La responsabilidad con que, desde nuestra fe en Jesús y en nuestro deseo de seguirle, nos tomamos en serio la vida
Sabiduría 18, 6-9; Sal 32; Hebreos 11, 1-2.
8-19; Lucas 12, 32-48
En la vida tenemos responsabilidades que tenemos que asumir y en las
que no nos podemos dormir; nos hacemos planes, nos trazamos objetivos; el
hombre maduro y responsable siempre estará buscando cómo mejorar las cosas,
como pueda hacer que las cosas para los suyos, con aquellos que están a su
cargo o con los que tiene una especial responsabilidad, ya sea la familia o ya
sea aquellos cuyo trabajo pueda depender también de su actuación y su
responsabilidad, puedan marchar bien y hacer que puedan tener una vida mejor.
Actuando con responsabilidad no hace dejación de sus obligaciones, no se
duerme, no espera que otros hagan sino que también será capaz de tener
iniciativas o buscar formas de que todo funcione bien.
Las responsabilidades de la vida nos hacen estar vigilantes, atentos.
Eso, como decíamos, es parte y es expresión de la madurez de la persona y de la
madurez con que afrontamos los problemas de la vida. Es cierto que en esas
materias de orden material o donde toque el aspecto económico parece que nos
hacen ser más astutos, y quizá en otros aspectos de la vida personal y de la
vida espiritual no prestemos tanta atención.
Jesús en el evangelio nos va trazando unas líneas de vida, ayudándonos
a descubrir unos valores, queriendo hacer que busquemos lo que es
verdaderamente principal e importante en la vida, abriéndonos caminos de vida, descubriéndonos
lo que es el sentido del Reino de Dios que nos anuncia y que ha de ser el
sentido de nuestra vida.
Cuando lo vamos escuchando, al tiempo que contemplamos su actuar, nos
sentimos entusiasmados y nos entran deseos de vivir ese estilo de vida nueva
que Jesús nos ofrece, nos hacemos nuestros propósitos y nuestros planes e
incluso comenzamos a dar pasos en ese seguimiento de Cristo queriendo vivir tal
como Jesús nos ofrece.
Pero ya sabemos bien lo que nos sucede y que nos aparece enseguida la
inconstancia, pronto nos cansamos, tenemos el peligro de olvidar aquello que
nos habíamos propuesto y baja la intensidad de lo que ha de ser nuestra vida
cristiana. Tenemos, ya sabemos, muchos altibajos en la vida y en este caso en
la vida espiritual.
Todos recocemos esa experiencia de nuestra vida; después de una semana
santa vivida con fervor nos propusimos muchas cosas, o fueron unos ejercicios
espirituales que hicimos de los que salimos con muchos propósitos, o aquel
cursillo al que asistimos o aquellas jornadas en las que participamos
compartiendo con otras muchas personas que también veíamos cómo querían con
entusiasmo vivir su compromiso en la iglesia y en medio del mundo. Salimos con
mucho entusiasmo en aquellos momentos, pero luego pronto ‘como era en el
principio, ahora y siempre…’
Hoy Jesús nos habla de tener ceñidas las cinturas y encendidas las
lámparas. Nos recuerda aquella parábola de las doncellas prudentes y de las
doncellas necias, las que llevaron aceite suficiente aparte, y las que llevaron
raquíticamente el poquito que podía contener el pequeño depósito de la lámpara.
O nos habla del dueño de la casa que no sabe por donde puede atacar el ladrón,
pero que estará vigilante y tendrá bien cerradas las puertas para que no se
pueda introducir en la casa. O nos habla del administrador fiel y solicito que
se le ha confiado la administración de una casa o de una hacienda y que ha de
estar atento para que todo funcione bien, porque esa es su responsabilidad.
Podemos reflexionar e interpretar estas palabras en un sentido
escatológico pensando en ese momento final de nuestra vida y en el momento en
que tengamos que presentarnos ante Dios para dar cuenta de lo que ha sido
nuestra vida. Pero creo que de una forma concreta el mensaje que se nos trasmite
quiere que pensemos en el día a día de nuestra vida y cómo ahora en este
momento estamos dando respuesta a lo que Jesús nos va pidiendo en el evangelio.
Estas palabras de Jesús han surgido tras aquellas consideraciones que
se nos hacía para que no nos dejáramos seducir por la codicia de la vida, la
codicia y el deseo de la posesión de bienes materiales. En las primeras
palabras que hoy hemos escuchado se nos invita a guardar nuestro tesoro donde
los ladrones no nos lo puedan robar, diciéndonos que allí donde está nuestro
tesoro está nuestro corazón. Y ante esa situación que podría parecerle difícil
a los discípulos Jesús se expresa con toda su ternura - ‘no temas, pequeño
rebaño’, les dice - para que pongamos toda nuestra confianza en el Padre
bueno del cielo.
No nos podemos cruzar de brazos ni nos podemos quedar aletargados sin
saber qué hacer por mucho que sea la necesidad o el trabajo que se abre ante
nosotros; la vigilancia y la espera no son pasivas en el cristiano.
Son los oídos atentos para escuchar la Palabra, pero son los ojos
abiertos para mirar la vida y mirar nuestro mundo; son nuestras manos ágiles y
siempre dispuestas para trabajar y es nuestro corazón siempre abierto para
compartir con generosidad; es esa apertura de nuestra para ver la necesidad y
es la disposición para abrir caminos de compromiso; es la sintonía de nuestro espíritu
para captar esa voz y esa presencia de Dios, son nuestros pies siempre
dispuestos a caminar para sembrar la paz, para hacer el bien, para ir a
construir ese mundo nuevo.
Es la responsabilidad con que, desde nuestra fe en Jesús y en nuestro
deseo de su seguimiento, nos tomamos en serio la vida que vivimos en todos sus
aspectos.
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