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viernes, 9 de agosto de 2013

La sabiduría de la fe que no hemos de dejar de alimentar en Cristo cada día

Os. 2, 16-17.21-22; Sal. 44; Mt. 25, 1-13
‘¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!’ Fue el grito que se escuchó en la noche y que despertó a las doncellas que esperaban al esposo. Pronto se pusieron a aderezar sus lámparas, que para eso habían venido, para poder iluminar el camino a la llegada del esposo y la sala del banquete de bodas. Pero no todas tuvieron suficiente aceite para poder mantener encendidas sus lámparas - era el combustible necesario para mantenerlas encendidas - y mientras lo buscaban se cerró la puerta y no pudieron entrar al banquete de bodas.
Una parábola que nos propone Jesús partiendo de las costumbres de su época pero que es bien significativa para nuestro camino cristiano. Muchas veces la hemos escuchado y meditado porque nos hace pensar mucho en lo que hacemos de nuestra vida y de nuestra fe. ¿Dejaremos nosotros también apagar nuestras lámparas y nos quedaremos en la vida sin rumbo y sin poder alcanzar la meta?
¿Cuál es esa luz y cuál es ese aceite que necesitamos en la vida? La reflexión es clara. En ese camino de la vida necesitamos una luz que nos oriente, nos dé sentido, con la que encontremos el valor de lo que somos y de lo que hacemos, nos haga ver más allá de lo inmediato con un sentido global de nuestra existencia llenándonos de trascendencia, nos haga encontrar la verdadera sabiduría de la vida, nos haga alcanzar una plenitud total que sacie las ansias más profundas del ser humano. Necesitamos de la sabiduría de la fe. Sí, es nuestra más profunda sabiduría.
Ni la sabiduría es simplemente la acumulación de conocimientos, ni la fe se queda reducida a unas bonitas palabras o algunos ritos religiosos que hagamos en determinados momentos. Ese conocimiento que vayamos adquiriendo en ese caminar y madurar de la vida no se reduce a que sepamos unas determinadas materias o que tengamos noticia de que existe un lugar o una realidad, sea la que sea, en cualquier lugar del planeta, por ejemplo. Ese conocimiento madurado y reflexionado nos va ayudando a encontrar como el sabor de nuestra existencia, de lo que vivimos o de lo que hacemos que en el fondo es el sentido de nuestro ser y de nuestro existir.
Pero todo ese sabor o ese saber, esa sabiduría de la vida que vamos adquiriendo va a encontrar en la fe una luz que le conduzca a la mayor plenitud y sentido, que precisamente solo en Dios podemos alcanzar. Por eso la fe, como decíamos, no se reduce a unas ideas o a unos ritos, sino que va a ser lo que de verdad envuelva toda nuestra existencia o, aún más, penetre de sentido desde lo más hondo nuestro ser, lo que somos, lo que vivimos y en consecuencia todo aquello que realizamos. Por eso hablábamos de la sabiduria de la fe, la más profunda sabiduria de nuestro vivir que en Cristo podemos encontrar.
No  nos puede faltar el aceite que mantenga encendida esa lámpara de nuestra fe. Qué importante es para nosotros esa luz de nuestra fe y cómo tenemos que cuidarla en todo momento para que no se nos apague. Que no nos suceda como aquellas doncellas de la parábola del evangelio que no tuvieron suficiente aceite para mantener encendida sus lámparas. Luego se quedaron fuera del banquete de bodas del Reino.
Por eso el verdadero creyente cuida su fe manteniendo muy viva su unión con el Señor; el verdadero creyente entronca su vida con el Evangelio porque en él está la fuente de esa sabiduría de su fe; entroncar la vida en el Evangelio es entroncar de verdad nuestra vida en Cristo, escuchando su Palabra, regándola con la gracia de los sacramentos, fundamentandola cada día en su unión con el Señor por la oración, y viviendo esa comunión de amor con los hermanos en una vivencia y sentido de Iglesia.
Hoy estamos celebrando a una mujer que supo encontrar esa sabiduría de la fe y por la que llegó a dar su vida. Ediht Stein era una mujer judía dedicada al estudio y enseñanza de la filosofía; su vida estaba dedicada plenamente a la búsqueda de la verdad. Y se encontró con Cristo, que fue a partir de entonces la verdadera y auténtica sabiduría de su vida. Se convirtió a Jesús y se bautizó; continuó con su enseñanza y sus escritos de filosofía hasta que un día se sintió llamada por el Señor para hacerse religiosa Carmelita Descalza. Fueron los tiempos duros de la intolerancia del nazismo la que finalmente le condujeron al martirio en un campo de exterminio. Hoy es para nosotros, con el nombre que tomó desde su bautismo y su consagración al Señor, santa Teresa Benedicta de la Cruz.
Sigamos nosotros manteniendo encendida esa lámpara de la fe en nuestra vida alimentándola de esa Sabiduria de Dios que encontramos en el Evangelio y que se enriquece con la gracia del Señor. Que sea la verdadera luz y sabiduría de nuestra vida.

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