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sábado, 10 de agosto de 2013

El grano de trigo que se consume en el amor y en el servicio

2Cor. 9, 6-10; Sal. 111; Jn. 12, 24-26
‘Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto’. Qué bella y rica imagen, el grano de trigo. No es para guardarlo, tiene su función. Enterrado en tierra hace germinar una nueva planta multiplicadora de muchos granos de trigo en su espiga, pero para ello ha de desaparecer. Triturado se convierte en harina con la que haremos el pan de nuestro alimento; al final no veremos el grano de trigo que ha sido triturado pero si nos estamos alimentando de él en el rico pan.
Jesús habla de sí mismo, pero habla también del sentido de nuestra vida. Es lo que contemplamos en Jesús. Así se entregó para que nosotros tuviéramos vida; así fue su amor hasta el final triturado y traspasado por nosotros para darnos vida. Pero habla del sentido de nuestra vida. Porque estamos llamados a dar vida, a ser vida, y para ello hemos de darnos, sin importarnos desaparecer como el grano de trigo. No la podemos guardar para nosotros, nos dice hoy en el evangelio. El que la guarda la pierde, pero el que la entrega tiene garantía de vida eterna. ¿Qué merecerá la pena?
Así es la ofrenda de amor que hemos de hacer de nuestra vida, aunque nos cueste. No es fácil entender y vivir este misterio de amor que se nos expresa en esta imagen del grano de trigo. Siempre queremos estar reservándonos algo para nosotros. Pero ese no es el sentido del discípulo de Cristo, no puede ser nunca el sentido de nuestra vida.
¿Cómo hemos de ser ese grano de trigo que dé vida, que llene de vida a cuantos nos rodean? La imagen es bonita, pero no nos podemos quedar en la imagen; eso hemos de traducirlo en la práctica concreta de nuestra vida de cada día para que no se nos quede en doctrina o teoría. Hoy tenemos, en esta fiesta que estamos celebrando, ante nuestros ojos un hermoso ejemplo y modelo.
Celebramos a San Lorenzo mártir, y siempre la primera imagen con que nos quedamos de su vida es su martirio; de ahí que sus imágenes vayan siempre acompañadas de la parrilla para expresar cuál fue su muerte. Pero con la imagen que nos ofrece hoy el evangelio y que venimos comentando, la del grano de trigo, no nos quedamos solamente en su martirio; eso fue solo el momento final y culminante, podríamos decir, de su entrega hasta da la vida; pero eso era algo que él estaba haciendo en el día a día de su vida y de su ministerio.
San Lorenzo era diácono; su ministerio era el servicio, ser servidor de la Iglesia de Dios, no solo en el culto y la celebración de la Eucaristía, sino principalmente en el servicio a los pobres y necesitados. Ellos eran su tesoro. Fue con ellos donde día a día fue ese grano de trigo que se tritura por amor para dar vida, para alimentar de vida a los demás. Su misión en la Iglesia de Roma era precisamente atender a los pobres distribuyendo cuando la comunidad cristiana desde una caridad auténtica quería compartir con los más necesitados. Ese era su servicio, la atención a los pobres. Ahí estaba ese grano de trigo de su vida que se daba y se desgastaba por los pobres y los necesitados para atenderlos a todos.
En las actas de su martirio se dice que el emperador, sabiendo que él era el administrador de los bienes de la Iglesia, la exigió que le entregara las riquezas de la Iglesia. ¿Cuáles son las riquezas de la Iglesia que puso ante el emperador romano? Trajo junto a él a todos los pobres de Roma por los cuales se desvivía y en quienes empleaba cuanto la comunidad compartía y fue lo que presentó ante el emperador como riqueza de la Iglesia.
Nos preguntábamos antes cómo podíamos ser ese grano de trigo que diera vida, ahí tenemos la respuesta, en el amor, en el servicio, en nuestro desprendimiento y generosidad, en ese ser capaz de vaciarnos de nosotros mismos con nuestros intereses y orgullos para olvidándonos de nosotros mismos darnos por los demás. Es lo que tenemos que hacer y el amor que es capaz de inventarse nuevas iniciativas cada día para expresar su amor, nos inspirará cuanto podemos hacer en ese sentido con los demás desde pequeños gestos de acogida para cuantos están a nuestro lado hasta ser capaz de renunciar a nuestras cosas para compartir generosamente con los demás.
Pero me gustaría también que abriéramos los ojos, porque muchas veces vamos demasiado mirándonos a nosotros mismos; abriéramos nuestros ojos, digo, para mirar a nuestro lado y ver tantos gestos y detalles de servicio, de generosidad, de compasión y misericordia, de amor en una palabra que podemos descubrir en muchos que nos rodean. Es fácil que nos quejemos que el mundo va mal y que hay mucho egoísmo e insolidaridad, pero, como se suele decir, no todo el monte es orégano; no todo lo que hay a nuestro alrededor es insolidaridad o indiferencia, sino que podemos descubrir muchas personas que como grano de trigo se dan por los demás, ayudan a los otros, despiertan sonrisas en nuestros corazones muchas veces amargados, nos levantan el ánimo con sus gestos de desprendimiento y generosidad, muchas almas buenas que están siempre buscando la manera de hacer bien.
Hemos de saber reconocerlo para ver todas esas semillas de bien que hay a nuestro alrededor y hemos de saber descubrirlo porque eso nos levanta el ánimo y la esperanza y nos convencemos de que podemos hacer un mundo mejor y que nosotros también podemos poner nuestra pequeña semilla, nuestro pequeño grano de arena en la construcción de ese mundo mejor en la que tantos están comprometidos.

Creo que puede ser una hermosa lección en esta fiesta de san Lorenzo que hoy celebramos y también un hermoso compromiso de nuestra vida.

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