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lunes, 10 de febrero de 2025

Salgamos ya de nuestras cabinas de confort que nos aíslan e insensibilizan para despertarnos a la misericordia hacia el mundo de dolor que nos rodea

 


Salgamos ya de nuestras cabinas de confort que nos aíslan e insensibilizan para despertarnos a la misericordia hacia el mundo de dolor que nos rodea

Génesis 1,1-19; Salmo 103; Marcos 6,53-56

Hace unos años en un viaje que hice a un país donde no había estado cuando ya nos acercábamos al punto de destino desde la altura podíamos contemplar los paisajes que se extendían a nuestros pies de una gran belleza y recuerdo me llamó la atención unas tierra cultivadas que ofrecían también gran belleza pero que no podía distinguir realmente lo que se cultivaba allí, haciendo mil cavilaciones en mi cabeza sobre lo que podía ser; fue necesario descender por supuesto para el aterrizaje y pisar tierra para poder distinguir y saber realmente lo que estaba viendo en la altura.

Digo esto como ejemplo de la necesidad que tenemos en la vida de aterrizar, no quedarnos cómodamente en la cabina de nuestro viaje, de nuestras ideas y pensamientos sobre cómo tendrían que ser las cosas, sino que necesitamos a pie de tierra conocer bien la realidad. Será cómo se pueden despertar en nosotros los mejores sentimientos, donde nuestro compromiso tendría que manifestarse con mayor rotundidad, y hacer que aflore en nosotros lo mejor de nuestro amor, lo mejor de nosotros mismos para llegar a esa realidad con la que nos encontramos. ¿No andaremos demasiado en la placidez del viaje de nuestros sueños y por eso de alguna manera nos desentendemos de cuanto a nuestro alrededor?

Nos habla hoy el evangelio de que tras aquella travesía por el lago, donde habían vivido, es cierto, hermosas experiencias de la presencia de Cristo, desembarcaron al llegar a Genesaret, ‘apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas…’ Y nos detalla el evangelista cómo Jesús se desenvuelve en medio de aquel mundo de dolor, donde todos querían tocar al menos la orla de su manto y quienes lo lograban se sentían curados.

¿Qué es lo que podemos contemplar en Jesús? Su misericordia. Ante el dolor, amor y vida. Es la medicina que Jesús va repartiendo. Es lo que irá transformando aquel mundo de sufrimiento en un mundo de vida y de esperanza. Son las señales del Reino de Dios que así se manifiesta.

Cuando vamos llenos de Dios nuestra mirada se transforma; cuando hemos puesto de verdad a Dios en el centro de nuestra vida - ¿no decimos que creemos en el Reino de Dios, que es Dios el que tiene que reinar en nuestra vida, en la vida del hombre, en nuestro mundo? – nuestra mirada será ya distinta porque tienen necesariamente que aflorar los ojos de la misericordia. Porque Dios es el centro de nuestra vida comienza ya a ser también el centro al que se dirigen nuestras miradas, el centro de nuestro corazón, el hombre, la persona en esa realidad en la que vive, y sobre todo nuestro corazón se decantará por aquellos que se sienten atormentados por el sufrimiento y el dolor, sean quienes sean, sea cual sea su dolor y sufrimiento.

Es lo que vemos hacer a Jesús. La misión que nos confiará a nosotros también cuando nos envíe. Recordamos que cuando envió a sus apóstoles les dio autoridad sobre todo espíritu inmundo, y ellos fueron curando a cuantos sufrían a su alrededor. Salgamos ya de nuestras cabinas de confort que nos aíslan e insensibilizan. Y es que todavía queda mucho de nuestro ego apegado al corazón y no le hemos dado lugar a esa presencia de Dios que nos centra de verdad. Nos cuesta y nos duele quizás que el viento nos llegue a la cara y por eso rehusamos salir de nuestros refugios, mientras tantos a nuestro lado siguen navegando en ese mar de sufrimiento.

Quizás seamos nosotros los primeros que tenemos que acercarnos a Jesús para tocar la orla de su manto y nos cure de nuestras cegueras o de nuestros inmovilismos. Pero tenemos que querer, tenemos que dejar que la sombra de Jesús se pose sobre nosotros para que nos podamos llenar de luz.

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