Que los signos de nuestra vida de cada día manifiesten la gloria del Señor y crezca así la fe de todos los hombres en Jesús
Isaías 62, 1-5; Sal 95; 1Corintios 12,4-11; Juan 2, 1-12
Me atrevería a decir que estos domingos del tiempo
ordinario que median hasta que ya pronto este año comencemos la Cuaresma son en
cierto modo como una prolongación de las fiestas de la Epifanía que hemos
celebrado para concluir la Navidad. La fiesta de la Epifanía fue la
manifestación de Jesús por medio de la estrella a los Magos de Oriente como la
salvación para todos los hombres; en el pasado domingo escuchábamos la voz del
Padre que desde el cielo señalaba a aquel Jesús que salía de las aguas del
Jordán como el que está lleno del Espíritu de Dios y en verdad es el Hijo de Dios.
Jesús ahora se nos irá manifestando, dando a conocer
para que en verdad crezca más y más nuestra fe en él, como hoy mismo nos dirá
el evangelio. Es el Emmanuel, en verdad Dios entre nosotros, que se hace
presente, no solo porque se ha encarnado haciéndose hombre, allí donde los
hombres están y hacen su vida para descubrirnos así el misterio de Dios
escondido desde los siglos y que al manifestarsenos en Jesús vendrá a ser el
verdadero sentido y plenitud de la vida del hombre.
Hoy le encontramos, decíamos, allí donde los hombres
hacen y viven su vida en las distintas circunstancias de su existencia, y es en
este caso en medio de la fiesta de una boda; le contemplaremos en próximos
domingos allí donde los judíos se reúnen para escuchar la Palabra y alabar al
Creador, o en los distintos momentos de la vida de los hombres con sus
sufrimientos o con las inquietudes que anidan en su corazón. Siempre Jesús se
nos va a manifestar como esa luz de nuestra vida, aquel en quien vamos a
encontrar, como decíamos, sentido y plenitud para nuestra existencia.
Es significativo el evangelio de este domingo, las
bodas en Caná de Galilea, no solo para señalarnos con su presencia cómo el amor
entre un hombre y una mujer es algo sagrado, que Jesús elevará a la gran
categoría de sacramento, de signo del amor que El mismo tiene a su Iglesia,
sino que este texto querrá decirnos muchas más cosas.
Vivimos los hombres todo lo que es la belleza de
nuestro vivir y más aún cuando se vive en el amor. Es la alegría de la fiesta
que se manifiesta en lo que es una boda, signo de lo que ha de ser el sentido
que le damos a nuestro caminar, a nuestra vida, valorando toda esa belleza de
nuestra existencia. Pero surgen signos y gestos en nuestro relato que pueden
ser bien significativos.
Se acabó el vino en medio de la fiesta. Serán los ojos
de María los que capten el problema y le necesidad que surge, lo que podría
darnos ocasión de muchas más reflexiones. Quedémonos en el hecho. En esa
belleza de nuestro caminar por la vida muchas veces nos surgen sombras en los
problemas que nos van apareciendo cada día.
Contratiempos en nuestra convivencia que merman la paz de los corazones,
carencias que nos afectan en la vivencia de nuestra dignidad de personas - y
aquí podemos poner todas las manifestaciones de la pobreza en todos sus
aspectos -, sufrimientos porque aparecen
las enfermedades o surgen otras muchas limitaciones que nos pueden hacer perder
la estabilidad de nuestra vida, y así podríamos seguir pensando en tantas y
tantas sombras que aparecen en la vida de las personas y en la sociedad.
‘No tienen vino’ es la frase de María a Jesús y es
la constatación de que la belleza de nuestra vida se nos viene abajo. Pero allí
está Jesús, aquí está Jesús que sigue caminando con nosotros en todas las
circunstancias de nuestra vida. Siempre decimos Jesús realizó algo
extraordinario y asombroso para que no faltara el vino en la fiesta
convirtiendo aquellas vasijas llenas de agua en el mejor vino. Pero yo me
quedaría en la sencillez del gesto; utiliza Jesús algo tan elemental como es el
agua que bebemos cada día y básicamente necesitamos para nuestra subsistencia.
Pero aquella agua se transformó, o mejor aún,
transformó la vida de los presentes porque hubo manera de mantener aquella
alegría de fiesta del vivir. Es todo un signo sencillo y maravilloso a la vez.
Aquel agua se convirtió en un vino mejor. ¿Cómo pudo ser? Allí estaba Jesús.
Jesús que viene a darnos ese sentido nuevo de nuestra existencia no pidiéndonos
cosas extraordinarias, sino eso que vivimos cada día, pero que seamos capaces
de vivirlo en plenitud, pongamos en lo que es nuestra vida la plenitud del amor
que es la que dará sentido pleno a todas las cosas. La presencia de Jesús lo
transformó todo. Y comenzaron a creer en él a partir de aquel primer signo que
Jesús realizó en Galilea, allá en las bodas de aquel pequeño pueblo de Caná.
Es lo que nos está pidiendo Jesús. Vivamos, sigamos
viviendo esas cosas normales y sencillas de cada día, donde como decíamos
tantas veces van apareciendo tantas sombras, como será nuestra vida familiar,
como serán nuestros trabajos, como será todo lo que nuestra convivencia social
con nuestros vecinos ahí en la sociedad en la que vivimos. Pero en eso sencillo
de cada día tenemos que ser signos, no porque hagamos cosas extraordinarias,
vayamos haciendo milagros, sino por el sentido con que vivamos todas esas
cosas. Y todas esas sombras se pueden transformar en luz, se transformarán en
luz con la presencia de Jesús que nosotros llevamos a nuestro mundo.
Es el sentido que en Jesús encontramos para nuestro
vivir que le dará como un lustre nuevo a nuestra vida familiar y a nuestra
convivencia con los demás; es el sentido de Jesús que nos hará descubrir ese
lugar que nosotros ocupamos en nuestra sociedad a la que hemos de contribuir
con nuestro buen hacer, con nuestro compromiso social, con nuestra apertura a
los demás. No son cosas extraordinarias, sino las cosas de cada día, como el
agua o el vino que bebemos, pero que ahora van a encontrar un nuevo sabor, un
nuevo sentido, la sabiduría de Dios que se nos manifiesta en el evangelio.
Sí, sigue siendo en cierto modo Epifanía del Señor,
porque el Señor se nos manifiesta como luz, como sentido de nuestra vida, con
ese sabor nuevo de la sabiduría del Evangelio. ‘Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos
en él’, terminaba diciéndonos el evangelio hoy. Que los signos de nuestra
vida manifiesten la gloria del Señor y crezca así la fe de todos los hombres en
Jesús.
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