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domingo, 17 de enero de 2016

Que los signos de nuestra vida de cada día manifiesten la gloria del Señor y crezca así la fe de todos los hombres en Jesús

Que los signos de nuestra vida de cada día manifiesten la gloria del Señor y crezca así la fe de todos los hombres en Jesús

 Isaías 62, 1-5; Sal 95; 1Corintios 12,4-11; Juan 2, 1-12
Me atrevería a decir que estos domingos del tiempo ordinario que median hasta que ya pronto este año comencemos la Cuaresma son en cierto modo como una prolongación de las fiestas de la Epifanía que hemos celebrado para concluir la Navidad. La fiesta de la Epifanía fue la manifestación de Jesús por medio de la estrella a los Magos de Oriente como la salvación para todos los hombres; en el pasado domingo escuchábamos la voz del Padre que desde el cielo señalaba a aquel Jesús que salía de las aguas del Jordán como el que está lleno del Espíritu de Dios y en verdad es el Hijo de Dios.
Jesús ahora se nos irá manifestando, dando a conocer para que en verdad crezca más y más nuestra fe en él, como hoy mismo nos dirá el evangelio. Es el Emmanuel, en verdad Dios entre nosotros, que se hace presente, no solo porque se ha encarnado haciéndose hombre, allí donde los hombres están y hacen su vida para descubrirnos así el misterio de Dios escondido desde los siglos y que al manifestarsenos en Jesús vendrá a ser el verdadero sentido y plenitud de la vida del hombre.
Hoy le encontramos, decíamos, allí donde los hombres hacen y viven su vida en las distintas circunstancias de su existencia, y es en este caso en medio de la fiesta de una boda; le contemplaremos en próximos domingos allí donde los judíos se reúnen para escuchar la Palabra y alabar al Creador, o en los distintos momentos de la vida de los hombres con sus sufrimientos o con las inquietudes que anidan en su corazón. Siempre Jesús se nos va a manifestar como esa luz de nuestra vida, aquel en quien vamos a encontrar, como decíamos, sentido y plenitud para nuestra existencia.
Es significativo el evangelio de este domingo, las bodas en Caná de Galilea, no solo para señalarnos con su presencia cómo el amor entre un hombre y una mujer es algo sagrado, que Jesús elevará a la gran categoría de sacramento, de signo del amor que El mismo tiene a su Iglesia, sino que este texto querrá decirnos muchas más cosas.
Vivimos los hombres todo lo que es la belleza de nuestro vivir y más aún cuando se vive en el amor. Es la alegría de la fiesta que se manifiesta en lo que es una boda, signo de lo que ha de ser el sentido que le damos a nuestro caminar, a nuestra vida, valorando toda esa belleza de nuestra existencia. Pero surgen signos y gestos en nuestro relato que pueden ser bien significativos.
Se acabó el vino en medio de la fiesta. Serán los ojos de María los que capten el problema y le necesidad que surge, lo que podría darnos ocasión de muchas más reflexiones. Quedémonos en el hecho. En esa belleza de nuestro caminar por la vida muchas veces nos surgen sombras en los problemas que nos van apareciendo cada día.  Contratiempos en nuestra convivencia que merman la paz de los corazones, carencias que nos afectan en la vivencia de nuestra dignidad de personas - y aquí podemos poner todas las manifestaciones de la pobreza en todos sus aspectos -,  sufrimientos porque aparecen las enfermedades o surgen otras muchas limitaciones que nos pueden hacer perder la estabilidad de nuestra vida, y así podríamos seguir pensando en tantas y tantas sombras que aparecen en la vida de las personas y en la sociedad.
‘No tienen vino’ es la frase de María a Jesús y es la constatación de que la belleza de nuestra vida se nos viene abajo. Pero allí está Jesús, aquí está Jesús que sigue caminando con nosotros en todas las circunstancias de nuestra vida. Siempre decimos Jesús realizó algo extraordinario y asombroso para que no faltara el vino en la fiesta convirtiendo aquellas vasijas llenas de agua en el mejor vino. Pero yo me quedaría en la sencillez del gesto; utiliza Jesús algo tan elemental como es el agua que bebemos cada día y básicamente necesitamos para nuestra subsistencia.
Pero aquella agua se transformó, o mejor aún, transformó la vida de los presentes porque hubo manera de mantener aquella alegría de fiesta del vivir. Es todo un signo sencillo y maravilloso a la vez. Aquel agua se convirtió en un vino mejor. ¿Cómo pudo ser? Allí estaba Jesús. Jesús que viene a darnos ese sentido nuevo de nuestra existencia no pidiéndonos cosas extraordinarias, sino eso que vivimos cada día, pero que seamos capaces de vivirlo en plenitud, pongamos en lo que es nuestra vida la plenitud del amor que es la que dará sentido pleno a todas las cosas. La presencia de Jesús lo transformó todo. Y comenzaron a creer en él a partir de aquel primer signo que Jesús realizó en Galilea, allá en las bodas de aquel pequeño pueblo de Caná.
Es lo que nos está pidiendo Jesús. Vivamos, sigamos viviendo esas cosas normales y sencillas de cada día, donde como decíamos tantas veces van apareciendo tantas sombras, como será nuestra vida familiar, como serán nuestros trabajos, como será todo lo que nuestra convivencia social con nuestros vecinos ahí en la sociedad en la que vivimos. Pero en eso sencillo de cada día tenemos que ser signos, no porque hagamos cosas extraordinarias, vayamos haciendo milagros, sino por el sentido con que vivamos todas esas cosas. Y todas esas sombras se pueden transformar en luz, se transformarán en luz con la presencia de Jesús que nosotros llevamos a nuestro mundo.
Es el sentido que en Jesús encontramos para nuestro vivir que le dará como un lustre nuevo a nuestra vida familiar y a nuestra convivencia con los demás; es el sentido de Jesús que nos hará descubrir ese lugar que nosotros ocupamos en nuestra sociedad a la que hemos de contribuir con nuestro buen hacer, con nuestro compromiso social, con nuestra apertura a los demás. No son cosas extraordinarias, sino las cosas de cada día, como el agua o el vino que bebemos, pero que ahora van a encontrar un nuevo sabor, un nuevo sentido, la sabiduría de Dios que se nos manifiesta en el evangelio.
Sí, sigue siendo en cierto modo Epifanía del Señor, porque el Señor se nos manifiesta como luz, como sentido de nuestra vida, con ese sabor nuevo de la sabiduría del Evangelio. ‘Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él’, terminaba diciéndonos el evangelio hoy. Que los signos de nuestra vida manifiesten la gloria del Señor y crezca así la fe de todos los hombres en Jesús.

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