No
gastemos tantos esfuerzos en nuestras comunidades en vanidades que nada tienen
que ver con los valores del Evangelio del que tenemos que impregnarnos
Génesis 1,20–2,4ª; Salmo 8; Marcos 7,1-13
Esto siempre se ha hecho así, habremos
escuchado en más de una ocasión, o acaso también nosotros lo hemos dicho y
argumentado más de una vez; ¿por qué se ha hecho así?, podríamos preguntar, y
¿por qué tenemos que seguirlo haciendo igual si podría haber otra forma mejor?
Costumbres arraigadas en la manera de ser y de hacer de la gente, tradiciones
que en cierto modo se convierten en leyes, rutinas de hacer las cosas de la
misma manera porque nadie les abrió los ojos para ver que se puede hacer de
distinta manera y tendrá más efectividad y por eso seguimos haciendo lo mismo.
Nos sucede en muchos ámbitos de la
vida, en los trabajos, en las cosas de la casa, en la manera de ver las
situaciones, en cerrazones mentales que les impide buscar algo nuevo y mejor;
hasta no hace muchos años me encontré personas y con un cierto nivel incluso
cultural que no querían la máquina de escribir, y muchos menos podrían pensar
en los teclados de un ordenador, porque ellos escribían a mano como lo habían
hecho siempre. Cuánto le ha costado a mucha gente, por ejemplo, entrar en el
mundo de la informática desde hacer solo lo que desde niños le enseñaron a
hacer.
Pero no me estoy planteando esto
solamente desde esas cosas podríamos decir materiales en donde podemos
contemplar ese avance de la vida, sino quiero referirme mejor a esos planteamientos
sobre el sentido de la vida, por ejemplo, y ahí podría entrar toda una forma de
pensar y en consecuencia de actuar, que se puede traducir en unos planteamientos
o condiciones éticos y morales o que se va a manifestar en la trascendencia que
le podemos dar a nuestra vida, con lo que entramos en todo lo que hace
referencia a la religión y la forma de expresarla.
Una fe que se nos ha ido trasmitiendo y
también descubriendo en lo más hondo de nosotros mismos, una fe que nos ha dado
un sentido a nuestra vida cuando vamos descubriendo todo lo es ese plan de Dios
para el hombre, para la humanidad, una fe que vamos plasmando en unos
principios que rigen nuestra vida y en una forma de relacionarnos con ese Dios
a través del culto. Hay cosas que son esenciales en si mismas pero hay formas
de expresarnos que con consecuencia de lo que vivimos en unión y comunión con
los demás.
El pueblo de Dios tenía lo que era la
ley Mosaica, la ley de Moisés, desde aquella manifestación de Dios en el Sinaí
y la expresión de lo que era la voluntad de Dios. Era lo que había constituido
aquel pueblo unido en una misma fe, pero al mismo tiempo se habían ido forjando
unas expresiones propias de un momento o una situación determinada; pero con el
paso del tiempo se habían ido como acumulando expresiones o manifestaciones
propias de un momento determinado pero que no tenían que ser ley o norma
universal para siempre. Era lo que aquellos que se consideraban más fieles a la
ley de Moisés querían imponer y conservar; surgieron así aquellos movimientos religiosos
sociales de los fariseos, los saduceos y otros grupos que se habían ido
constituyendo como dominantes y dirigentes del pueblo de Dios.
Pero la presencia y el mensaje de Jesús
significaban un aire renovador, un aire nuevo porque Jesús quería que nos centráramos
en lo que era lo fundamental y no nos quedáramos en las vanidades de las
apariencias que a nada conducían. Son los enfrentamientos que comienzan a
surgir con Jesús. Hoy nos aparecen protestando, por así decirlo, porque los discípulos
de Jesús no cumplían con aquellas tradiciones que ellos decían que habían
recibido de sus antepasados.
Aparece el tema de la purificación que
se había convertido en algo formal y externo, pero que no llegaba profundamente
al corazón. Lavarse las manos o comer con manos limpias era lo que mantenía
puro el corazón, según ellos, pero Jesús quiere hacernos comprender que la
pureza no está en lo exterior sino la tenemos en el interior del corazón. ‘¿Por
qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el
pan con manos impuras?
Era lo que siempre se hacía, pero no
llegaban a plantearse donde estaba la verdadera pureza que tendría que haber en
la vida. Una norma higiénica para evitar quizás contagios y sobre todo en un
pueblo errante por aquellos desiertos se había convertido en ley de
purificación; lo que podía ser una imagen que nos hablara de algo profundo, se
había quedado en convertir la imagen en ley. Y así Jesús les hace ver que en
muchas otras cosas habían introducido sus normas y costumbres anulando la ley
del Señor que era muy anterior que todo aquello y más importante y esencial.
Pero era algo que les costaba aceptar, por lo que se resistían a la novedad del
evangelio de Jesús.
No nos quedemos en pensar y juzgar la
actitud de aquellos fariseos o de las gentes en los tiempos de Jesús y pensemos
y reflexionemos por donde van realmente nuestros caminos. ¿No nos habremos
llenado también de unas tradiciones y costumbres que algunas veces desvirtúan
toda la novedad del evangelio de Jesús? ¿Dónde hemos puesto el evangelio? ¿Qué
lugar ocupa en nuestra vida? ¿Nos estaremos dejando impregnar de verdad por los
valores del evangelio o aun seguimos con nuestras vanidades y apariencias? Creo
que gastamos mucho esfuerzo muchas veces en nuestras comunidades en vanidades
que no son lo esencial del evangelio.
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