La Buena Nueva del Reino de Dios que nos anuncia Jesús nos exige desprendernos de viejas formas de vivir para vivir radicalmente el sentido del Evangelio
1Samuel
15, 16-23; Sal. 49; Marcos 2, 18-22
Cuántas veces nos sucede que tenemos un objeto que
apreciamos mucho porque nos ha servido para muchas cosas, o una ropa sea cual
sea a la que tenemos mucho cariño, porque es un recuerdo o porque nos gustaba
mucho, pero que, sea una cosa u otra, con el paso del tiempo se va deteriorando
y aunque tratamos de arreglarla, ponerle remiendos ya se nos hace inservible,
pero aún así no queremos desprendernos de ello. Es una imagen que nos puede
traducir muchas actitudes que podamos tener ante la vida y ante lo que pueda
significar un cambio que nos cuesta aceptar. Como nos cuesta desprendernos de
aquella pieza de ropa y buscarnos otra mejor, nos cuestan esos cambios
radicales que con el evangelio hemos de hacer en nuestra vida.
Eso viene a decirnos hoy Jesús en el evangelio. La
Buena Nueva del Reino que nos anuncia Jesús nos está presentando algo nuevo
para nuestra vida. Una Buena Nueva que nos exigirá desprendernos de viejas
actitudes o viejas formas de ver el sentido de la vida. ¿Era inservible todo lo
que había vivido el pueblo de Israel a lo largo de su historia? En cada momento
con sus circunstancias Dios se les había ido manifestando y señalando los
caminos que habían de seguir. Pero quizá había que reconocer que con el paso de
los años se habían ido acumulando muchas cosas, muchas actitudes, muchas
rutinas de las que ahora había que desprenderse. Con cuantas normas y preceptos
habían llenado su vida olvidando lo esencial del mandamiento de Dios.
Por eso el primer anuncio que Jesús hacia del Reino iba
acompañado de la invitación a la conversión. Había que transformar la vida con
lo nuevo que Jesús les anunciaba. De muchas cosas ya inservibles había que
desprenderse. Era una renovación total de los corazones, de la vida lo que
Jesús estaba pidiendo. No valían apaños, arreglos, remiendos porque la vivencia
del Reino de Dios que Jesús anunciaba exigía actitudes nuevas, corazones
nuevos.
Venían hoy planteándole a Jesús el problema de los
ayunos. No está mal el sacrificio del renunciar en un momento determinado a
unos alimentos, mientras no pongamos, por supuesto, en peligro nuestras vidas.
Pero eso no era lo esencial para la vivencia de la fe en el Dios que nos salva.
Quizá se había puesto tanto empeño en el ayuno, como si el ayuno fuera el que
nos iba a salvar, o nos íbamos a salvar por nuestros méritos propios, que se
había desvirtuado su sentido. La salvación nos viene de Jesús. Es una gracia,
un regalo de Dios que hemos de acoger en nuestra vida, viviendo unas nuevas
actitudes. Ese cambio exigiría sacrificios y el sacrificio del ayuno quizá nos
enseñase el valor de esos sacrificios nuevos que habíamos de hacer con ese
cambio del corazón para buscar lo que en verdad es esencial.
Esa actitud de conversión, de transformación radical de
nuestro corazón para vivir en su integridad el espíritu del Evangelio es algo
que tiene que seguir estando presente en nuestra vida. Quizá también se nos van
acumulando rémoras en nuestra vida que se llena de rutinas que nos impiden
caminar con libertad total en los caminos del evangelio. Por eso hemos de
dejarnos transformar radicalmente desde lo más hondo de nosotros mismos. Es de
lo que nos está hablando Jesús hoy en el evangelio. Es la nueva vida que hemos
de vivir cuando de verdad queremos vivir el Reino de Dios.
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