Hacemos llegar la buena noticia de Jesús a nuestro mundo aquejado de tantos males con el testimonio de la misericordia que rebosa de nuestro corazón
1Samuel
18, 6-9; Sal 55; Marcos 3, 7-12
Venían de todas partes. ‘Lo siguió una muchedumbre de Galilea… acudía mucha
gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías
de Tiro y Sidón’. Oían hablar de Jesús y hasta El
venían. No era ya solo su palabra. . Era también ‘al enterarse de las cosas que
hacía’. Le traían toda clase de enfermos
y aquejados de todos los males. A todos curaba. Se le echaban encima porque
querían al menos tocarlo. Los discípulos más cercanos andaban preocupados, no
fueran a estrujarlo, y le preparan una barca para que desde la orilla les
hable.
Convencían sus palabras que despertaban esperanza en un nuevo y
distinto. Las cosas habían de cambiar en la vida de los hombres. Pero veían sus
obras, veían su amor, se sentían beneficiarios de su compasión y misericordia.
Era el Reino de Dios que se acercaba, que se plantaba entre ellos. Crecía la fe
de sus discípulos en El, como decía Juan después de ver los signos en las bodas
de Caná.
Una invitación a ir nosotros también hasta Jesús para escucharle, para
sentir su salvación en nuestra vida, para sabernos beneficiarios de la bondad y
de la misericordia del Señor. También tenemos nuestras esperanzas, como
reconocemos cuánto tiene que curar Jesús en nuestra vida; que no son solo las
necesidades o carencias materiales, las enfermedades que podamos padecer; son
las angustias de nuestro espíritu, son tantas tinieblas que muchas veces nos
envuelven con nuestras dudas, con el mal que sentimos que aparece y reaparece
una y otra vez en nuestro interior, en nuestras soledades o en esa debilidad de
nuestro espíritu. Jesús nos sana, Jesús nos salva, Jesús nos manifiesta una y
otra vez lo que es la misericordia del Señor que nos perdona.
Pero es también una invitación para que llevemos a los demás la noticia
de Jesús. Como corría entonces de boca en boca, y de una población se iba trasmitiendo
a otra la noticia de Jesús, así tendríamos nosotros también que hacer ese
anuncio hoy. El mundo que nos rodea
también necesita el anuncio de esa Buena Noticia de Jesús. Y hemos de saber
hacerla. Y tenemos que hacernos creíbles. Nuestras palabras tienen que ir
acompañadas de nuestras obras. Igual que la gente venía a Jesús porque veían
las cosas que hacia, así nosotros hemos de mostrar al mundo lo que en Jesús
podemos encontrar y eso hemos de reflejarlo en nuestra vida, en nuestro amor,
en la luz de alegría que brille en nosotros los creyentes, en ese concreto
compromiso de amor que nosotros vivamos, porque así estaremos reflejando las
obras de Jesús.
Así tiene que manifestarse la Iglesia. Así tenemos que manifestarnos
nosotros, cada uno de nosotros como miembros de esa Iglesia que somos, con las
obras de nuestro amor, con ese compromiso serio por la justicia y la paz, por
esa salud del corazón que iremos llevando a todos los atormentados por sus
problemas y por sus males, por esa esperanza que iremos despertando cuando
vamos haciendo el bien, por esa misericordia que rebosa de nuestro corazón. Es
una invitación y es un compromiso.
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