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miércoles, 7 de agosto de 2013

Un corazón lleno de amor que nos hace grandes y nos llena de confianza en el Señor

Núm. 13, 2-3.26-14, 1.26-30.34-35; Sal. 105; Mt. 15, 21-28
‘Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas’, son las palabras finales de Jesús. Qué grande es la fe de aquella mujer; qué grandeza de espíritu, qué entereza y qué fortaleza, pero qué espíritu de humildad y de confianza tan grande lo que manifestó aquella mujer.
Es el corazón de una madre que sufre con el dolor de su hija lo que hace florecer esa entereza y esa humildad; es un corazón lleno de amor. Cuando somos capaces de poner amor de verdad en nuestro corazón florecerán todas esas virtudes, todos esos valores, y porque amamos seguimos buscando hasta el final por muchas que sean las dificultades de todo tipo por las que tengamos que pasar, aunque se tenga que humillar nuestro espíritu.
Mirando el corazón de esta madre me puse a pensar en nuestras reacciones y sensibilidades ante cualquier cosa que pueda herir nuestro amor propio. Hoy parece que esas sensibilidades las llevamos a flor de piel y no somos capaces de pasar por nada que nos pueda herir en lo más mínimo.
Por supuesto, nadie tiene derecho a herir el amor propio de nadie; porque queramos ayudar a los demás no tenemos derecho a humillar o hacer pasar por malos tragos; precisamente en el  nombre del amor tenemos que ser más delicados con nuestros semejantes y muchas veces, hemos de reconocerlo, no sabemos hacer bien las cosas, porque tenemos la tentación y el peligro de subirnos en nuestros pedestales de bondad con los que podemos humillar incluso a aquellos que queremos ayudar.
Pero tenemos que admirar la entereza de aquella mujer que movida por su amor de madre viene pidiendo y suplicando por la salud de su hija. Hemos de poner el hecho en el contexto de su tiempo y de las costumbres de aquella época que Jesús vendrá a purificar y transformar. Desde ahí podemos entender muchas de las cosas que escuchamos en este texto, pero viendo que en Jesús prevalecerá su amor y misericordia y tras la prueba por la que pasa aquella mujer va a ser no solo atendida por Jesús en su petición de la curación de su hija, sino que además recibirá la alabanza de Jesús por su fe, su humildad y su perseverancia.
Es el gran mensaje y lección que nosotros hoy recibimos para aprender a hacer nuestra oración al Señor por una parte. La oración de esta mujer es un modelo de humildad, de confianza y de perseverancia. No se siente humillada porque aparentemente parece no ser escuchada por Jesús. Los discípulos también intercederán por ella. ‘Atiéndela, que viene detrás gritando’, le dicen a Jesús. Reconoce su pequeñez y su indignidad, que precisamente es lo que la hace grande y que motivará luego la alabanza de Jesús. Y desde su humildad insiste llena de confianza; busca motivos y razones, pero ella sabe que va a ser escuchada por Jesús porque su corazón de madre está sintonizando con el corazón misericordioso de Jesús.
En la sintonía que, por otra parte, nosotros hemos de poner en nuestra vida, la sintonía del amor. Sintonizar con el corazón Cristo que es un corazón compasivo y misericordioso. Sintonizar con el corazón de Cristo para aprender a amar con un amor como el de Jesús. Sintonizar con el corazón de Cristo para, llenos de amor, poner esa humildad, esa delicadeza, esa perseverancia en nuestro corazón y en consecuencia en nuestra manera de orar al Señor. Sintonizar con el corazón lleno de amor de Jesús para en esa misma empatía y simpatía saber sentir como nuestros los sufrimientos de los demás y convertirnos también en intercesores de nuestros hermanos.

¿Tendremos la misma grandeza, la misma entereza, la misma humildad y perseverancia de la mujer cananea?

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