lo que hacemos o trabajamos, son los medios materiales
que necesitamos para nuestro sustento y para la obtención de aquello que
necesitamos y justo es que lo tengamos y
por ese medio logremos una vida digna y que también podamos disfrutar de todo
eso bueno que tengamos a nuestro alcance. Sentimos arder nuestro corazón en
compasión y hasta en angustia cuando contemplamos a tantos que hoy lo pasan mal
por la carencia de esos medios que les lleva a profundas y dolorosas
necesidades. Y no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante esos problemas
que hacen sufrir a tantos.
Pero lo que estamos escuchando hoy en el Evangelio y
toda la Palabra de Dios es un iluminarnos para que le demos un hondo sentido a
la vida y al uso también de esos bienes. Se nos habla de la codicia, de la
avaricia, de esa ambición desmedida por la posesión de cosas o de bienes, de
esa acumulación de cosas materiales pensando que es así donde y cómo vamos a
alcanzar la felicidad verdadera. Nos viene bien hacernos estas reflexiones,
también ¿por qué no? en medio de este tiempo de vacaciones y de disfrute,
porque bien sabemos que vivimos en un mundo demasiado materialista, demasiado
sensual que se pueden convertir en tristes idolatrías de nuestra vida.
Cuidado con las pompas de jabón, como veíamos en las
imágenes del principio de nuestra reflexión. Tenemos el peligro de descuidar
esos valores que van a dar más trascendencia y profundidad a nuestra vida
quedándonos solo en lo material. Hay tantas cosas que pueden contribuir a
nuestra felicidad y a la de cuantos nos rodean y no es precisamente solo desde
la posesión de esos bienes materiales.
Cuidemos y cultivemos de verdad todo aquello que nos
ayude a una mejor convivencia y armonía con los que están a nuestro lado. Y ahí
podríamos fijarnos en tantos detalles y señales de respeto, de sinceridad, de
sencillez y humildad, de encuentro y entendimiento que habríamos de tener con
los que están a nuestro lado, desterrando de nuestro corazón vanidades,
orgullos, posturas egoístas e insolidarias, desconfianzas... Son cosas
sencillas que podemos hacer sin que nos cueste nada más que nuestra buena
voluntad poniendo lo mejor de nosotros mismos y nos hacen verdaderamente
felices a todos.
Y como nos decía san Pablo ‘buscad los bienes de allá arriba… aspirad a los bienes de arriba, no
a los de la tierra… despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del
nuevo…’ Elevemos nuestra mirada, elevemos nuestro espíritu; no nos podemos
quedar en lo terreno, somos un ser espiritual; démosle trascendencia a nuestra
vida, porque no nos quedamos en el aquí y ahora de nuestra vida terrena y
presente. Démosle verdadero hondura espiritual a todo lo que hacemos y vivimos.
Cultivemos los valores de la fe. Sintamos cómo desde
Jesús nuestra vida se transforma. En Cristo vamos descubriendo en verdadero
valor de lo que hacemos y de lo que vivimos. El que elevemos nuestro espíritu,
el que sepamos dar trascendencia a lo que hacemos, no significa que nos
desentendamos de nuestro mundo y de lo que aquí tenemos que vivir, o de las
cosas que aquí tenemos que usar. Vamos a encontrar su verdadero valor. Y si nos
dejamos en verdad transformar por Cristo necesariamente estaremos contribuyendo
a transformar nuestro mundo a imagen del Reino de Dios.
Y en la fidelidad y responsabilidad con que usemos de
esos bienes materiales nos daremos cuenta también de su trascendencia para los
demás, porque con ello estaremos contribuyendo a hacer nuestro mundo mejor.
Recordemos que nos enseña en sus parábolas a saber valorar y hacer fructificar
hasta el más pequeño de los talentos. No nos desentendemos, pues, de este
mundo, sino todo lo contrario, todo eso que está en nuestras manos nos daremos
cuenta que está para el bien de todos y estaremos contribuyendo a la felicidad
de todos mejorando nuestro mundo.
No nos apoyamos en una pompa de jabón, en una vanidad.
Qué profundidad aprendemos a darle a nuestra vida desde el sentido del
evangelio. Que en todo aquello que hacemos o de lo que disfrutamos no busquemos
nuestra gloria sino que de la trascendencia que le damos a todos busquemos
siempre la gloria del Señor.
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