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sábado, 12 de noviembre de 2016

Sabemos que de Dios siempre nos podemos fiar porque nos escucha como un Padre amoroso pero aprendamos a tener esas mismas actitudes hacia los demás

Sabemos que de Dios siempre nos podemos fiar porque nos escucha como un Padre amoroso pero aprendamos a tener esas mismas actitudes hacia los demás

3Juan 5-8; Sal 111; Lucas 18,1-8

¿De quien nos podemos fiar porque sabemos que siempre nos atiende? En el camino de la vida muchas veces nos sentimos frustrados en nuestras relaciones con los demás; quizá en quien más confiábamos cuando más lo necesitamos nos volvió la espalda, se olvidó de nosotros o como se suele decir se hizo el olvidado, siempre tenía cosas que hacer o atender y no tenía tiempo para nosotros. Es cierto que no podemos ponernos pesimistas y pensar que todas las personas actúan así, pero basta que en una ocasión hayamos sentido esa frustración para que ya comencemos a ver las cosas oscuras.
Son experiencias humanas y desagradables por las que a veces tenemos que pasar, pero creo que tenemos que seguir creyendo en la humanidad y que hay personas que sí estarán pendientes de nosotros o al menos estarán dispuestas a escucharnos.
Al menos intentemos que nosotros no seamos de esa manera, que seamos capaces de poner humanidad en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás y llenemos nuestro corazón de misericordia y de compasión. Que no hagamos las cosas por mero cumplimiento ni por quitarnos a los latosos, como solemos decir, de encima, sino que haya verdadero amor en nuestro corazón y aprendamos a ser solidarios con los demás.
Me estoy haciendo esta reflexión de la que quiero aprender para mi mismo a partir de la parábola que Jesús nos propone en el evangelio. Es cierto que la intención primera de la parábola, como el mismo evangelista nos indica, es hablarnos de nuestra perseverancia en la oración, en nuestra relación con Dios porque El es el único que nunca nos falla, porque es el Padre bueno y misericordioso que siempre atiende a sus hijos. Pero he querido incidir en este aspecto humano de nuestras relaciones porque creo que tenemos mucho que aprender para nuestro trato con los demás y para la confianza mutua que nos hemos de tener unos y otros.
Nos habla la parábola de la viuda que acudía al juez una y otra vez para que le hiciera justicia.  No nos da razones el evangelio de por qué aquel juez que actuaba tan injustamente no la atendía. Pero no es difícil encontrar esas sus llamadas justificaciones. Cuántas veces en nuestra justicia humana se da largas y largas a un asunto que podría resolverse fácilmente.
Cuántas veces nosotros también damos largas a la respuesta que quizá nos están pidiendo desde nuestros seres queridos más cercanos o desde las personas con las que tenemos alguna relación. Cuántas veces también nos hacemos oídos sordos a lo que nos piden; cuántas veces nos buscamos mil disculpas para no ser solidarios de corazón con aquellas personas en necesidad que acuden tendiéndonos la mano para pedirnos una ayuda o vemos tiradas por los caminos de la vida; cuántas veces nos encerramos en nuestros orgullos y no otorgamos un generoso perdón a quien nos haya podido ofender. Juzgamos fácilmente a aquel juez injusto pero no somos capaces de mirarnos a nosotros mismos que tantas veces quizá en nuestra insolidaridad y también con un corazón injusto hacemos peor.
¿De quien nos podemos fiar porque sabemos que siempre nos atiende?, era la pregunta con la que iniciábamos esta reflexión. Ya sabemos como en Dios tenemos la respuesta porque es un Dios de amor y de misericordia. Acudamos con confianza y con perseverancia en nuestra oración y aprendamos a tener ese corazón compasivo y misericordioso siempre para con los demás. 

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