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lunes, 18 de enero de 2016

La Buena Nueva del Reino de Dios que nos anuncia Jesús nos exige desprendernos de viejas formas de vivir para vivir radicalmente el sentido del Evangelio

La Buena Nueva del Reino de Dios que nos anuncia Jesús nos exige desprendernos de viejas formas de vivir para vivir radicalmente el sentido del Evangelio

1Samuel 15, 16-23; Sal. 49; Marcos 2, 18-22

Cuántas veces nos sucede que tenemos un objeto que apreciamos mucho porque nos ha servido para muchas cosas, o una ropa sea cual sea a la que tenemos mucho cariño, porque es un recuerdo o porque nos gustaba mucho, pero que, sea una cosa u otra, con el paso del tiempo se va deteriorando y aunque tratamos de arreglarla, ponerle remiendos ya se nos hace inservible, pero aún así no queremos desprendernos de ello. Es una imagen que nos puede traducir muchas actitudes que podamos tener ante la vida y ante lo que pueda significar un cambio que nos cuesta aceptar. Como nos cuesta desprendernos de aquella pieza de ropa y buscarnos otra mejor, nos cuestan esos cambios radicales que con el evangelio hemos de hacer en nuestra vida.
Eso viene a decirnos hoy Jesús en el evangelio. La Buena Nueva del Reino que nos anuncia Jesús nos está presentando algo nuevo para nuestra vida. Una Buena Nueva que nos exigirá desprendernos de viejas actitudes o viejas formas de ver el sentido de la vida. ¿Era inservible todo lo que había vivido el pueblo de Israel a lo largo de su historia? En cada momento con sus circunstancias Dios se les había ido manifestando y señalando los caminos que habían de seguir. Pero quizá había que reconocer que con el paso de los años se habían ido acumulando muchas cosas, muchas actitudes, muchas rutinas de las que ahora había que desprenderse. Con cuantas normas y preceptos habían llenado su vida olvidando lo esencial del mandamiento de Dios.
Por eso el primer anuncio que Jesús hacia del Reino iba acompañado de la invitación a la conversión. Había que transformar la vida con lo nuevo que Jesús les anunciaba. De muchas cosas ya inservibles había que desprenderse. Era una renovación total de los corazones, de la vida lo que Jesús estaba pidiendo. No valían apaños, arreglos, remiendos porque la vivencia del Reino de Dios que Jesús anunciaba exigía actitudes nuevas, corazones nuevos.
Venían hoy planteándole a Jesús el problema de los ayunos. No está mal el sacrificio del renunciar en un momento determinado a unos alimentos, mientras no pongamos, por supuesto, en peligro nuestras vidas. Pero eso no era lo esencial para la vivencia de la fe en el Dios que nos salva. Quizá se había puesto tanto empeño en el ayuno, como si el ayuno fuera el que nos iba a salvar, o nos íbamos a salvar por nuestros méritos propios, que se había desvirtuado su sentido. La salvación nos viene de Jesús. Es una gracia, un regalo de Dios que hemos de acoger en nuestra vida, viviendo unas nuevas actitudes. Ese cambio exigiría sacrificios y el sacrificio del ayuno quizá nos enseñase el valor de esos sacrificios nuevos que habíamos de hacer con ese cambio del corazón para buscar lo que en verdad es esencial.
Esa actitud de conversión, de transformación radical de nuestro corazón para vivir en su integridad el espíritu del Evangelio es algo que tiene que seguir estando presente en nuestra vida. Quizá también se nos van acumulando rémoras en nuestra vida que se llena de rutinas que nos impiden caminar con libertad total en los caminos del evangelio. Por eso hemos de dejarnos transformar radicalmente desde lo más hondo de nosotros mismos. Es de lo que nos está hablando Jesús hoy en el evangelio. Es la nueva vida que hemos de vivir cuando de verdad queremos vivir el Reino de Dios.

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