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jueves, 8 de agosto de 2013

Una confesión de fe con la total radicalidad de toda la vida

Núm. 20, 1-13; Sal. 94; Mt. 16, 13-23
‘Tú eres el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Hermosa confesión de fe por parte de Pedro. Una confesión de fe que sin embargo le costaba a Pedro hacer en toda su plenitud. Aunque en su fe y en su amor por Jesús ahora estaba dispuesto a decir cosas bien hermosas de Jesús y un día llegaría a decir que estaba dispuesto a todo por seguirle, sin embargo sabemos que no le fue fácil.
Sí, nos cuesta confesar nuestra fe en Jesús, porque ha de ser no solo con nuestras palabras; porque aunque nos sepamos de memoria el Credo, la confesión de nuestra fe ha de ser no solo con palabras sino con toda nuestra vida y en la totalidad de lo que tiene que ser nuestra fe en Jesús.
Ha comenzado Jesús preguntando por lo que la gente piensa de El para preguntarles luego de una forma muy concreta por lo que ellos creen. Diversas opiniones que manifiestan lo que era la admiración que la gente sentía por Jesús. A lo largo del evangelio escuchamos muchas veces ese entusiasmo por Jesús sobre todo cuando ven sus obras. ‘Un gran profeta ha aparecido entre nosotros… nadie ha hablado igual… Dios ha visitado a su pueblo…’ son algunas de las expresiones de la gente ante el actuar y el enseñar de Jesús. Aunque luego haya momentos es que les parecerá dura su doctrina y difícil de aceptar. Siempre ha sido así y siempre será así porque Jesús es como un signo de contradicción ante el que hemos de decantarnos.
Ahora cuando les pregunta a los apóstoles más cercanos por la opinión de la gente le hablan de que si es un profeta, que si es Juan que ha vuelto a la vida - recordemos que Herodes pensaba que había resucitado Juan - o si era como uno de los antiguos profetas, Jeremías, Isaías o algún otro de los profetas.
Pero Jesús quiere una respuesta más profunda y más vital, aunque tras la respuesta de Pedro dirá que solo desde la revelación del Padre en el corazón es como podremos llegar a conocerle. ‘Eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’. En  otra ocasión Jesús nos dirá que el Padre se revela a los pequeños y a los sencillos, de la misma manera que nadie podrá ‘conocer al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’.
Por eso ahora, tras la confesión de fe de Pedro, comenzará Jesús a revelar más hondamente su misterio. Ahora, sí, que les va a costar mucho más aceptar todo lo que revela Jesús de si mismo. ‘Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Esta parte de la Pascua es la que les va a costar más aceptar. Su pasión y su muerte será un escándalo grande para ellos. Recordamos lo que reflexionábamos cuando la transfiguración en el Tabor, que esa revelación de su gloria venía a ayudar a superar el escándalo de la cruz. Por eso, aunque ahora Jesús lo explica claramente y lo repetirá muchas otras veces a lo largo del evangelio, a los discípulos les va a ser difícil aceptarlo. La Pasión y la Cruz siguen produciendo repulsa y rechazo en nuestros corazones. Pero ahí tiene que estar presente la pascua en la vida de Jesús como tendrá que estar presente la pascua también en nuestra vida.
‘Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte’. Ya hemos visto la reacción de Jesús que lo aparta de su lado porque con esas cosas es para Jesús como una tentación del maligno. Aquella tentación de la montaña de la cuarentena que le quería presentar a Jesús un camino de triunfalismo, pero que Jesús rechazó.
Es la tentación que ahora también rechaza cuando aparta de sí a Pedro. Y es que Pedro el que había dicho aquellas cosas hermosas en su confesión de fe en Jesús reconociéndolo como el Mesías Salvador y como el Hijo de Dios no podía aceptar la plenitud del misterio de Jesús que estaba envuelto también por el misterio de la pascua, el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús.
¿Nos pasará de alguna manera igual a nosotros? En momentos de fervor qué bien nos sentimos con Jesús, cuánta devoción surge en nuestro espíritu, pero en los momentos difíciles y de prueba cuando dudas aparecen también en nuestra alma. Creer y seguir a Jesús es aceptarle en su total plenitud, en la plenitud también del misterio pascual con todo lo que eso puede implicar nuestra vida.

Nuestra fe en Jesús no se puede quedar a medias, tiene que ser total, con el sí radical de toda nuestra vida y la aceptación radical de todo su misterio de salvación, de todo el mensaje del Evangelio. No nos vale decir que aceptamos unas cosas si y a otras les ponemos pegas. Cuando seguimos a Jesús y le damos el sí de nuestra fe tiene que ser con toda nuestra vida y con la aceptación de todo su evangelio.

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