Jesús viene a nuestra vida para liberarnos de tantas discapacidades del alma que nos anulan y ayudarnos a encontrar la verdadera grandeza de la persona
1Samuel
17,32-51; Sal 143; Marcos 3, 1-6
¿Quién o quienes eran realmente los inválidos, los
discapacitados? Me hago la pregunta, y lo hago también por mí mismo, ante el
episodio que nos narra el evangelio.
‘Entró Jesús otra vez en la
sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho,
para ver si curaba en sábado y acusarlo’. Había, es cierto, un hombre con una parálisis en un brazo, como nos
dice el evangelista. Su invalidez y su limitación era física con todas las
consecuencias que por supuesto se podían derivar.
Pero hay otras muchas cosas que nos paralizan en la vida. Allí estaban
algunos al acecho, con sus desconfianzas, con su hipocresía, con el corazón
insensible ante el sufrimiento de un hombre, atados por las normas y preceptos
que realmente les esclavizaban, con su obstinación farisaica, con sus juicios y
prejuicios, con las ganas de poner trampas para hacer tropezar a los demás.
Dice el evangelista que Jesús se sintió dolido por su obstinación, por la cerrazón
de aquellas mentes y la dureza del corazón. Eso si era una invalidez que
paraliza desde lo más hondo.
La pregunta tenemos que hacerla sobre nosotros mismos porque podemos
caer fácilmente en esas actitudes negativas en la vida con nuestras malicias y
con nuestras desconfianzas; porque somos muy fáciles para juzgar las acciones
de los demás y para condenar; porque llenamos nuestras relaciones de recelos y
desconfianzas y nos cuesta aceptar a los otros como son; porque también tantas
veces estamos al acecho a ver en lo que el otro tropieza para gloriarnos de
nosotros mismos y despreciar a los demás; porque fácilmente aunque digamos que
no, surgen actitudes o posturas racistas en nuestros pensamientos y hasta en
nuestros comportamientos; porque queremos imponer nuestros criterios y no somos
capaces de dialogar; porque nos creemos poseedores de la verdad suprema y solo
es válido lo que nosotros pensemos u opinemos y no somos capaces de respetar a
los demás y ver todo lo positivo que hay también en los otros, que incluso
muchas veces nos superan.
Vamos a acercarnos a Jesús con nuestras discapacidades en el alma para
que nos cure, para que nos llene y nos inunde con su salvación, para que
nuestro corazón se transforme en su amor, para que sintamos lo que es la
verdadera libertad en el alma que nace de un corazón lleno de amor. Aprendamos
a valorar a las personas como Jesús lo hizo, vayamos siempre con el corazón
abierto al encuentro con los demás dispuestos a servir, dispuestos a amar de
verdad a todos y sin distinción.
Que la gracia del Señor en nuestra vida nos ayude a transformar nuestro
corazón para que en verdad entre todos podamos hacer un mundo mejor donde
vayamos haciendo desaparecer tantas discapacidades del alma que nos anulan. Con
Cristo encontraremos siempre la verdadera grandeza y la verdadera libertad.
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