Los caminos de humildad y comprensión manifiestan la grandeza de nuestro espíritu
1Tim. 1, 1-2.12-14; Sal. 15; Lc. 6, 39-42
Solo los ojos limpios descubren la luz y a la luz de
Jesús, el único Maestro, toda sentencia condenatoria se hace imposible. Ojalá descubramos
esa luz, nos llenemos de esa luz. Creemos tener la luz, pero muchas veces
estamos a oscuras, cuando no nos hemos encontrado con Cristo de verdad.
Si en verdad estuviéramos iluminados con la luz de
Jesús nuestra mirada sería distinta, sería limpia, estaría llena de amor,
aprenderíamos en verdad a ser comprensivos con los demás, seríamos humildes,
seríamos en verdad constructores de vida, nuestras relaciones mutuas estarían
siempre llenas de comprensión y armonía y nunca tendríamos juicios condenatorios
hacia los demás.
Somos fáciles para juzgar y para condenar; somos muy
dados a ver con mucha facilidad las cosas negativas de los demás, pero cuánto
nos cuesta reconocer las nuestras. Quizá somos más exigentes con los demás que
con nosotros mismos; lo que sabemos que tendríamos que exigirnos a nosotros
mismos se lo exigimos a los demás.
La falta de comprensión hacia los demás denota la
pobreza de nuestro espíritu, la mezquindad que anida en nuestra alma, porque si
tuviéramos la humildad de reconocer nuestras propias debilidades seríamos más
comprensivos con los otros y nunca seríamos exigentes con dureza de corazón.
Los caminos de la sencillez y de la humildad son los
que construyen autenticas y verdaderas relaciones humanas entre unos y otros y
son los que a la larga mostrarán la grandeza de nuestro espíritu y los que de
verdad van a crear un mundo mejor por más humano y más justo. Desde la
prepotencia de considerarnos siempre justos y santos lo que creamos son
apariencias e hipocresía en nuestras mutuas relaciones mostrándonos
intransigentes e insensibles antes los problemas o debilidades de los demás.
Por eso nos ha dicho hoy Jesús ‘¿acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿no caerán los dos en el
hoyo?’ Eso que podría valer desde la práctica de la vida en el caso de los
invidentes, sin embargo en las palabras de Jesús quiere decirnos algo más
hondo. Se trata de una ceguera más profunda que la falta física de visión a lo
que se refería Jesús. Ciegos somos no solo por la falta de visión del sentido de
los ojos, sino cuando el mal se ha metido dentro de nosotros llenando de
malicia el corazón. Qué difícil le va a ser a una persona así, con esa malicia
en el corazón, poder tener una visión positiva de las cosas o de los demás para
ayudarte a que tú también tengas esa visión positiva.
Por eso nos pide Jesús que nos limpiemos primeros
nuestros ojos, y ya sabemos a qué ojos se está refiriendo, porque la suciedad
que hay en ellos que hay en nuestro corazón nos impedirá ver con claridad. ‘Sácate primero la viga de tu ojos y
entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano’. Pero cuando
somos humildes, nos damos cuenta de cuantos errores hemos cometido en la vida,
en cuantas cosas hemos tropezado y sin embargo hemos sido capaces de
levantarnos para corregirnos, para enmendar nuestra vida, eso nos enseñará a
ser humildes en el trato con los demás.
Pidamos esa luz de Jesús que nos ilumine, que nos
arranque de tantas tinieblas en las que nos vemos envueltos tantas veces en la
vida. No nos creamos tan justos que digamos que nosotros nunca cometemos
errores, tenemos fallos. Eso sería una ceguera terrible que se nos estuviera
metiendo en la vida.
Vayamos con humildad hasta Jesús dejándonos iluminar
por El, y dejarnos iluminar es dejarnos enseñar, aceptar la corrección que su
Palabra va haciendo de nuestra vida, dejarnos conducir por su Espíritu que nos
habla allá en nuestro interior pero cuya voz puede llegarnos también de quienes
están a nuestro lado para orientarnos, para caminar con nosotros, para decirnos
una buena palabra, para alentarnos en ese camino de nuestra vida en el que con
tantas dificultades nos encontramos en tantas ocasiones.
La Iglesia con su Magisterio esta a nuestro lado y a
través del ministerio de nuestros pastores va señalándonos la senda buena que
hemos de recorrer. Escuchemos la voz de la Iglesia que el Espíritu está siempre
presente en ella y se nos manifiesta de muchas maneras.
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