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lunes, 5 de agosto de 2013

María de las Nieves, salud y vida de nuestro pueblo

Gál. 4, 4-7; Sal. 112; Lc. 2, 1-7
A lo largo del año son muchas las fiestas de la Virgen en las que vamos celebrando el misterio de María en torno al Misterio de Cristo y reconociendo cuántas grandes el Señor quiso realizar en María, porque era su Madre, la Madre del Señor. ‘El Señor hizo en mi maravillas’, como cantaría ella misma en el Magnificat.
Fiestas en las que celebramos su Maternidad divina, la mayor de sus grandezas, como hacemos dentro del misterio de la Navidad, o fiestas donde contemplamos todas las prerrogativas con las que Dios quiso adornarla en su infinita sabiduría y misericordia, como cuando la celebramos preservada de todo pecado e Inmaculada en su Concepción o glorificada en su Asunción al cielo como la vamos a celebrar dentro de pocos días.
A lo largo del año en otras fiestas celebramos a María en sus diferentes advocaciones, que son como piropos que queremos cantar a la Madre después que de diversas maneras hemos sentido su presencia y su protección. Toda una manifestación de ese amor que le tenemos a María, porque el Señor ha querido dejárnosla como Madre que nos protege y continuamente nos alcanza la gracia del Señor.
A ella la contemplamos como el mejor ejemplo y estímulo que podemos sentir en el camino de nuestra vida cristiana, y siempre estamos queriendo aprender de María porque en ella nos sentimos impulsado a caminar hacia lo alto, a recorrer esos caminos de santidad a los que estamos llamados.
Esta fiesta del cinco de agosto nace de la conmemoración de una de las Basílicas Mayores que están en Roma junto a la sede de Pedro, pero que es, así siempre se ha considerado, el primer templo cristiano dedicado en Roma al culto y a la veneración de la Santísima Virgen María. Será también en esta Basílica donde se encuentra el Icono de María, Salud del Pueblo Romano, de especial advocación en toda Roma que se quiere acoger al patrocinio y protección de la Virgen esta Advocación de Salus populi romani. Ante él se ha postrado el Papa Francisco en el inicio de su Pontificado y en diversas visitas hechas a esta Basílica, como ahora con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud que se acaba de celebrar.
Litúrgicamente este día es el de la Dedicación de Santa María la Mayor, erigida en el siglo cuarto de la era cristiana precisamente después que el Concilio de Éfeso había proclamado la maternidad divina de María, cuando se vino a definir en toda plenitud la divinidad de Jesús, proclamando que es verdadero Dios al mismo tiempo que verdadero hombre.
Luego en torno a la construcción de este templo dedicado a María surgen tradiciones y leyendas con lo que esta Basílica liberariana levantada en el monte Esquilino es conocida también como la de Nuestra Señora de las Nieves, haciendo referencia a las nieves aparecidas en el ferragosto romano para señalar el lugar de la edificación de este templo.
Por eso en diversos lugares una de las advocaciones más queridas de la Virgen que se celebra en este día es precisamente el de Nuestra Señora de las Nieves, como lo es en la Isla de la Palma y en tantos otros lugares en nuestras islas.
Queremos nosotros hoy celebrar con devoción esta fiesta de María; a ella queremos invocarla para que sintamos siempre su protección de Madre que nos preserve de todos los peligros y sea para nosotros luz que nos ilumine en ese camino de santidad que hemos de hacer cada día. Virgen de las Nieves cuya blancura nos habla de resplandores de pureza y de santidad; Virgen de las Nieves que nos hace sentir fuertemente el ardor del fuego de su amor en nuestro corazón para que así nos derritamos en ternura para cuantos nos rodean nuestros hermanos.
Que María nos lleve siempre de su mano; que seamos capaces de revestirnos de María que es revestirnos de gracia y de santidad para que con ella nos sintamos fuertes en nuestra lucha contra el maligno tentador. Vestidos de María, y no solo porque llevemos una vestidura externa, un escapulario o una medalla como escudo protector, sino sobre todo porque nos vistamos de sus virtudes, de su entrega, de su humildad, de su amor, de su apertura a Dios y a su Palabra, nos sintamos seguros porque estando así María con nosotros el enemigo malo nada podrá contra nosotros.

Ruega por nosotros, que somos pecadores, le decimos a María, ahora y en la hora de nuestra muerte. Que en María encontremos la salud de Dios, la salvación de Dios, y que de María aprendamos a llevarla a los demás.

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